La quinta pata del gato
21/09/2021 | 11:00 |
Adrián Simioni
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Ni barbijos ni barbijas
Al final, los políticos “comprometidos con el pueblo” no tenían tantas convicciones. Ni el gobierno de científicos tenía tantas evidencia. Sólo tenían ideología. La convicción de que haciéndose los talibanes capaces de encerrar a los díscolos sus imágenes trepaban pum para arriba. Y la certeza de que, con repartirles fideos a los subsidiados, les iba a ir bien en las elecciones.
Dos veces dejaron a miles de argentinos varados durante meses innecesarios en el exterior, por capricho. Forzaron la quiebra de miles de comercios, por capricho. Les quitaron dos años de clases efectivas a los chicos más pobres, por capricho. Les impidieron trabajar a los padres pobres de esos chicos pobres, por capricho. Cosas que había que hacer por prevención, las hicieron mal. O las prolongaron tanto en el tiempo que fueron más dañinas que la enfermedad.
El 20% de fanáticos, muchos conchabados a sueldo del Estado, autopercibidos progresistas junto a la estufita de Netflix, les aplaudían los delirios en los balcones primero, en los vacunatorios después. Mientras todos hablaban, eso sí, con la “e”.
El domingo de las Paso los votos fueron un baldazo de agua fría: se avivaron de que hacía rato habían dejado de entender a la gente común. Habían pasado demasiado tiempo dándose manija unos a otros e ignorando olímpicamente lo que pasaba en la calle.
Por eso bastaron las elecciones para que, de golpe, todo lo que antes era imprescindible ahora resulta innecesario. El barbijo no es obligatorio para que una jubilada tome sol en una plaza. Y no es necesario prohibir sin aviso el aterrizaje de aviones para castigar como traidores a la Patria a quienes tuvieron el tupé de viajar. Ya no es necesario regalarle las escuelas a Ctera para que el sindicato K decida si las escuelas vuelven o no de una buena vez a la normalidad total.
Así como antes tomaban las medidas por razones demagógicas, ahora toman las contrarias, también por razones demagógicas.
Por eso el cambio trasciende las medidas de la cuarentena, y abarca terrenos más sutiles, donde el kirchnerismo también se encerró en un country con pileta y no tomó nunca más un bondi. El del lenguaje inclusivo es un caso notorio. Desde el domingo, se terminó el uso de la “e”, en la carta de Cristina casi no hay “todos y todas” y al nuevo jefe de Gabinete de ministros machotes, Juan Manzur, ni se le cruzó hablar de “barbijos y barbijas” cuando hace un rato dio de baja la obligatoriedad del tapabocas.
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