Perfiles de La Previa
25/07/2020 | 13:00 | El enganche rosarino se consolida en el Atlético de Madrid y sueña con su chance en la Selección. Tuvo que superar muchos obstáculos para alcanzar su presente en el fútbol europeo. Conocé su historia.
Raúl Monti
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A sus 25 años, el ex San Lorenzo es una de las figuras del fútbol español.
Cubierto de tatuajes, el cuerpo de Ángel Correa cuenta gran parte de su historia. El escudo de Rosario Central, club de sus amores, cubre parte de su gemelo izquierdo. Marcela, el nombre de su mamá, está en su antebrazo derecho. En el cuello tiene dos estrellas con los números “13” y “14”, en referencia a los años en los que fue campeón con San Lorenzo. Y la marca más importante de todas, la que lo define, la lleva en el medio del pecho, bien grande, con una sola palabra que va de hombro a hombro: “Familia”.
A sus 25 años, Correa es un habitué en las principales competiciones del fútbol europeo y acumula más de 200 partidos en la primera división del Atlético de Madrid. Aún así, nunca pudo tener continuidad con la Selección Mayor, y no se puede atribuir la culpa al capricho de un técnico en particular. Gerardo Martino, Edgardo Bauza, Jorge Sampaoli y Lionel Scaloni coincidieron en que el enganche no estaba listo para ser titular.
Aunque la camiseta albiceleste se le escape de manera sistemática, Correa disfruta su presente en el fútbol español. Más allá de algunos altibajos en su rendimiento, lleva 5 temporadas en una de las ligas más prestigiosas del mundo, y se convirtió en el sostén económico de su familia. El hecho de no ser convocado para representar a la Argentina es un detalle insignificante comparado a todo lo que tuvo que pasar a lo largo de su vida.
Su infancia se terminó cuando tenía 10 años, con la muerte de su papá, que también se llamaba Ángel Correa. El panorama para Marcela, su mamá, era desolador: había quedado sola, a cargo de 10 hijos y le costaba ver la luz al final del túnel. “Angelito” solo podía pensar en lo que le decía su papá cada vez que lo llevaba al club: que él podía salvar a la familia. Esa expresión de deseo se convirtió en una realidad mucho antes de lo esperado.
El humilde barrio de Las Flores, en la ciudad de Rosario, no era el escenario ideal para que un pibito con talento se convirtiera en futbolista profesional. La delincuencia y las drogas ya habían terminado con las esperanzas de muchos chicos, que parecían condenados a un destino inevitable. El caso de Correa, sin embargo, fue distinto. Sus amigos del barrio, que se peleaban para elegirlo en los picaditos, lo protegieron más que a ellos mismos. Ángel aún recuerda lo que le dijeron sus vecinos cuando los encontró drogándose: “Nunca te queremos ver con esto, vos tenés que dedicarte al fútbol. Si te vemos con esto, te matamos”.
San Lorenzo lo adoptó cuando tenía 12 años y él abandonó Rosario para mudarse a la pensión del “Ciclón”, junto a decenas de chicos de todo el país que perseguían el mismo objetivo. El club se convirtió en su nueva red de contención, que hizo de casa, escuela y también iglesia, porque Correa hizo la confirmación en una misa organizada para los chicos de las inferiores. Años más tarde descubrió que el cura que le había dado la Eucaristía era Jorge Bergoglio, quien luego sería el Papa Francisco, y sintió que su camino era observado y cuidado desde más arriba.
Debutó en Primera a los 18, en la era de Juan Antonio Pizzi, y los “cuervos” se ilusionaron rápidamente con sus gambetas y desfachatez. Metió su primer gol en un clásico contra Boca y le regaló ese festejo a su papá, que ese día habría cumplido años. Un par de meses después metió otro gol importante en un duelo contra Independiente, el “tiro de gracia” que mandó al “Rojo” a la B Nacional. Cerró el 2013 en lo más alto del Torneo Inicial, ya como titular, y gritó campeón con San Lorenzo.
