Informes de La Previa
24/04/2021 | 13:32 | El fastuoso proyecto de la Superliga Europea duró menos de tres noches, pero las grietas quedaron abiertas. La iniciativa generó un arsenal de críticas y se terminó cayendo. Un repaso por días agitados en el fútbol mundial.
Mauricio Coccolo
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La guerra de los millonarios por el fútbol
El fútbol mundial crujió, aunque no se rompió. Al menos por ahora. Como nunca antes los clubes más poderosos de Europa fueron a fondo y se enfrentaron con las estructuras de la FIFA y la UEFA. El fastuoso proyecto de la Superliga Europea duró menos de tres noches, pero las grietas quedaron abiertas.
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Los intentos de ruptura de los grandes más grandes no son nuevos, pero esta vez lo curioso fue que anunciaron con bombos y platillos la creación de una competencia para 20 equipos por fuera de la Champions. Los doce fundadores —Real Madrid, Barcelona, Atlético, City, United, Tottenham, Liverpool, Arsenal, Chelsea, Juventus, Inter y Milan— esperaban sumar tres miembros más al club y luego invitar a otros cinco para jugar una Superliga súper exclusiva.
En el centro de la escena, Florentino Pérez fue el ideólogo y principal impulsor de la idea. El presidente del Real Madrid sentó claramente su postura con respecto a la economía de los clubes, marcó sus diferencias con la UEFA, y fue un poco más allá diciendo que el fútbol necesita cambios como reducir el tiempo de duración de los partidos, por ejemplo.
El mismo Florentino que repartió duro y parejo desde el centro del ring, después quedó solo y, como decía Ringo, hasta el banquito le sacaron. De a uno, los aliados de la Superliga empezaron a bajarse. Los primeros que abandonaron el barco fueron los ingleses y al final solo quedaban los españoles, aunque Barcelona y Atlético estaban sin estar.
La mayoría de los seguidores del fútbol se expresaron en contra de la Superliga. Con las canchas vacías por la pandemia, los hinchas gritaron a través de las redes sociales y armaron protestas y banderazos. El símbolo fueron los fanáticos del Chelsea que no dejaron entrar a los jugadores al estadio y exigieron explicaciones a los directivos del club.
Entre los protagonistas el rechazo también fue mayoritario. Pep Guardiola sentó postura diciendo que no se puede competir en una liga donde da igual ganar o perder. El chileno Manuel Pellegrini definió a la Superliga como una propuesta para destrozar las competencias nacionales. Unai Émery, el técnico del Villarreal, dijo que todo se trató de una lucha de poder.
Desde una postura prudente, Julen Lopetegui, el técnico del Sevilla, prefirió no opinar y esperar a tener más detalles. Zinedine Zidane dijo que no era un tema para él y aclaró que de esas cosas tenía que hablar el presidente. Otro que hizo equilibrio fue Jürguen Klopp aunque aseguró que entendía los motivos por los cuales los hinchas no estaban contentos.
El que dio en el centro clavo fue Marcelo Bielsa. Fiel a su estilo, el rosarino dejó una definición sobre la Superliga en ciernes, sobre el mundo del fútbol actual y, por qué no, también sobre la vida misma.
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En la otra punta del mundo, Mariano Elizondo, ex presidente de la Superliga Argentina, se animó a vaticinar que el proyecto no prosperaría, entre otras cosas, porque una de las peores consecuencias sería que provocaría el enriquecimiento desmedido de unos pocos clubes a costa del empobrecimiento de la industria del fútbol.
Una de las principales cartas que jugó la UEFA para desarmar la rebelión fue amenazar a los clubes con sacarlos de todas las competencias si participaban en la Superliga. En la misma línea, la FIFA apoyó esa postura advirtiendo a los futbolistas que si jugaban un segundo en la copa de los disidentes quedarían afuera de los Mundiales.
En la prehistoria del fútbol moderno la Ley Bosman marcó un claro quiebre: desde que los futbolistas pueden jugar en cualquier club del mundo con pasaporte comunitario sin ocupar lugar como extranjeros, la globalización se apoderó de la pelota, las diferencias entre Europa y el resto se volvieron insalvables y la burbuja económica no paró de inflarse.
La pandemia sacudió las estanterías de los clubes de fútbol y parece que solo hay dos salidas. Una es la de Florentino Pérez, que apunta a concentrar el negocio en los millonarios para derramar desde ahí soluciones al resto. La otra opción fue propuesta por Rumenigge, que habló de sincerar los montos de los contratos y achicar los gastos estratosféricos.
En América el asunto suena lejano, pero cuando un club europeo se resfría otro sudamericano estornuda. La industria del fútbol es un negocio global y las ideas son contagiosas. De hecho, en el 2016, Daniel Angelici había promovido una Liga de Clubes para presionar a la Conmebol peleando por mejores premios y más poder.
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Por ahora, los clubes poderosos y millonarios del fútbol mundial perdieron la primera batalla contra la FIFA y la UEFA, pero esta guerra donde no hay buenos ni malos parece que recién está empezando.
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