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09/05/2020 | 13:41 | El asesinato de Tomás Carlovich es un reflejo del momento que atraviesa el país. Rosario llora el triste final de su ídolo, que se convirtió en leyenda. Escuchá.
Mauricio Coccolo
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Ningún rosarino hubiera sido capaz de matar al "Trinche" (Por Mauricio Coccolo)
Había una vez una Argentina en la que ningún rosarino de ley hubiera sido capaz de robarle al Trinche Carlovich. Y mucho menos, de matarlo.
No es añorar los tiempos pasados. Tampoco es nostalgia. Pero algo se rompió, en algún momento y posiblemente sin que lo hayamos notado, para que las cosas cambiaran como cambiaron. Para mal en la mayoría de los sentidos.
Tampoco es una falsa reivindicación de los presuntos valores de ciertos ladrones, pero hay más de una generación de argentinos a los que nunca se les hubiera ocurrido robar las mandarinas de la casa más humilde del barrio. Y muchísimo menos si eran de una viejita.
Doña Anita vivía sola, con un montón de perros propios y ajenos a los que religiosamente les daba de comer todas las tardes. La jubilación apenas le alcanzaba para comprar su comida, que podía escasearle, pero la de los pichichos, como los llamaba, era sagrada.
A la viejita lo único que le sobraba era espacio en el fondo, por eso plantaba semillas de todo lo que encontraba. Tenía limones, duraznos, granadas, mandarinas, manzanas. Una selva tenía. Y sin tejido para protegerla. Pero a ninguno de los bandidos, que gastaban las horas de la siesta robando frutas, se le hubiera ocurrido tocar una hoja de las plantas de Doña Anita.
Cada tanto, especialmente los sábados, la viejita dejaba una canasta llena de frutas en la puerta de su casa para que sacaran los que quisieran. Estaban un poco pasadas y nunca serían tan ricas como las robadas, pero eran sagradas: esas frutas no se podían robar. O mejor dicho: no se debían robar. Porque poder se podía.
Supimos tener un país en el que hasta los que hacían las cosas mal respetaban algunos valores. Mínimos valores. Incluso, había ladronzuelos de escasa monta que eran capaces de generar cierta simpatía porque sabían cómo y –especialmente– a quién robarle.
Y ahora, resulta que ni siquiera a uno de una banda de delincuentes, ignorantes y asesinos, se le ocurrió decir: che, loco, no, con ese viejo no nos metamos, pobre tipo. Al menos lo hubieran dejado seguir de largo por eso: por considerarlo un viejo, un pobre tipo, con el que no valía la pena meterse para intentar robarle la bicicleta.
Ya no exigimos ni siquiera respeto. Nos conformamos con un poco de lástima. Pero algunos son incapaces de sentir hasta los peores sentimientos.
Cuesta creer que Rosario haya parido, en algún momento, a rosarinos capaces de matar como mataron al Trinche. Capaces de matar a cualquiera, en realidad, pero esta vez le tocó justo al Trinche. Y le toca a Rosario, como pudo haberle tocado a Córdoba o a Catamarca.
El asesinato de Tomás Felipe Carlovich es la foto que mejor refleja el momento del país: un viejito que murió porque alguien le pegó un palazo para intentar robarle la bicicleta, mientras el Trinche pedaleaba, cansino, por esas calles que recorría a diario dejando una leyenda en cada esquina.
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