La quinta pata del gato
14/12/2022 | 11:37 |
Redacción Cadena 3
Adrián Simioni
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La camiseta imaginaria
Es raro lo que pasa en los Mundiales con nosotros, los desfutbolizados, los sinequipo, los contramultitudes, los antihinchada, los que fuimos a una cancha hace décadas y a los 15 minutos nos fuimos, aburridos como ostras.
A nosotros el fútbol no nos importa. Nada. Nunca.
Pero... en los Mundiales, algo nos pasa. Volvemos a pensar, como cada cuatro años, que tanta gente no puede estar equivocada. Y vemos el primer partido como una especie de concesión, como diciendo, "bueno, vamos a ver qué pasa". Y poco a poco nos empezamos a entusiasmar.
Poco a poco conocemos a algunos jugadores, a recordar sus apellidos y, de golpe, ya en el primer partido se nos escapa un "uhhhhh" ante algún gol que no sucede. Ahí es donde nos volvemos insoportables para el resto.
Decimos bolazos, preguntamos obviedades, comentamos cosas absurdas. La gente buena nos trata con condescendencia y nos responde con amabilidad. Como le responderían a un extranjero que se pone a hablar de asado. Gracias.
Y a medida que avanza el Mundial nos crece el asombro y la sensibilidad. Nos conmueven esos dos nenes a los que vemos jugar mientras ellos mismos se relatan su propio juego, completamente convencidos de que son la versión más grande de Messi.
Nos emociona esa impresión que nos dan los 26 jugadores del Seleccionado de que en verdad juegan por los colores y no por la plata; de que en verdad se sienten más amigos que colegas.
Nos asombra que puedan ser lo único capaz de flotar milagrosamente por sobre nuestra grieta.
Nos preguntamos, como todo el mundo, si Julián Álvarez pisó alguna vez el suelo en su viaje eterno del mediocampo hacia el gol.
Y sobre todo nos eriza la piel esa explosión de alegría en la calle, dos adolescentes envueltos en una bandera besándose arriba de un semáforo, las nenitas asombradas a cococho del papá, la 4x4 tocando la misma bocina que el Renault 12. La idea de que, por una vez, podemos compartir algo extraordinario todos juntos.
No somos hinchas, pero sabemos que estamos ante un milagro de alegría. Y no, la mayoría de nosotros no nos metemos en el medio de la multitud, ni hacemos sonar la vubuzela, ni agitamos la bandera, ni mucho menos tiramos papel picado.
No es que no nos tiente, pero nos da pudor. Nos sentiríamos unos impostores si lo hiciéramos. Pero igual tenemos puesta la camiseta. No es la oficial. Ni siquiera es la trucha comprada de apuro en alguna rotonda.
Es una camiseta imaginaria, pero es tan celeste, blanca y orgullosa como todas las demás. Se los digo yo, que de esto sé mucho. Y el domingo vamos a estar allí, firmes, haciendo lo mismo que hicimos ayer para respetar nuestras cábalas siempre nuevas, sin antigüedad. Vamos Argentina, carajo. Vamos a ganar.
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