El relato "K" también está perdiendo con el pasado

El kirchnerismo está en decadencia. En el presente tiene la perspectiva sombría de las elecciones, este domingo. Para adelante, ya está claro que carece de un plan y de una conducción para manejar la crisis argentina. El tema es que también está perdiendo con el pasado, con el relato, lo más preciado para Cristina Fernández.

Un ejemplo es la idealización romántica del pasado terrorista de Montoneros, ERP y otras organizaciones de los 70. Fue fundamental para apropiarse de los organismos de derechos humanos y del corralito intelectual rentado por el Estado.

Esa idealización se está licuando. Muchos de aquellos idealistas que eran útiles para que contaran lo mucho que sufrían por la pobreza y ocultaran sus crímenes, empiezan a ser impresentables.

Por ejemplo, ayer, el exsenador Miguel Ángel Pichetto, rionegrino, entrevistado en Cadena 3, volvió a cuestionar a los grupos autoidentificados como mapuches que pretenden una insurrección en la Patagonia. Para deslegitimarlos dijo que están asesorados por abogados exmontoneros como Roberto Perdía. No sólo eso. El líder de la RAM, Jones Huala, fue defendido en Chile por el embajador argentino Rafael Bielsa, otro exmontonero. Pichetto también atribuye a Carlos Zannini, procurador del Tesoro, la insólita decisión del Estado de retirar su querella por usurpación de tierras de parques nacionales.

O sea: lo que antes legitimaba, hoy mancha. Quedó lejos el primer gobierno de Cristina, cuando se fundó La Cámpora en homenaje al efímero gobierno montonero. Lejos el 2011, cuando en el funeral de Néstor Kirchner una masiva participación de jóvenes se presentó como "trasvasamiento generacional". Muy lejos el 2012, cuando diputados K tanteaban un regreso de Mario Firmenich a la política argentina y su hijo era marketineado como fundador de La Cámpora en Córdoba.

Todo eso ha ido quedando anacrónico. Y el pasado está siendo revisitado.

La semana pasada, por ejemplo, un grupo de entidades, con apoyo de diputados, le pidió a la Justicia Federal que califique de lesa humanidad e imprescriptible el atentado de Montoneros que en 1976 dinamitó la Superintendencia de Seguridad Federal y asesinó a 24 personas.

Y lo anacrónico da paso a lo esperpéntico. Uno de los 232 veedores que el dictador nicaragüense Daniel Ortega llevó para aplaudir su reelección en una elección con opositores encarcelados fue precisamente Mario Firmenich. Sólo sirve para confirmar que los terroristas argentinos sólo se acuerdan de la democracia y la república a la hora de beneficiarse con las garantías de la justicia burguesa y a la hora de cobrar indemnizaciones.

Ni siquiera el mundo ayuda. En el auge del relato K, todavía no era tan pero tan obvio que Daniel Ortega fuera un dictador, ni que Chávez, que aún vivía, había empezado a destruir la economía y la democracia venezolana. Y Cuba todavía no se había dolarizado. Todos esos aliados, a los que Cristina Kirchner le encantaba abrazarse para sacar chapa de progre ya son lo más reaccionario que queda en el continente. Lo mismo que le está pasando al relato.