La pandemia que no se termina de ir

Les traigo un dato de hoy que me llamó mucho la atención: en los últimos tres meses, más de un tercio de los empleados argentinos, el 36%, faltó a su trabajo por la pandemia. La cifra surge de una encuesta de la consultora Randstad y es elevada. Muchas cámaras empresarias han planteado su preocupación por los costos y los problemas operativos que esto implica. Y han pedido adecuar protocolos, pero eso va lento.

Lo curioso además es que casi el 10% de los faltazos han sido por contactos estrechos. La verdad, el tema de los contactos estrechos parecía más lógico cuando el Covid todavía no se había extendido tanto y por lo tanto los contactos aún eran más o menos rastreables y todavía no existía la vacuna. Pero ahora ¿quién sabe si ha estado o no en contacto estrecho con alguien? El virus está en todas partes e incluso es muy probable que tengamos el virus pero no lo sepamos. ¿Sigue siendo una razón válida para complicar la actividad económica?

El punto parece ser uno más de los muchísimos lastres que mantenemos de la pandemia. En el Estado, ni hablar: recién hace tres semanas la Nación decretó la vuelta a la presencialidad plena, aunque con innumerables excepciones.

Es más; todavía rigen, hasta fin de junio, la prohibición de despidos y la indemnización por despido agravada, ahora en un 25%. Son todas normas justificadas en la cuarentena y la catástrofe de la pandemia, pero que hoy simplemente suben los costos y traban los cambios en las empresas.

El lastre pandémico excede por mucho el tema laboral y empresario. Se nos ha metido en la vida. En Córdoba cumplimos a rajatabla con el barbijo en los súper. Las cajeras y cajeros hace más de años que respiran a medias. Pero salimos del súper, nos metemos en cualquier otro negocio, y es un viva la pepa. Entramos a un restaurante con barbijo, pero lo quitamos apenas nos sentamos. Sin embargo el mozo tiene que estar todo el tiempo con el bozal puesto ¿qué lógica sanitaria tiene eso? Hay países que siguen exigiendo un testeo negativo para volar, pero no para viajar en colectivos y trenes. Otra vez: ¿cuál es la lógica sanitaria a estas alturas?

Es la parte de la pandemia que se resiste a cambiar. No quiere decir que no tengamos que cuidarnos más, pero hay cosas a las que nos hemos acostumbrado. Algunas ya son absurdas, pero nos parecen de lo más normal.