Libro de coyuntura
08/12/2021 | 16:13 | Camilo Cagnacci presentó este martes un libro que ya da de qué hablar, que explica cómo el kirchnerismo usaron la Causa Correo Argentino para perseguir a Mauricio Macri. Leé el inicio.
Primer aviso
–Si tu hijo no se alinea, te vamos a hacer mierda. Julio De Vido no se anduvo con vueltas. Tenía una orden que cumplir: hacerle saber al empresario Franco Macri que el presidente Néstor Kirchner no le permitiría trabajar con el Estado a menos que se ocupara de domar las aspiraciones políticas de su hijo Mauricio.
Y así lo hizo.
Promediaba la segunda quincena de septiembre de 2003. Mauricio Macri acababa de perder la segunda vuelta de las elecciones a jefe de Gobierno porteño con el alcalde Aníbal Ibarra, quien contaba con el apoyo explícito del Gobierno nacional.
Franco Macri se encontraba entre la espada y la pared.
Faltaba menos de un mes para que el juez comercial Eduardo Favier Dubois resolviera la suerte del concurso de acreedores abierto en septiembre de 2001 por Correo Argentino SA, la empresa con la que explotaba la concesión del servicio oficial de correos, y sin el apoyo de la Casa Rosada la quiebra resultaba inevitable.
El Estado nacional era el principal acreedor del concurso, que comprendía una deuda de 597 millones de pesos y 126 millones de dólares. Y el juez, que mantenía una estrecha relación con el Gobierno de Kirchner por intermedio del Inspector General de Justicia, Ricardo Nissen, había establecido como condición necesaria para que se homologara un acuerdo entre Correo y sus acreedores que el Estado aprobara la propuesta de pago que la empresa pudiera presentar.
Esa decisión dependía de Julio De Vido, quien no solo era “el mensajero” de Kirchner, sino también el hombre más poderoso de su gabinete: el ministro de Planificación Federal. Su cartera concentraba todo lo inherente al transporte, las comunicaciones, la minería, la energía, el saneamiento y en las obras públicas, la vivienda, las obras de explotación y aprovechamiento sustentable de los recursos hídricos, la actividad vial y la planificación de la inversión pública.
Por lo tanto, si había alguien que podía “hacer mierda” a Franco Macri era él. Solo necesitaba que Kirchner le diera la orden. Y el presidente estaba dispuesto a darla, porque en los negocios de Franco veía el sostén económico del proyecto político de Mauricio. Y, claro, ya comprendía que Macri hijo podía encarnar una potencial amenaza para el plan de perpetuidad que pretendía importar de su pago chico, Santa Cruz.
Así se lo manifestó el propio Kirchner a su entorno más chico el día después de que el presidente de Boca Juniors perdiera el balotaje porteño del 14 de septiembre de 2003: “Va a estar golpeado unos meses por la derrota con Ibarra, pero se va a recuperar y va a mostrar que puede encabezar una oposición lógica y responsable”.
Para Kirchner, entonces, era solo cuestión de tiempo.
Y quería evitarlo.
Por eso, previsor y controlador como era, decidió hacerle llegar a Franco Macri la inquietante advertencia que abre este capítulo.
Así lo contó el propio Mauricio Macri para este libro:
–Néstor Kirchner, vía [Julio] De Vido, le dijo a mi padre que si yo no me alineaba políticamente, lo iban a hacer mierda. De Vido le negó al autor que esa conversación hubiera existido. Incluso le aseguró que esa versión no era más que una mentira del hijo de Franco. Textualmente, dijo:
–Macri, está claro que, más allá de este caso en particular, es un mentiroso. Miente siempre, con lo cual yo diría que no es creíble lo que dijo.
Y con cara de pocos amigos agregó:
–Y a mí Kirchner me conducía, no me mandaba. Esta es la diferencia entre la basura a la que él manda y lo que Néstor conducía.
