La quinta pata del gato
09/07/2021 | 11:43 | Por Adrián Simioni.
Adrián Simioni
Como sucede casi siempre, la Argentina, sobre todo su gobierno, está reaccionando a la defensiva frente a la voluntad declarada de Uruguay y Brasil de liberalizar el bloque, de abrirlo a la competencia internacional.
Esa reacción defensiva tuvo ayer un fuerte símbolo. El gobierno argentino, organizador de la Cumbre, una vez que terminó de hablar Alberto Fernández, cortó el audio de los demás colegas del Mercosur.
Y ahora, el ex canciller de Cristina Fernández e integrante del Instituto Patria, Jorge Taiana, acaba de decir que el anuncio de Uruguay de que se asociará a otros países sin esperar el permiso argentino, es una "bravuconada".
La verdad es que Argentina, si quiere, puede enojarse con Uruguay o ignorar a Brasil. O descartar todo como caprichos derechosos de Jair Bolsonaro o de Luis Lacalle Pou.
Pero lo que no puede hacer Argentina es seguir creyendo que el mundo es como lo desea el kirchnerismo gobernante, un proteccionismo disfrazado de nacionalismo, una postal sepia de la década de 1950 en la que sólo hay industria si se fabrican bulones y se usan llaves pulsianas. Esa vocación por el atraso es el lastre que nos ahoga.
El especialista Marcelo Elizondo explicó por qué la del Mercosur no es una crisis de caprichos, sino la de un bloque, que tal como se armó, ya no tiene lugar.
Dice Elizondo:
La tecnología ha hecho intangible el valor. Lo saben las decenas de miles de argentinos que exportan servicios informáticos apretando un botón. Los gobiernos ni se enteran. No hay más aranceles, cuotas ni posibilidad de prohibir esos flujos intangibles.
Los países se asocian ya no por cuestiones comerciales difíciles de controlar, sino por similitudes políticas e institucionales. Todos comercian, pero los democráticos se juntan entre sí y las autocracias entre ellas. Brasil y Uruguay también están señalando ese rumbo en esta discusión.
En 30 años los impuestos promedio a las importaciones cayeron en el mundo de 15 a 5%. En el Mercosur siguen siendo superiores al 12%. Mantener esos impuestos significa reducir el poder de compra de los ciudadanos y encarecer las inversiones productivas.
Por último, los protagonistas del comercio son grandes plataformas que llamamos empresas. Para exportar no basta tener productos baratos a fuerza de salarios de miseria. Y esas grandes plataformas no se crean, ni se instalan ni crecen en países marginales.
Podemos enojarnos con Uruguay. El problema es que, por miedo, por ignorancia, por incompetencia o por cobardía política, nos quedemos cada vez más solos, en un arrabal miserable del que hasta nuestros vecinos más cercanos se mudarán tarde o temprano.
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