Edgardo Bauza se hizo cargo del equipo y Correa estiró su buen momento. Cada vez se sentía más cómodo dentro y fuera de la cancha, y su representante le avisó que era el momento de armar las valijas. Diego Simeone llevaba un tiempo observándolo y lo pidió para el Atlético de Madrid, en lo que sería su salto a Europa. El “Ciclón” pidió que su joyita pudiera jugar las fases finales de la Libertadores, y recibió el visto bueno desde Madrid. El enganche viajó a España con todo listo para cerrar el trato, pero la situación tomó un giro inesperado.
Los médicos descubrieron que “Angelito” tenía un quiste cardíaco, y había que operarlo con urgencia. Tras ese diagnóstico, la transferencia, la Copa Libertadores y hasta su carrera quedaron en segundo plano. Correa tuvo que operarse a corazón abierto en Nueva York, acompañado únicamente por su representante. A él le confesó que no tenía miedo de morirse: su mayor preocupación era volver a las canchas.
La cirugía fue un éxito, pero se perdió la consagración en la Libertadores y estuvo seis largos meses sin poder entrenar. El “Atleti” lo acompañó en cada paso de su tratamiento, y Simeone lo bancó cuando le decían que lo mejor era cederlo hasta que recuperara ritmo de competencia. Tuvo revancha en el Sudamericano sub 20 del 2015, cuando Humberto Grondona le dio la cinta de capitán. Se reencontró con la pelota en un gran nivel, fue la figura del torneo y celebró más que nadie su primera conquista con la albiceleste.
Regresó a España con otro ánimo, ansioso por probarse en la misma liga que Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Atlético de Madrid lo presentó como refuerzo un año después de la operación, en julio del 2015, y los “Colchoneros” empezaron a hablar del rosarino como “el nuevo Kun Agüero”. Sin embargo, tuvo pocas chances en su posición natural, y el “Cholo” lo transformó en un carrilero por derecha, un poco más lejos del área y con nuevas responsabilidades defensivas.
Desde su llegada al fútbol europeo disputó al menos 35 partidos por temporada y jamás se perdió un encuentro por lesión, pero le costó mantener su nivel. Vivió desde el banco de suplentes la derrota del “Atleti” contra el Real Madrid en la final de la Champions del 2016 y sumó una nueva frustración en los Juegos Olímpicos de Río. Erró el penal decisivo que podía salvar a la Argentina de la eliminación y el improvisado equipo del “Vasco” Olarticoechea no pudo superar la primera fase del torneo
No se rindió, y contó una vez más con el apoyo del “Cholo” Simeone, quien siempre confió en él. Recibió la camiseta número 10 del “Colchonero” y su esfuerzo tuvo premio en el 2018, cuando ganó la Europa League y la Supercopa de la UEFA. Jugó más de 200 encuentros con la casaca rojiblanca y alcanzó su pico de rendimiento en el club justo antes del parate por la pandemia, del que intenta recuperarse.
Su cuenta pendiente es la Selección. Tuvo un debut soñado en el 2015 en un amistoso contra Bolivia, cuando mandó a la red la primera pelota que tocó. Después de eso, no hizo nada más. Martino dijo que tenía mucha proyección, pero lo dejó afuera de las Copas América del 2015 y 2016. El ciclo Bauza terminó antes de empezar y aunque Sampaoli fue a verlo a España, le tocó mirar el Mundial de Rusia por televisión. En el último tiempo Lionel Scaloni lo llamó en algunas ocasiones, pero está lejos de haberse ganado un lugar.
Aún así, la cabeza de Correa está puesta en otro lugar, mucho más importante que una convocatoria. Su mamá, Marcela, lucha contra el cáncer, y él intenta acompañarla en todo momento. El volante del Atlético encaró su enfermedad con la fuerza de alguien que ya atravesó varios campos de batalla, como la temprana muerte de su papá y una cirugía a corazón abierto. El tiempo dirá si termina de consolidarse en España y la Selección, pero lo que es seguro es que el rosarino no va a bajar los brazos hasta conseguirlo. La cicatriz que tiene en el medio del pecho, justo sobre su tatuaje de “Familia”, es la prueba más contundente: “Angelito” Correa es un luchador incansable.
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