Sin embargo, los hechos desmienten a De Vido. No a Macri. Porque dos meses después de la negada amenaza, la vida lo encontró encabezando una conferencia de prensa junto al entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, para anunciar que el presidente Kirchner había decidido rescindir “por culpa del concesionario” el contrato entre Correo Argentino SA y el Estado nacional.
Para el Grupo Macri el anuncio fue un baldazo de agua fría. No solo no se lo esperaban, sino que se enteraron por los noticieros. “Me acuerdo patente de ese día. Yo estaba en SOCMA y, de repente, salen Alberto Fernández y Julio De Vido, en conferencia de prensa, para hacer el anuncio. ¡Nos enteramos por televisión!”, le confió a este periodista Roberto Leonardo Maffioli, hoy gerente general del Grupo Macri (SOCMA).
A partir de ese momento en la cabeza de los directivos de Correo Argentino empezó a resonar una frase que se le escuchó al entonces secretario de Comunicaciones, Guillermo Moreno, quien desde julio de 2003 venía conversando con ellos por la deuda que la empresa mantenía con el Estado.
–¿Saben? En la secretaría no somos muy hábiles para el póker. Nuestro juego es el truco.
Les dijo el funcionario luego de que los representantes del Correo comentaran que, para ellos, las negociaciones eran como una partida de póker, donde se habla poco y se observa mucho. Toda una definición teniendo en cuenta que en el truco se habla mucho y el secreto para ganar está en saber mentir.
Moreno no fue un personaje menor en este proceso. Más bien, todo lo contrario. Y aunque en ese momento no tenía el poder que tiempo después detentó como secretario de Comercio Interior, supo ingeniárselas para amargar a Franco Macri en más de una oportunidad.
En la memoria de los empleados de SOCMA, por caso, todavía se encuentra indeleble el recuerdo de una reunión entre ambos en la que Moreno casi “mata” a Franco.
Ocurrió en 2003, en un salón reservado del hotel Sheraton de Buenos Aires. El empresario llegó hasta allí con una propuesta para terminar con la disputa en torno al Correo. Pero se topó con un Moreno intransigente, quien le planteó: “Vos no me reclamás nada y yo no te reclamo nada a vos”.
Las diferencias eran insalvables para Franco, que se retiró con una angustia tan honda que le provocó una descompensación cardíaca. No era la primera vez que su corazón le jugaba una mala pasada. A lo largo de su vida, el fundador de SOCMA sufrió varios infartos. El primero fue en 1975: estaba en Punta del Este, Uruguay, y tenía apenas 45 años.
Sin embargo, este “susto” fue distinto para él.
Fue el aviso de que su tiempo dentro del selecto club de los dueños de la Argentina estaba llegando a su fin. Esa sensación lo llevó a enfrentarse con su hijo Mauricio, a quien no dudó en culpar por su caída en desgracia. Franco estaba convencido de que su incursión en la política había complicado su situación, ante un Gobierno que encontraba en él un enemigo ideal.
–En una de las típicas discusiones familiares, él me lo echó en cara. Me dijo que le había hecho mucho daño a la familia con mi decisión –confesó Mauricio.
Si bien la teoría de Franco estaba teñida por la rivalidad que mantenía con su hijo mayor, no era ilógica: Kirchner era un tiburón que olía la debilidad de sus adversarios. O la buscaba en expedientes judiciales y antecedentes bancarios, como hizo en sus tiempos de intendente de Río Gallegos.
Así fue que logró domesticar a empresarios, funcionarios, adversarios, parientes, amigos y enemigos a lo largo de su carrera política. Era su modus operandi. Pero en el caso del correo, Kirchner erró el vizcachazo.
¿Por qué? “Kirchner decía que la política se hace con caja y yo creo que, más allá del daño político a Mauricio, lo que buscó con esa decisión [rescindir el contrato de concesión] fue dañar su capacidad económica. Pero nosotros nunca le pusimos plata a Mauricio”, plantea otro directivo de SOCMA. Y entre risas añade: “De hecho, él siempre me recuerda que el único aporte que le hicimos fue comprar diez lugares para una cena de campaña en el 2007”.
