La quinta pata del gato
26/11/2021 | 10:30 |
Adrián Simioni
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Mientras la situación financiera de la Argentina se torna cada vez más endeble, el gobierno se hunde en una mezcla de cortoplacismo, improvisación y, sobre todo, incertidumbre.
Nadie sabe, nadie puede decir, cuál es el proyecto de gobierno, qué camino elegirá entre extremos que van desde una radicalización a la venezolana hasta un giro a la ortodoxia económica de la mano del FMI. Ambas cosas son perfectamente creíbles en la Argentina, que hoy es una cañita voladora.
Sobre ese vacío de confianza navega el barco de Alberto Fernández. Y sus remeros reman cada uno para el lado que le pinta. El ministro de Economía quiere subir las tarifas pero sus secretarios de Energía no le obedecen y, al revés, Máximo Kirchner se las baja aún más por ley. El secretario de Comercio quiere subir retenciones a la carne para controlar el precio interno pero su jefe lo desautoriza. Los ricos y famosos del cristinismo vomitan en contra de un acuerdo de racionalidad económica con el FMI y los albertistas les aseguran bajo la mesa a empresarios incrédulos que el gobierno no va a romper con el Fondo. El jefe del Banco Central dice que habrá acuerdo si el FMI da más plazo y cobra menos tasas. El jefe de Gabinete Juan Manzur intenta poner algo de certidumbre. Dijo ayer en una reunión empresaria que el gobierno "va a buscar por todos los medios un acuerdo con el FMI". Pero después tiene que pasar por el besamanos cristinista y aclarar que el gobierno quiere que el FMI "acepte un acuerdo que nos permita continuar con el proceso de crecimiento".
Más ambigüedad. Mientras corren los días. Para marzo Argentina con seguridad no podrá evitar un default con las naciones del mundo reunidas en el FMI y en el Club de París. No hay más tiempo para firuletes, para seguir jugando a dos puntas.
Ni siquiera hay un presidente capaz de tomar una decisión creíble. Alberto Fernández podrá jurar y volver a jurar que la Argentina esquivará el precipicio. Pero su palabra hoy no vale nada. La que tiene que hablar es Cristina Fernández. Los mercados financieros sólo creerán que la Argentina hará un ajuste racional si ella dice, sin intermediarios, que lo apoya. Pero la vicepresidenta calla. Una mezcla de cobardía, mezquindad política y falta de patriotismo se está llevando los últimos jirones de su centralidad política. Y ella no parece decidida a ponerlos al servicio del presidente que ella misma sentó en la Casa Rosada.
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