Kicillof respaldó a Espinoza en un acto público en La Matanza.

La quinta pata del gato

La cultura de la cancelación ¿ya terminó y fue una jodita de Tinelli?

22/05/2024 | 11:22

 

Redacción Cadena 3

Adrián Simioni

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La cultura de la cancelación ¿ya terminó y fue una jodita de Tinelli?

Hasta hace muy poco tiempo el procesamiento por abuso sexual del intendente K de La Matanza, Fernando Espinoza, habría dado lugar a su ostracismo inmediato. Los colectivos verdes hubieran exigido que lo expulsaran hasta del infierno, las actrices nacionales y populares hubieran clamado sororidad y los machos alfa del conurbano que hace unos años supieron deconstruirse en 5 minutos habrían dicho que se lo merecía.

Pero ahora nada de eso sucedió. Todo lo contrario. La vicepresidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau, consideró que el pedido del PRO para repudiar al intendente era “biri-biri” y “una paparruchada”. Axel Kicillof, gobernador bonaerense, corrió a abrazarse a Espinoza para que les hicieran una foto de respaldo. No fue solo el kirchnerismo: hasta los diputados de izquierda se negaron a condenar a Espinoza. Te descuidás y resulta que Espinoza tiene más defensores hoy que los que tuvo en su momento Thelma Fardín.

Es obvio que estamos ante un caso más de doble discurso, doble rasero, doble vara, hipocresía y cinismo. Nada nuevo en la política.

Pero tal vez estemos ante algo más. Tal vez estemos ante el reflujo de la cultura woke, que hace unos años se radicalizó a partir de las políticas de inclusión y las estrategias de poder sectoriales, que se basaron en reivindicar identidades discriminadas: las mujeres, los pueblos originarios, los homosexuales y otros grupos constituidos a partir de condiciones de origen, de religión, de etnia, de orientación sexual o de género. El kirchnerismo, con Cristina Fernández, fue el que en Argentina basó su estrategia en adjudicarse la representación de estos grupos particulares.

Pero esa estrategia de poder fracasó. Por una razón muy sencilla: era dar respuestas particulares a las violencias particulares de cada grupo, mientras no se daba respuesta a la inflación y a la seguridad que castigan a toda la sociedad, sin importar si son excluidos o incluidos. Sin importar si se trata de un varón adulto católico casado con dos hijos, perro y gato, de origen europeo con trabajo en blanco en una empresa de primera línea o de una chica que no encuentra cómo decirle a su mamá soltera cuál es su orientación sexual, que no pudo terminar la secundaria y es explotada en negro en un puesto de la feria La Salada.

Tal vez por eso el kirchnerismo pasó de soltarle la mano de inmediato al exgobernador de Tucumán José Alperovich en 2019 (cuyo juicio se retomará el 3 de junio) a poner las manos en el fuego ahora por Espinoza.

Tal vez por eso aquella radicalización –que llevó a algunas militantes feministas incluso a sostener que cualquier acusación contra un hombre debía ser tomada por cierta aunque más no fuera para que él pagara los siglos de opresión machista- está en reflujo. Ya nadie intenta hacernos hablar con la “E”. La cultura de la cancelación sin juicio parece estar cediendo. 

La política basada en la inversión de los prejuicios, parece ir hacia el ocaso, porque no rindió políticamente a los que se montaron en ella. Ojalá nos quede el aprendizaje, una sociedad menos discriminadora, menos excluyente, más justa y más plural y libre que la que teníamos antes y sin las condenas sin juicio, sin los ostracismos mediáticos, sin la cancelación automática, sin la supresión lineal del otro en la que nos radicalizamos en algún momento.

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