Similar lógica fue la que –viendo los movimientos a la distancia– llevó a Kirchner a involucrarse en el rescate de Ciccone Calcográfica, la empresa que fabricaba dinero.
Quebrada por sus deudas fiscales, Ciccone parecía en 2009 destinada a quedar en manos del empresario Antonio Tabanelli, dueño de Boldt, a quien el ya expresidente sindicaba como financista de los sueños electorales de Eduardo Duhalde y Daniel Scioli.
Kirchner odiaba a los Ciccone, a los que –como a los Macri– les atribuía vínculos con la última dictadura cívico-militar y con el fallecido empresario postal Alfredo Yabrán. Pero más lo perturbaba la idea de que la fábrica de hacer billetes terminara sirviendo a sus adversarios o quedara en manos de empresarios extranjeros.
Fue así que decidió encomendarle al entonces ministro de Economía, Amado Boudou, que buscara empresarios locales para que se hicieran cargo de la firma.
El final de esa historia es conocido.
El 3 de octubre de 2018, Boudou, que entre 2011 y 2015 secundó a Cristina Fernández de Kirchner como vicepresidente de la Nación, fue condenado a cinco años y diez meses de prisión por el intento de quedarse con “la máquina de hacer billetes”. También se lo inhabilitó de forma perpetua para ocupar cargos públicos. Lo encontraron culpable de los delitos de cohecho y negociaciones incompatibles con la función pública.
Según la sentencia, Boudou intentó quedarse con la imprenta y lo hizo a través de un amigo, José María Núñez Carmona, quien participó de las negociaciones para facilitar el salvataje de Ciccone, y del abogado Alejandro Vandebroele, su testaferro, buscando conseguir contratos con el Estado para la impresión de billetes.
Kirchner no llegó a verlo. Murió durante la gélida mañana del miércoles 27 de octubre de 2010, como consecuencia de un “paro cardíaco no traumático”. Pero antes se ocupó de algunas cosas, como, por ejemplo, entablar una sinuosa relación con Franco Macri, la cual utilizó para golpear mediática y psicológicamente a Mauricio Macri. O transformar el concurso de Correo Argentino SA en una herramienta de presión sobre su adversario.
Esto último quedó en evidencia después de que el frente Unión-PRO, que Mauricio Macri conformó junto con el empresario Francisco De Narváez y el dirigente justicialista Felipe Solá, le torciera el brazo a Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires, durante las elecciones legislativas de 2009.
La venganza del expresidente consistió en “echar para atrás” el principio de acuerdo que la empresa postal había alcanzado con el Gobierno de su esposa, Cristina Fernández, después de años de negociaciones con funcionarios del Ministerio de Planificación Federal, que seguía a cargo de Julio De Vido.
Esa “maldad” terminó llevando el expediente a dormir el sueño de los justos en la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, hasta el año 2016. Para ese momento, la profecía de Kirchner se había hecho realidad: Mauricio Macri había llegado a la Presidencia, dejando atrás doce años de kirchnerismo.
Franco Macri murió el 2 de marzo de 2019, a los 88 años, y su hijo ya como presidente no fue capaz de darle un cierre al caso. Por el contrario, se lo dejó servido al kirchnerismo para que hoy vuelva a utilizarlo como herramienta de persecución sobre él y su familia.
En gran parte, porque Cristina –desde el llano– se ocupó de sostener el tormento con la ayuda de fiscales amigos y militantes talibanes.
Pero antes de entrar en esos detalles, corresponde desandar el camino y empezar por el gran negocio que no fue: la privatización del servicio postal. Un rompecabezas que incluye los oscuros negocios de la mafia del correo, el asesinato de José Luis Cabezas, el suicidio de Alfredo Yabrán, el papel de Carlos Menem, la intervención del exministro Domingo Cavallo y el impacto de la crisis de diciembre de 2001, la salida anticipada del presidente Fernando De la Rúa y la particular manera de Kirchner para presionar a los hombres de negocios que no le respondían.
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