La quinta pata del gato
24/06/2021 | 13:08 | Por Adrián Simioni.
Adrián Simioni
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Ganado en pie, no; argentinos en pie, sí
La noticia de que Finlandia busca trabajadores ha puesto a volar el deseo y los sueños de muchísimos argentinos. Básicamente, gente que desea trabajar. Pero que no puede hacerlo en Argentina. Quieren irse. Ya se han ido. Se siguen yendo. En otros lados, todos trabajan. Acá no.
Es raro que no nos sorprenda el hecho de que Argentina prohíba trabajar e invertir. Tal vez ya somos una sociedad de parásitos, demasiado acostumbrada a asaltar a los pocos que lo hacen.
Un ejemplo caliente. Ferias comerciales como las que dieron origen a La Salada expanden su modus operandi por el país. El organizador puede estar en blanco. Pero los miles de locales eternamente precarios de 2x2 que alquilan el espacio, sus proveedores y sus empleados en negro, no tanto. Para el comercio legal, asfixiado de impuestos, convenios laborales y regulaciones burocráticas, es imposible competir. Pero eso no es todo. El pobrismo de las saladas, al ser informal, encima puede cobrar subsidios de todo tipo (desde jubilaciones, asignaciones, tarifas sociales) que se financian con los impuestos que ahogan al comerciante ahorcado.
Un ejemplo muy muy arriba. Los dueños de petroleras privadas pagan un impuesto a la riqueza irracional que no existe ni en Finlandia. Y con lo que se recauda se paga la ineficiencia llena de acomodados de YPF. O sea, el competidor de YPF le tiene que regalar las inversiones a YPF. No es que en Argentina no haya premios y castigos. Es que se castiga al mejor obligándolo a ceder su capital para premiar al peor.
Un ejemplo joven. Miles de informáticos, traductores y telemarketineros trabajan para el exterior. Exportan servicios. Cobran en dólares. Pero si los traen al país el Banco Central los estafa dándoles apenas 100 pesos por dólar. Pierden el 50% de su ingreso. Encima, ese dólar a 100 se lo dan a un importador de computadoras que las embala en Tierra del Fuego con la excusa proteccionista de crear empleos. Y que luego le vende la compu al joven traductor argentino a un dólar de 160. La salida para estos chicos es clara: Ezeiza.
Los ejemplos son infinitos. Todos señalan lo mismo: en Argentina trabajar en algo que no sea calentar una silla en el Estado, es ser víctima del afano, es resignarte, de entrada, a que la inflación te coma siempre el salario y el ahorro. Está prohibido el trabajo honesto, verdadero, legal y sin subsidio. Los mismos argentinos, en el extranjero, pueden trabajar. Acá, en esta catástrofe de haraganes, ñoquis, acomodados y chantas, esos mismos argentinos, no pueden.
El país de las vacas acaba de prohibir que se exporte carne vacuna, otra vez, castigando al ganadero que invirtió y trabajó. Prohibimos exportar los mismos argentinos, en el extranjero, pueden trabajar. Acá, en esta grotesca catástrofe de haraganes, ñoquis, acomodados y chantas, esos mismos argentinos, no pueden trabajar. carne. Pero no nos molesta exportar jóvenes. No es ganado en pie lo que vendemos, ah, no eso no, por dios! Pero si son argentinos en pie, dale nomás. A ellos podemos seguir exportándolos. Eso a nadie le molesta.
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