El gobierno loteado

Mapuches, hinchas, inflación, salarios... cualquiera de las cosas que suceden a diario deja expuestas lo que todos vemos como "internas" en el gobierno. Pero es un error. No son internas. Las internas son peleas entre políticos que pujan por desplazarse unos a otros, por reemplazarse unos a otros.

Pero eso no es lo que prevalece en la coalición K que gobierna la Argentina. Acá lo que prevalece es el loteo del Estado entre distintos sectores internos que tienen distintos libretos, distintas recetas, que son incompatibles entre sí, que sólo pueden generar caos. 

Por eso tenemos la sensación de un gobierno que parece una gallina a la que le cortaron la cabeza, que va dando bandazos de un lado para otro. Es la famosa falta de plan. No es que no tiene un plan. Cada uno tiene un plan distinto.

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Por ejemplo, una facción, representada por la ministra de la Mujer, Elizabeth Gómez Alcorta, promueve, romantiza e impulsa las llamadas políticas identitarias, que reivindican al extremo cuestiones de género, étnicas, de orientación sexual, entre otras.

Esa reivindicación, llevada al extremo, puede llevar a enfrentamientos. Al caos. Es lo que pasó en Villa Mascardi. Y otra facción del gobierno, el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, pueden hacerse los distraídos demasiado tiempo, hasta que la reivindicación se transforma en crimen. Entonces Gómez Alcorta renuncia. No es que quiera voltear a Aníbal. Ni Aníbal a ella. Simplemente no hay objetivos de gobierno compatibles. Es el Estado loteado. Pueden ir juntos por un rato, hasta que no da para más. Uno alienta lo que el otro tendrá que reprimir.

Los ejemplos son múltiples. A la legisladora Ofelia Fernández, que acusó a la policía de Rodríguez Larreta de apretar a los secundarios que se quejaban de sus sandwichitos de jamón, no le quedó otra que pedir la renuncia de Sergio Berni después del muerto en la represión a los hinchas de Gimnasia. No es que Ofelia quiera desestabilizar la gestión de Kicillof. Simplemente, ella también alienta en una ciudad opositora el mismo caos que su partido tendrá que reprimir en la ciudad de al lado.

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Lo mismo pasa con el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, que también está bajo fuego. El cristinismo más ideologizado lo acusa de no hacer nada para frenar la caída de los salarios. Pero resulta que esa misma casta política es el que vive de un gasto público desbordado que genera la inflación. Y la inflación se inventó precisamente para licuar salarios. No es que quieran reemplazarlo a Moroni. No, simplemente quieren la chancha y los 20. Y que Moroni haga un milagro imposible.

Es una profunda incoherencia que viene de fábrica. Cristina y Máximo le ruegan a Sergio Massa que por favor asuma en Economía y consiga dólares. Massa hace lo único que puede hacer para frenar la sangría de dólares: devaluar en forma más o menos disimulada. Claro, eso le mete más nafta a la inflación. 

Entonces Cristina y Máximo lo acusan de trabajar para los especuladores. Es como exigirle que haga llover y luego quejarse por haberse mojado. Pero no importa: los gobiernos loteados son ideales para no hacerse responsables y limitarse a exigir que llueva con sol.