Furor en La Plata
08/09/2019 | 15:13 | "El Diego" es todo lo que está bien para los que lo quieren y es todo lo que está mal para los que no lo quieren. Maradona nunca es nada. Desde que el fútbol lo convirtió en Maradona, jamás volvió a pasar inadvertido.
Mauricio Coccolo
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Maradona es todo. Es todo lo que está bien para los que lo quieren y es todo lo que está mal para los que no lo quieren. Como sea, siempre es todo. Maradona nunca es nada. Desde que el fútbol lo convirtió en Maradona, jamás volvió a pasar inadvertido.
La vida de Maradona es un tsunami de emociones que sorprende con cada oleada a los millones de espectadores que, como si se tratara de una serie en vivo y en directo, lo siguen día a día, pero nadie se esperaba el último capítulo que recién está comenzando: la vuelta de Diego al fútbol argentino para dirigir después de 25 años.
Como siempre pasa con estas cosas, y más si se trata de Maradona, apenas surgió el primer rumor de que podía ser el nuevo técnico de Gimnasia empezaron a regarse las especulaciones. Se dijo de todo, desde que era una operación de la prensa hasta que Diego no podía porque tenía compromisos comerciales en el exterior, pero curiosamente el misterio se resolvió con cierta rapidez y a las pocas horas el fenómeno ya estaba en marcha.
Todo lo que se activó desde que Gimnasia anunció la contratación de su nuevo técnico ha sido digno del universo maradoniano. Cuentas sobre cómo hará para evitar el descenso, nombres de potenciales colaboradores (incluyendo a Batistuta), avalanchas de interés para saber contra quién y cuándo juega, preguntas para conseguir entradas, una presentación que será en la cancha, con hinchas en las tribunas, y hasta un hotel que antes pretendía cobrarle al plantel para concentrarlo y ahora ofrece pagar para que lo elijan.
A lo largo de la historia hubo tantos Maradona como días ha tenido su vida, adentro y afuera de la cancha. Diego es un personaje inabarcable de mil caras y obliga a un esfuerzo continuo para discriminar las reales de las otras. El Maradona de hoy, ese que será técnico de Gimnasia, puede rastrearse en los archivos del lejano 1994.
Diego Armando Maradona todavía era jugador de fútbol cuando aceptó la propuesta de dirigir al Deportivo Mandiyú, estaba cumpliendo la suspensión de 15 meses por el dóping positivo en el Mundial de Estados Unidos y como no podía entrar a la cancha de pantalones cortos no le quedó otra opción más que ponerse las estridentes corbatas de la época y dar sus primeros pasos como técnico.
El Deportivo Mandiyú estaba gerenciado por Roberto Cruz, un personaje ligado a los poderes políticos del momento, y rascaba en el fondo de la olla para tratar de quedarse en Primera División. Sergio Goycoechea y el paraguayo Guido Alvaregna eran las figuras que tenía el primer equipo en la carrera del Maradona entrenador. Como Diego no había hecho el curso, ni tenía el carnet habilitante, tuvo que dirigir los primeros partidos desde la platea con Carlos Fren como su mano derecha en el banco.
La experiencia fue intensa pero breve, Diego duró en el cargo apenas dos meses y sacó más dorados del Paraná que puntos en los partidos. Los números no cerraban por ningún lado: un triunfo, seis empates y cinco derrotas, más las deudas con el plantel y el cuerpo técnico derivaron en la salida de Maradona y Fren, que terminaría siendo el principio del fin para el Deportivo Mandiyú.
Como todo buen técnico que se precie de tal, Maradona agarró un nuevo club a los pocos meses de haber dejado el anterior: para comienzos de 1995 ya había arreglado con Racing. De la mano de Juan De Stéfano la idea incluía reservarle el número 10 de la Academia para cuando cumpliera con la sanción por el doping.
El ambicioso proyecto incluía a jugadores de la talla de Claudio López, Fernando Quiroz, Ignacio González, Pablo Michelini, Marcelo Saralegui y Gustavo Costas, pero envuelto en la vorágine de Maradona el ciclo entró en una montaña rusa que fue desde un recordado triunfo contra Boca en la Bombonera hasta un pedido de licencia de Maradona que solo estuvo sentado en el banco durante cinco de los once partidos que dirigió.
