¡Ah, los artistas...!

Hace tres semanas, Bono, el líder de la banda irlandesa U2 y tal vez el más famoso activista de izquierda de la élite artística mundial, le dio una entrevista al New York Times. Y sorprendió. Dijo: "Como activista terminé en un lugar muy diferente al que empecé. Yo pensaba que si simplemente distribuíamos la riqueza, entonces se resolvían todos los problemas. Ahora sé que no es verdad. Es raro cuando te das cuenta de que la rampa para salir de la pobreza extrema es el comercio, el capitalismo emprendedor".

Haberlo dicho antes, Bono. Porque te pasaste 30 años poniendo tu enorme influencia al servicio de una propaganda falsa.

Joaquín Sabina, una especie de Bono en el mundo de habla hispana, acaba de decir algo parecido al irlandés: "Ahora ya no soy tan de izquierdas, precisamente porque tengo ojos y oídos para ver lo que está pasando". Mirá vos.

En particular, sobre Cuba, dijo: “Fui amigo de la revolución y de Fidel Castro. Pero ya no lo soy, no puedo serlo. Ahora estoy del lado de los que se manifiestan y de los que se exilian de la isla”.

Mirá qué bien. ¿Qué dirán los millones de exiliados, los ahogados en el Caribe y sus familiares, víctimas de dictadores que en parte sobrevivían porque cantantes, actores, escritores y demás artistas de variedades como Sabina se pasaron 5 décadas aplaudiendo con necedad unicornios azules que eran una fábrica de miseria y represión?

Y Bono y Sabina al menos muestran cierta honestidad intelectual. Como el uruguayo Eduardo Galeano. En 2014 el escritor declaró que él no volvería a leer su propio best seller "Las venas abiertas de América latina". Dijo que, de hacerlo, se "caería desmayado" porque, admitió, cuando lo escribió "no sabía de economía ni de política".

Qué confesión. El libro tal vez más influyente en la construcción de la hegemonía populista de izquierda en América latina fue escrito por alguien que no tenía conocimientos elementales.

Hay algo perverso en este dispositivo del artistazgo, donde los artistas se presentan como sacerdotes de alguna especie de verdad utópica a los que hay que seguir. Primero, damos por sentado que los artistas son intelectuales que tienen un conocimiento superior al nuestro, aunque sean sólo un cantante o un actor. Después, asumimos que encarnan la bondad, aunque sean tan humanos como nosotros.

Muchos artistas explotan esa inocencia popular. A las 16.30 se rasgan las vestiduras por la ballena franca, a las 17 firman la solicitada contra el FMI y a las 17.30 se sacan la foto con una hoja tamaño A4 que dice: "Todos somos x". La solidaridad no se le niega a nadie. Te construye una imagen de "bueno", de "comprometido", de "intelectual". Y es gratis: en la mayoría de los casos no hay que ensuciarse los deditos. Y viene con publicidad de arriba y contratos de gobiernos y ONGs.

Después, sólo muchos años después, los más honestos dirán la verdad: que no tenían ni idea, que se equivocaron. Como Bono, Sabina o Galeano. Mientras tanto, habrán llevado al error a millones de personas que confunden una canción bonita con un duro tratado de política económica.