Cómo hará Milei para llegar a una inflación del 18%

El discurso del presidente Javier Milei ha dejado una serie de reflexiones que merecen ser analizadas desde una perspectiva económica. El presupuesto no es un mero pronóstico, sino una manifestación de cómo se piensa recaudar, a quién se le cobrarán impuestos y cómo se planean gastar esos recursos. En este sentido, el mensaje del presidente parece estar más orientado hacia la política que hacia la economía en sí misma.

Desde el ámbito económico, lo que se puede deducir es que el presidente intentará controlar la devaluación mensual del peso argentino, que actualmente se sitúa en un 2%. El objetivo es que esta devaluación converja con una inflación anual del 18%. Para lograr esto, será necesario ajustar tarifas y reducir subsidios, en un contexto donde los precios de la energía han mostrado una baja a nivel global.

La promesa del presidente es clara: no se gastará más de lo que se ingresa. Cualquier ingreso extra se destinará a la reducción de impuestos, tanto a nivel nacional como provincial. Sin embargo, es crucial entender que la distorsión que generan los ingresos brutos en las provincias puede desalentar la actividad económica, lo que a su vez afecta la recaudación. Algunos territorios, como Córdoba y Santa Fe, tienen un sector privado robusto, pero otros dependen en gran medida del gasto público, lo que plantea un dilema sobre quién financia el déficit.

El discurso también refleja una crítica a la historia económica reciente de Argentina, donde el déficit fiscal ha sido una constante. La falta de financiamiento externo obliga a recurrir a la emisión de dinero, lo que históricamente ha conducido a más pobreza e inflación. En este sentido, la voluntad política de equilibrar las cuentas es necesaria, pero no suficiente si no se acompaña de una estructura económica sólida.

Planteo una pregunta interesante sobre la viabilidad de las metas propuestas por el presidente. La respuesta parece depender más de la voluntad de cambio de la sociedad que de la política misma. ¿Querrán los argentinos competir y esforzarse por un futuro mejor, o preferirán un modelo asistencialista? La historia de otros países que han enfrentado crisis económicas y han logrado revertir su situación podría servir de lección.

En cuanto a los impuestos, el presidente ha mencionado que, si el superávit es permanente, se podría iniciar un proceso de reducción impositiva. Sin embargo, esto está intrínsecamente ligado a la eficiencia del sistema. Si se logra bajar la carga fiscal, podría incentivarse el cumplimiento tributario y, en consecuencia, aumentar la recaudación. La historia ha mostrado que altos impuestos pueden llevar a la evasión y a la informalidad, lo que a su vez limita el crecimiento económico.

Finalmente, el desafío que enfrenta el gobierno es monumental. Si se busca un superávit fiscal, será necesario encontrar un equilibrio entre el gasto y la recaudación, y esto solo se logrará si el país crece. La inversión es clave, y para ello, es fundamental que las condiciones sean atractivas para los empresarios. En un contexto de alta carga impositiva y tasas de interés elevadas, la competencia se torna difícil.

En conclusión, el discurso de Milei plantea un camino hacia la austeridad y la eficiencia fiscal, pero su éxito dependerá de la capacidad del gobierno para implementar cambios estructurales y de la voluntad de la sociedad para adaptarse a un nuevo modelo económico. La historia nos ha enseñado que el camino no es fácil, pero la necesidad de cambiar es innegable.