Informe de La Previa
31/05/2020 | 14:13 |
Una de las "viejas trampas" sobre el fútbol es pretender legitimar la falsa oposición entre jugar lindo y perder o jugar mal y ganar; sin embargo, la verdadera discusión debe radicar en el "cómo".
Mauricio Coccolo
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¿Qué es jugar lindo?
En el fútbol existe una vieja trampa en la que siguen cayendo algunos desprevenidos: la falsa oposición entre jugar lindo y perder o jugar mal y ganar. La polémica parte de un error básico, porque lindo no es lo opuesto de malo sino de feo, que a su vez no es lo contrario de bien, sino de lindo.
Entonces, la discusión tendría que ser mucho más simple: por un lado, jugar bien o jugar mal, y por el otro, jugar lindo o jugar feo. Pero se sabe que el fútbol es lo que es, entre otras cosas, porque las discusiones nunca son tan sencillas.
Lo único que no se discute es que a todos les importa ganar, el tema es cómo. Ahí está el nudo: ¿cómo ganar? ¿Hay una forma linda de ganar y otra fea? ¿Quién puede decir qué es lo lindo y qué es lo feo en el fútbol?
De arranque, existen dos grandes bibliotecas: los que además de ganar jugando bien exigen determinadas condiciones estéticas (jugar lindo, podría decirse), contra los que no se preocupan tanto por la belleza de los medios sino más bien por la utilidad que tienen para conseguir determinados fines.
La discusión sobre las formas de jugar es tan vieja como el fútbol mismo. La serie “Un juego de caballeros” muestra cómo Fergus Suter, el primer futbolista profesional de la historia, cambió el estilo inglés de pases largos y fuerza física, por otro escocés de pases cortos y desplazamientos sin la pelota. Claro que, ya en el 1800, no logró convencer a sus compañeros, rivales, hinchas y dirigentes, sino hasta que demostró que se podía ganar jugando de esa forma.
En el fútbol argentino, los estilos se fueron imponiendo en determinadas épocas según quiénes fueran los ganadores. Después de que Menotti saliera campeón del mundo con la selección, se instaló la idea denominada “la nuestra”. El desequilibrio individual, las gambetas y la viveza criolla, fueron una forma que en su momento había servido para diferenciarse de los ingleses locos y el Flaco readaptó a los tiempos modernos.
En su segunda hora más gloriosa, Argentina tendría a la cabeza un estilo opuesto al de Menotti pregonado por Carlos Bilardo, a quien le costó mucho imponer sus ideas, pero con el paso del tiempo las convirtió en una escuela. Con el trabajo táctico como eje, Bilardo se preocupaba por lo que haría el rival, buscaba jugadores polifuncionales y todas las individualidades tenían que ajustarse al plan del equipo.
Con los años surgieron los fanáticos que convirtieron a Menotti y Bilardo en “ismos” enfrentados. Entonces, los estilos de juego en el fútbol argentino quedaron divididos en dos grandes grupos: menottismo contra bilardismo.
A partir de la grieta de los estilos, cada nuevo técnico que apareció en la Argentina fue encasillado con un cartelito que lo identificaba como miembro de la feligresía. Pero hubo algunos que no se dejaron arriar tan fácilmente, uno de ellos fue Marcelo Bielsa, que rompió las estructuras a comienzos de los 90 aglutinando la filosofía de Menotti y la metodología de Bilardo. Los dos en uno solo.
El último gran entrenador argentino de relevancia mundial es Diego Simeone, que podría decirse está más emparentado con las formas de Bilardo, adaptadas a los tiempos que corren. Con su estilo, el Cholo se ganó el respeto de la mayoría de sus colegas aunque cree que algunos lo desprestigian porque no les gusta cómo hacer jugar a sus equipos.
En la vereda opuesta a la de Simeone, entre otros, está Ángel Cappa quien dice respetar el trabajo del Cholo en el Atlético, pero volvió a encender la mecha de la polémica asegurando que no iría a ver a un equipo que juega de esa forma y apuntó, especialmente, contra el mensaje de que solo sirve ganar.
La discusión sobre los méritos es uno de los puntos centrales que marca la diferencia entre cada postura: de un lado están los que valoran las cosas buenas que hace un equipo aunque no consiga ganar y del otro, los que creen que lo único que importa es el resultado final. Otra vez, Marcelo Bielsa aporta un poco de claridad desde aquella famosa frase hecha bandera: “Lo importante es la nobleza de los recursos utilizados”.
La batalla de los estilos tuvo su capítulo global más importante durante el período en que compitieron el Barcelona de Guardiola contra el Real Madrid de Mourinho. Los dos entrenadores quedaron como representantes de formas opuestas de sentir el juego, cosechando por igual admiradores y detractores.
Las rivalidades, además de atractivas para el público, suelen dejar un elemento fundamental para el análisis: cada club tiene una tradición que respetar. Cuando los opuestos compiten, y se hacen mejores entre sí porque quieren ganarse, buscan las raíces —eso que los identifica— para sentirse más seguros. El Cholo Simeone supo resumirlo con una definición muy lúcida: “No se puede salir de la historia”.
En un nivel diferente, Belgrano vivió una situación como la que señala Simeone: quiso reformular su estilo y se quedó a mitad de camino. El ejemplo del club cordobés sirve como una muestra para entender por qué en determinados momentos parece que hay que cambiar, pero en realidad lo que hace falta es profundizar. Cuando en el mundo pirata entendieron que el ciclo Zielinski estaba agotado, buscaron una salida diferente porque querían ir por más, pero en lugar de aferrarse a la identidad, la pusieron en un segundo plano y lo terminaron pagando muy caro.
¿Hasta dónde las formas son el camino para conseguir resultados y los resultados son la única manera de mantener las formas? Es una línea muy delgada porque ningún estilo se sostiene sin triunfos, pero no hay triunfos duraderos sin estilo. Al final del camino, como dijo Marcelo Gallardo, lo fundamental es aprender a convivir con las derrotas y con las victorias.
Así como el fútbol es un juego infinito en el que no hay triunfos eternos ni derrotas definitivas, tampoco existen las verdades absolutas y lo único seguro para toda la vida son las discusiones. Por suerte, sino qué sería del fútbol sin las polémicas.
Por Mauricio Coccolo.
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