Néstor Ortigoza, un emblema de San Lorenzo que se despide de las canchas

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Néstor Ortigoza, un emblema de San Lorenzo que se despide de las canchas

22/10/2022 | 16:30 | A sus 38 años, "Orti" decidió retirarse del fútbol y este sábado juega su último partido para el "Ciclón", club del que es ídolo. Conocé su historia. 

Redacción Cadena 3

Raúl Monti

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Néstor Ortigoza, un emblema de San Lorenzo que se despide de las canchas

Néstor Ortigoza, quien este sábado se retira de las canchas, conoce a la perfección cómo se siente alcanzar la gloria. Sabe lo que es dar una vuelta olímpica en un estadio repleto, ser ovacionado por multitudes y gritar “¡dale campeón!” hasta quedarse sin voz. El 13 de agosto de 2014, defendiendo los colores de San Lorenzo, grabó su nombre en la historia grande del fútbol argentino: los hinchas del “Cuervo” aún se emocionan al recordar su gol en la final de la Copa Libertadores, inmortalizado en el relato del “Turco” Wehbe.

Ortigoza fue campeón en casi todos los equipos por los que pasó y llegó a jugar una Copa del Mundo representando a Paraguay, pero nunca se agrandó por los logros obtenidos. Es difícil encontrar a un entrenador que lo haya dirigido y no destaque su aporte positivo al grupo, su compromiso y actitud ganadora. Y es que, aunque su personalidad lo ubicó como referente en casi todos los planteles que integró, Néstor jamás se olvidó de sus raíces. Aún lo acompañan la humildad de sus inicios y los códigos que aprendió jugando en los potreros, el escenario predilecto de su niñez.

Aunque su documento diga que se llama Néstor Ezequiel, para su familia y los amigos del barrio siempre fue “Jonatan”. Ese era el nombre que querían ponerle sus papás, pero no les dieron permiso en el registro civil: corría el año 1984, la herida de Malvinas estaba abierta y les dijeron que “Jonatan” era un nombre demasiado inglés. A pesar de ello, el pequeño Ortigoza siguió usando aquel nombre prohibido en su casa y en las canchitas de la zona, su verdadero lugar en el mundo.

Creció en Loma Grande, un barrio humilde ubicado en el partido bonaerense de Merlo, donde comenzó a forjarse como futbolista. El carácter competitivo que muchos aprendían en inferiores, él lo incorporó desde que era un chico: se curtió en partidos calientes, por plata, en calles de tierra. Las mañas del potrero le fueron útiles cuando se hizo profesional, y todo era más simple. Después de jugar sin árbitro durante años y de haberse peleado varias veces con desconocidos por alguna pelota dividida, la presión de los partidos “en serio” no lo afectaba para nada.

Cuando Ortigoza no estaba en el potrero, salía a recorrer las estaciones de tren, vendiendo lo que sea con tal de ganarse unos pesos. Tenía que esquivar a la policía para que no le quitaran la mercadería y alguna vez terminó detenido, pero hasta el día de hoy recuerda con cariño aquella etapa de su vida. A sus hermanos les daba vergüenza acompañarlo, pero él quería juntar plata para anotarse en campeonatos de baby y torneos de penales de la zona, a los que iban competidores de todo el oeste bonaerense.

Aquellos duelos eran intensos y no siempre terminaban bien, pero él siempre estaba presente. El principal obstáculo para sumarse era su papá, que tenía miedo de que lo golpearan y no quería que fuera más. “Tené cuidado, te vas a lastimar, te vas a arrepentir”, le decía constantemente, pero Ortigoza no lo escuchaba. Se escapaba de su casa para ir a jugar y el final de la historia era casi siempre el mismo: volvía con las piernas destrozadas y los bolsillos llenos.

Con el correr de los años, Néstor descubrió que jugar tantos torneos había dado sus frutos. Depuró su técnica en la cantera de Argentinos Juniors y destacaba por su coraje e inteligencia, habilidades que había desarrollado en la escuela de la calle. Estuvo a punto de dejar el fútbol antes del debut, cuando su oportunidad tardaba en llegar, pero su padre lo convenció de esperar un poco más y el tiempo le dio la razón. El 31 de enero del 2004, Ortigoza tuvo su presentación en la B Nacional y comenzó una carrera plagada de éxitos.

Fue campeón y figura en Argentinos Juniors, San Lorenzo y Rosario Central, pero sin lugar a dudas alcanzó el pico de su carrera con la casaca azulgrana. Merecía las buenas con el “Ciclón”, porque se bancó las malas: confesó que el único penal de su carrera en el que se puso nervioso fue el que ejecutó contra Instituto por la promoción, cuando el club se jugaba la permanencia en primera. Apenas dos años más tarde, y también desde los doce pasos, convirtió el gol más importante en la historia del club, en la final de la Libertadores contra Nacional.

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Sobre el final de su carrera, cuando muchos pensaban que era el momento de colgar los botines, volvió a jugar en el ascenso, motivado por un nuevo desafío. Llegó a Estudiantes de Río Cuarto con 35 años y el ambicioso objetivo de alcanzar la primera división. Lejos de sentirse titular por portación de apellido, reconoció que tuvo que esforzarse más que nunca para estar a la altura de las expectativas.

A los 36 años, y luego de una buena actuación en el fútbol del ascenso, "Orti" logró su cometido: volver a San Lorenzo para retirarse en el club más importante de su carrera. 

Aprendió a patear penales jugando en la calle, y su precisión se convirtió en su marca registrada. Jamás se olvidó de donde vino y más de una vez, ya siendo profesional, volvió a las canchitas de su infancia para jugar un torneo con amigos. Contrató a su hermano para que sea su representante y le compró una casa con todos los lujos a su mamá, aunque le costó trabajo convencerla de abandonar el barrio de toda la vida. Néstor Ortigoza conoce a la perfección cómo se siente alcanzar la gloria, y lo disfruta el doble, porque salió del barro. De allí viene el corazón de un jugador de primera, con talento de potrero.

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