Informes de La Previa
01/05/2022 | 17:00 | Repasamos casos de futbolistas que se valieron más de la garra y la convicción que del talento para poder llegar y mantenerse en este deporte.
Redacción Cadena 3
Gabriel Rodríguez
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Los laburantes del fútbol
La vida de un futbolista dura más de 90 minutos. Va más allá de los descuentos. Comienza tras cada pitazo final. En ese momento los escudos, camisetas e hinchas desaparecen para dar paso a la realidad. Aquel momento en el que combinan sueños con tristezas y dramas con lágrimas, cargando recuerdos dolorosos que siempre llevarán en el corazón.
Quizás la vida más mediática sea la de Diego Armando Maradona, claro ejemplo de superación pero a Diego no le costó lo futbolístico porque fue un distinto. Como tampoco a Carlos Tevez, criado por sus tíos en un Fuerte Apache en donde ni zapatillas tenía para ir a jugar y con tan sólo diez meses de vida le cayó agua hirviendo en el cuello y parte del rostro; Angel Di María quien llegaba a entrenar con las manos negras porque antes ayudaba a papá Miguel a levantar bolsas de leña y carbón.
A nivel internacional, Cristiano Ronaldo nació en la más absoluta pobreza con un padre alcohólico; Alexis Sánchez vivía en una casa de adobe y madera con mamá que limpiaba otras casas para subsistir o Modric quien vivió la Guerra de Croacia, la cual llegó hasta la pequeña aldea donde residía con su familia y debió huir tras presenciar cómo asesinaban a su abuelo; Juan Guillermo Cuadrado, en Antioquía, esquivaba las balas que no pudo sortear su padre y a Ribery sus progenitores lo abandonaron en un convento de monjas y tiempo más tarde salió despedido del asiento trasero de un automóvil, dando su rostro con el parabrisas.
Muchas veces nos quedamos impresionados con la exorbitante cantidad de dinero que se gana mensualmente en el fútbol, pero pocas veces sabemos cuáles fueron sus inicios y todo el trabajo de constancia y sacrificio que debieron hacer para llegar a donde están. Sin duda que llegaron con ese esfuerzo, con esa dedicación, la práctica y la determinación. No les sobraba nada pero han sido los que definitivamente fueron.
El Flaco Hernán Boyero es un caso testigo. De familia humilde, juntaba chatarra junto a su padre para sobrevivir. Además fue mago, vendedor ambulante de sandías y helado, y también armaba bicis y las vendía. Pero el fútbol le dio la posibilidad de estudiar y ser Martillero y Corredor Inmobiliario, además de entrenador recibido.
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En Instituto ganaría reconocimiento aunque sobresalió por actos solidarios: una carnicería le donaba dos kilos de falda por cada gol marcado y enseguida se sumaron supermercados y almacenes, incluso el premio que cobraba del club lo donaba a un comedor para niños carenciados.
Hoy en día, como bien lo dijo, está en el negocio de la construcción.
A Guillermo Farré, el actual técnico de Belgrano, tampoco le fue fácil llegar y contó una anécdota que lo ayudó a ser quien es. Nacido en Colón, Buenos Aires, se había ido a probar a Boca con 17 años, estuvo allí unos meses y después le avisaron que no quedaría. De allí vino la prueba en Central Córdoba de Rosario y años después arribó como incorporación Celeste.
¿Qué le dijeron en Boca? Que para ser un volante central, de características un tanto rústicas, le faltaba “dinámica de juego”. Entonces, en la prueba del Charrúa escuchó las indicaciones del entrenador, las siguió al pie de la letra, eso generó los elogios de quien lo estaba mirando y determinó que se quede en aquel club.
A Gabriel Batistuta, segundo artillero histórico de la Selección, no le veían pinta de lo que realmente fue. Pesado, quizá con algunos gramos de más, lo que le valió el sobrenombre de “Gordo”, contó que no quería ser futbolista. Pero un día llegó la Selección juvenil que había ido a Corrientes pero antes pasó por Reconquista. Formó parte de un rejuntado y logró los dos goles de su equipo, alguien lo vio y terminó en Newell’s.
Sin embargo él quería estudiar porque alguien le dijo que la carrera de futbolista era peligrosa. Volvió a su pueblo por 20 días, la licencia que le habían dado pero se quedó un mes. Jorge Griffa lo fue a buscar, lo convenció, se lo llevó y en menos de un año debutaba en Primera.
Adrián Totó Mahía fue goleador del Belgrano que ascendió en 1991, pero sólo jugó los primeros seis meses de aquel torneo. Mendocino de nacimiento, era habitual verlo llegar a los entrenamientos con el guardapolvo de estudiante de Medicina, carrera que hacía en el Clínicas, cerquita del Gigante de Alberdi. Contó que un día su papá le avisó que Sportivo Pedal de San Rafael desistía de su regreso porque ahí tenía la firma, entonces podía arreglar en Córdoba con cualquier equipo. Intentó en Universitario pero nunca encontró a nadie y de última le quedaba el club, cuyo equipo él iba a ver: y terminó en Belgrano.
Mahía, quien nunca más tocó un libro de Medicina, en la actualidad administra locales y departamentos de su propiedad y es instructor de pesca con mosca
Daniel Miliki Jiménez trabaja actualmente en Instituto, alguna vez fue su técnico, una tribuna de la cancha lleva su nombre y es además el segundo goleador histórico del club en AFA. Llegó al fútbol de grande, en 1994 y de casualidad. Con 24 años se dedicaba a otra cosa. Una tarde, en su Rafaela natal, trabajaba en un techo al lado de la cancha de Atlético de Rafaela. Era albañil y jugaba sin ganar un peso en la liga local para Peñarol. Mientras colocaba unas canaletas y unas chapas, empezó la práctica de la Crema. Pensó que él podía estar ahí y decidió probar suerte en Buenos Aires. Huracán lo recibió y quedó, pasó a Rafaela, luego a Los Andes para desde 1997 empezar a hacer su historia en Alta Córdoba.
Este tipo de historias también las hay en otros deportes, como en el básquetbol cuando Atenas sólo quería a Mario Milanesio por sus dotes de goleador y terminó llevándose también a Marcelo. Este se convirtió en el máximo ídolo y Mario, sin la clase de su hermano pero con mucho pico y pala fue un buen complemento. En el boxeo, Fabio Moli trabajó de mozo, levantó paredes, cargando fardos en el campo y reses para un frigorífico, se hizo profesional con apenas diez peleas amateurs y gracias a Bladimiro Juan Carlos Sodero se le terminó una vida de borracheras, peleas en los bares y amaneceres tras las rejas.
En épocas de realitys, todos ellos hicieron uno propio para terminar “Jugando por un sueño”. El relato, la crónica podría ser el guión de una película. Le pasa por la cabeza a cualquier deportista amateur que anhela ser profesional y verse en las tapas de los diarios, en los noticieros, escuchar su nombre en la radio. Muchos viven ilusionados con llegar a ese momento. Hay casos en donde ese sueño nunca llega a cumplirse pero para otros la fantasía se convierte en realidad.
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