Apenas dos triunfos, con seis empates y tres derrotas no parecían números suficientes como para avalar la continuidad del ciclo de Maradona en Racing y menos cuando De Stéfano perdió las elecciones con Otero. El final del Diego entrenador se precipitó. En un abrir y cerrar de ojos volvió a ponerse los botines para jugar sus últimos partidos como profesional, pero eso forma parte de otra historia.
Entre su retiro del fútbol y su vuelta para dirigir a la selección argentina pasaron 20 años en los cuales Maradona hizo de todo. Casi arregla para ponerse la camiseta de All Boys. Fue comentarista de fútbol. Tuvo su propio mega show televisivo. Escribió un libro. Estuvo al borde de la muerte. Se fue a vivir a Cuba. Se peleó con Coppola. Emocionó al mundo desde un improvisado escenario en la Bombonera, para cerrar su partido homenaje. Se peleó con Claudia. Aumentó de peso. Bajó de peso. Llegó a ser vicepresidente del Consejo de fútbol de Boca y acertó un pleno contratando al Coco Basile. Jugó al Showbol. Desapareció de la escena y un día apareció con el buzo de la AFA para dirigir a la Selección.
Entre octubre de 2008 y el cachetazo contra Alemania en el Mundial de Sudáfrica 2010, Diego Maradona fue el técnico de Argentina conduciendo un proceso que, fiel a su estilo, tuvo picos de euforia y pronunciadas debacles. Un rápido ejercicio de memoria trae a la cabeza un rompecabezas de imágenes para todos los gustos: la palomita bajo la lluvia en el Monumental después del gol de Palermo, los abrazos con Bilardo, las irreproducibles declaraciones en la conferencia de prensa, el desencuentro con Riquelme, el 1-6 en la altura de La Paz, los alfajores del Chino Garcé. Tévez. Verón. Otamendi. Uno, dos, tres, cuatro goles alemanes y el telón final.
Diego Maradona pasó de sentarse en el banco de la Selección a rodearse de jeques y turbantes en Emiratos Árabes Unidos, donde se hizo cargo del Al Wasl. En un fútbol exótico, ganó un poco más de lo que perdió, se peleó con un técnico rival, lo sancionaron, lo candidatearon para la selección, se ofreció para ser manager y al final la historia terminó con un despido por malos resultados.
Cuando parecía que Diego había colgado el buzo de técnico, apareció sorpresivamente en un club de la segunda división de Emiratos Árabes Unidos. Estuvo muy cerca de conseguir el ascenso, pero no se le dio. Se fue y a los pocos meses el equipo ascendió, ya sin él en el banco. Del ascenso árabe, Maradona saltó a ser presidente del Dinamo Brest en Bielorrusia. La experiencia quedó rápidamente trunca y lo poco que se recuerda es la imagen de un diminuto Maradona saludando desde un tanque militar de dos toneladas.
Hace apenas un año, aunque en el reloj biológico de Maradona pareció una vida, asumía para dirigir a los Dorados de Sinaloa. Justo un club de la ciudad del tristemente célebre Chapo Guzmán. Las apuestas corrían para ver quién acertaba en qué momento el Diego pegaba el portazo para seguir con sus laberintos. El equipo era un desastre en el ascenso de México, pero el milagro se produjo por duplicado: los resultados aparecieron y Maradona no desapareció, pero otra vez le faltó la puntada final y Dorados se quedó a las puertas de subir a primera.
Las páginas de estos días todavía tienen la tinta caliente. Un día se confirma que el Gallego Méndez será el ayudante técnico de Maradona, y seguramente tendrá que ser más técnico que ayudante. Al rato aparecen mil nuevos socios de Gimnasia. En el medio explota la curiosidad popular. Todos esperan para verlo a Diego parado al costado de la cancha. Todos, los que lo quieren y los que no, porque Maradona es eso: Maradona es todo. Todo lo bueno y lo malo en el mismo envase.