La quinta pata del gato
26/08/2021 | 11:50 |
Adrián Simioni
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Los costos del chauvinismo canchero
El 21 de julio de 2008, hace 13 años, Cristina Fernández sorprendió con el anuncio de la estatización de Aerolíneas Argentinas. Cuatro días antes los senadores le habían volteado en el Congreso a Cristina la resolución 125 por la que la expresidenta había ido a la guerra con el campo. Y había pirado. Un disparo en el pie, como se decía entonces.
Los senadores le voltearon mucho más que la 125. Le liquidaron por un tiempo el orgullo y la soberbia. Fueron noches en las que los K llegaron a pensar en una renuncia. No lo hicieron. Y entonces se pusieron a ver cómo recuperar la iniciativa política. El exsecretario de Transporte y corrupto condenado Ricardo Jaime ya venía interviniendo en el concurso de acreedores de Aerolíneas, entonces en manos del grupo Marsans y, como siempre, deficitaria.
Les vino como anillo al dedo. La propaganda de la dictadura había instalado para siempre en los argentinos que Aerolíneas Argentinas era parte de la soberanía del país. Era papita para el loro. Anunciar una reestatización era darse un baño de progresismo nac&pop. No importaba que los K hubieran apoyado la privatización previa, en el menemismo. El chauvinismo de los ignorantes traga cualquier cosa. El tema ayudaba a partir la sociedad en dos: los progres buenos estatistas y patriotas de un lado y los neoliberales malos y cipayos del otro. Aún en el piso, CFK se apropiaba así de la primera mitad.
Hubo gran canchereada. Marsans decía que la empresa valía más de 600 millones de dólares. Pero Jaime decía que tenía patrimonio negativo de 800 millones de dólares. Y que la iba a comprar por un peso. La confusión era total: unos hablaban de intervención, otros de estatización, otros de confiscación, otros de nacionalización. No importaba. Total las mayorías K y sus aliados útiles le habían sacado con fritas una ley con la que se quería hacer cubrir cualquier cosa. Y fue así. Argentina no pagó.
No les importó que la privatización de Aerolíneas hubiera establecido como árbitro al tribunal Ciadi del Banco Mundial. Pasaron los años. Cuando terminaba el gobierno de Macri el Ciadi falló. Argentina debía pagarle 327 millones a los herederos de Marsans. Pero Argentina luego no pagó. Entonces ahora los acreedores fueron a la Justicia de Nueva York, donde los cancheros argentinos nos hemos cansado de perder un juicio tras otro luego de tantos años de mala praxis, de improvisación, de chantada, de decisiones políticas que no se tomaban para mejorar un servicio sino para poner una curita en el orgullo herido de una presidenta ofuscada.
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