Grandes del Deporte
04/07/2020 | 14:17 | José Daniel Valencia quedó en la historia grande de la Selección Argentina y Talleres. Jujeño de nacimiento, Córdoba lo adoptó entre sus personajes más queridos. Nuestro homenaje.
Jorge Parodi
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José Daniel Valencia, ícono de Talleres y la Selección del ´78
Como en los cuentos infantiles: “Había una vez una rana a la que magia de una pelota de fútbol la convirtió en Príncipe”.
José Daniel Valencia era una rana de piernas flacas que vivió hasta los 14 años, junto a su familia, en un estadio de fútbol, debajo de una tribuna.
La mencionada “Rana”, nació en San Salvador de Jujuy un 3 de octubre de 1955. Su papá era el canchero del estadio de la Liga Jujeña y para Daniel y sus otros tres hermanos, la cancha de fútbol era el patio de su casa.
Cuentan que cuando entrenaban allí los futbolistas, con botines y todo, Daniel Valencia, con 12 o 13 años seguía las prácticas mirando desde un costado y como siempre faltaba alguno, llegaba el grito esperado: “Eh Rana, ¡entrá!”. Y la “Rana” saltaba a la cancha feliz de la vida.
Valencia no necesitó hacer las divisiones inferiores, saltó como una ranita inquieta desde su primer y único partido en la cuarta, a jugar en la Primera de Gimnasia y Esgrima de Jujuy, con 15 años. En esos meses falleció su papá.
Valencia, jugó un Nacional para el “Lobo” jujeño y al final del primer tiempo de un partido contra Talleres, Francisco “Pancho” Rivadero, le dijo a Daniel Willington: “Che Daniel, no hay forma de pararlo a este muchacho, al 10 de ellos, nos está pegando un baile, que hacemos?”. Willington, con una sonrisa pícara, le dijo a Daniel: “Pancho, buscate una escopeta, apuntale a la pelota ¡y reventala!”.
En Gimnasia, “La Rana” comenzó siendo un 11 gambeteador, hasta que llegó al club un chico que la descosía, un tal Antonio Rosa Alderete, quien terminó siendo su socio futbolístico, por eso el técnico le pidió que jugara de 10, de enganche.
Juntos fueron dinamita, eran como Bochini-Bertoni, en Gimnasia de Jujuy primero y luego en Talleres. A José Daniel Valencia, César Luis Menotti lo descubrió y quedó asombrado por sus condiciones cuando buscaba jugadores para su Selección del Interior, y lo adoptó para siempre.
Menotti, más que un César, fue un Cristóbal Colón que descubrió a un crack, escondido en San Salvador de Jujuy.
Amadeo Nuccetelli, el mítico Presidente de Talleres desde 1973 hasta el ‘87, promovió una rifa entre los socios y en 1975 a través de un megáfono, anunció la llegada conjunta de Alderete y Valencia a la “T”.
Cuatro viajes a Jujuy de Don Amadeo y 400 millones de los viejos, para traer a las dos grandes figuras del fútbol jujeño.
En 1974, Ángel Labruna había comenzado un exitoso proceso, que continuó Adolfo Pedernera un año después y que se prolongó por casi una década con otros técnicos e igual suceso. Talleres revolucionó al fútbol argentino con su buen juego, al que sólo le faltó un título.
Cuando Valencia llegó al club de Barrio Jardín, dos grandes 10 de todos los tiempos transitaban sus últimos años en el fútbol, Humberto Pablo Taborda y Daniel Alberto Willington.
“El Hacha” Ludueña, “La Cata” Oviedo y la “Rana” Valencia conformaron un medio campo inigualable, que tenía fútbol y belleza.
Los hinchas neutrales iban a ver a ese Talleres que jugaba, ganaba, goleaba y llenaba los estadios del país.
Menotti, su mentor futbolístico, nunca pudo desentrañar si José Daniel Valencia era derecho o era zurdo, porque manejaba ambos perfiles por igual. Un misterio que aún hoy nadie pudo develar.
Valencia entendía el juego como pocos. Además de su habilidad natural, tenía la rapidez mental de los que saben que van a hacer con la pelota, un instante antes de recibirla.
El DT de la Selección lo llevó a la Juvenil, donde Valencia brilló en el equipo campeón en Toulon, Francia. De allí a la Selección del Interior, y después con sólo 22 años, a ser titular en la Mayor y campeón del mundo en el ‘78.
Entre los grandes 10 de ese momento: Maradona (tenía 17 años), Alonso, Babington, Potente, Zanabria, Poy, Bochini, Villa, Alonso y Sabella entre otros. Menotti se la jugó y eligió “a su 10”: José Daniel Valencia.
Ya en el debut, en el Mundial ‘78, ante Hungría el 2 de junio en el Monumental, Argentina perdía 1 a 0 y la “Rana” encaró, gambeteó y provocó el tiro libre en la puerta del área que ejecutó Pasarella y Luque tomó el rebote, para convertir el gol del empate parcial.
“La Rana” estuvo en aquella final ante Independiente en enero del ‘78, y no pudo evitar el “Milagro Rojo” en la Boutique, pero nadie podrá olvidar a ese equipo con Guibaudo; Astudillo, Galván, Binello y Ocaño; Reinaldi, Ludueña y Valencia; Bocanelli, Bravo y Cherini. Un equipo que los hinchas de entonces y los amantes del buen fútbol recitaban de memoria, dirigido por el entrañable “Sapo” Roberto Marcos Saporiti.
Fueron años de un Talleres protagonista, que obligó a crear la resolución 1309, que permitió sumarlo a los viejos Metropolitanos, en 1980, como indirectamente afiliado a la AFA.
Ese equipo albiazul fue múltiple campeón de la Liga Cordobesa, ganó la Copa Hermandad contra los mejores equipos del interior del país, en 1977. Para sostener a las figuras de ese costoso plantel, Talleres realizó giras por Atenas, Estambul, Málaga, Guatemala, Los Ángeles, la ex Zaire (ahora Congo), entre otros países.
En esos años Talleres peleaba los campeonatos entre los de arriba de la tabla, brindando auténticos recitales cada fin de semana.
“El primer violín de la orquesta”, escribía la revista El Gráfico, en el segundo lustro de los ‘70, para describir el fútbol de Valencia y de Talleres.
Valencia jugó dos mundiales, en el ‘78 fue campeón y el ‘82, donde nuestra Selección decepcionó. Se enamoró de Talleres y de Córdoba, nunca quiso irse, rechazó ofertas de los grandes del fútbol argentino, del Real Madrid y del Zaragoza.
Don Amadeo Nuccetelli era como un segundo padre para la “Rana”. Había tanta confianza que ni siquiera era necesario firmar un papel, un contrato, bastaba, como en los viejos tiempos (cuando la palabra valía más que dólar) un sincero apretón de manos para sellar el acuerdo.
Durante 12 temporadas José Daniel Valencia lució orgullosamente la camiseta de Talleres, desde 1975 a 1985, y tuvo una segunda etapa sobre finales del ‘86 y en el año ‘87.
En 1986 jugó en Ecuador, en la Liga Universitaria, pero volvió a la “T”. En los años 88 y 89 estuvo en Guaraní Antonio Franco de Posadas.
Se hizo compinche y entrañable amigo con Diego Maradona, desde aquella concentración en Villa Marista, previa al Mundial ‘78, cuando Diego quedó fuera de la convocatoria final, jugando en el mismo puesto de la “Rana”.
Con Diego fueron compadres en la cancha, donde apostaban para ver quién hacía más caños en un partido y en la vida, porque Maradona es el padrino de María Inés, una de las hijas de Daniel.
Maradona, ya retirado, vino a Córdoba para jugar en la despedida de Valencia, en noviembre del 2000 en el viejo Estadio Córdoba. Maradona jugó un tiempo con la camiseta de la Selección, el otro con la de Talleres y convirtió un golazo inolvidable.
La “Rana” fue a visitarlo a Diego en Cuba, en el peor momento de su enfermedad. Cuentan que solían encerrarse a cantar por horas en una habitación.
De allí, se conocieron las aptitudes de la “Rana” como imitador de Sandro, que se hizo pública en una reunión de una filial de Talleres en Sinsacate y causó sensación cuando la subieron a las redes.
Lo paradójico es que Valencia prefiere a Charly García, a Juanca Baglietto, al Flaco Spinetta y es del palo del rock Nacional.
Valencia es una “Rana” distraída y particular. El 25 de junio de 1978, el día que Argentina se consagró campeón del mundo, decidió repentinamente volverse a Jujuy porque extrañaba a su mamá, a Blanca. Le dejó una nota en hotel al “Profesor” Pizzarotti diciendo que se iba, agradeciendole por todo. La “Rana” no asistió a la cena de los campeones, donde entregaban los premios, eligió celebrar con su gente.
Cuando llegó a su casa por un camino alternativo, su madre no estaba. Es que todo Jujuy fue a esperarlo a una Avenida céntrica para festejar y homenajearlo, también su mamá estaba allí.
La “Rana” no pudo retirarse en su amado Talleres. Sobre el final de su carrera terminó dando cátedra en el fútbol de Bolivia, donde dejó una imagen insuperable y se fue como ídolo en el Jorge Wilsterman y en San José, donde jugó la Libertadores y a los 37 años, en 1993, se retiró del fútbol.
A Valencia nunca lo tentaron las luces, ni los dólares de los grandes de Buenos Aires, ni de los poderosos de Europa. “La Rana” eligió lo que le dictaba su corazón albiazul.
Valencia eligió vivir en su propia luna. Tal vez porque, veía cosas que el resto no podía percibir, como en la cancha. Tal vez por eso Menotti le decía: “Daniel usted tiene ojos en la nuca”.
José Daniel Valencia es Tallleres, optó por Talleres, respira Talleres.
En 2013, en una carta abierta a los hinchas, pidió, que cuando Dios lo llame, sus restos descansen en la Boutique de Barrio Jardín.
La “Rana” era la gambeta que asombraba, la inteligencia que inventaba, el perfil que nunca confesó sus intenciones, ni si era zurdo o derecho, apenas un detalle de su talento.
La “Rana” nació en una cancha. En su patio había arcos y tribunas.
Hacer magia con una pelota era su juego preferido.
Como con ella hacía lo que quería, sólo le dio pelota a lo que él creyó que lo merecía, a lo que lo hacía feliz.
La Universidad del fútbol le dio un título de campeón del Mundo que nada, ni nadie podrá quitarle. Que cada año cotiza mejor en la Bolsa de los recuerdos.
El fútbol le brindó el cariño de una hinchada a la que le regaló jornadas de fiesta y a la que nunca traicionó.
Jujeño de nacimiento, Córdoba lo adoptó entre sus personajes más queridos.
Valencia fue una “Rana” de patas flacas, a la que la magia de una pelota lo convirtió en “Príncipe” del fútbol.
Colorín, colorado, el cuento de la “Rana”, no ha terminado y siempre deberá ser recordado.
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