Orgullo nacional
15/04/2024 | 11:11
Redacción Cadena 3
“No es un río” (Fragmento)
Enero Rey, parado firme sobre el bote, las piernas entreabiertas, el cuerpo macizo, lampiño, el vientre hinchado, mira fijo la superficie del río, espera empuñando el revólver. Tilo, el muchachito, arriba del mismo bote, se dobla hacia atrás, la punta de la caña apoyada en la cadera, girando la manivela del reel, tironeando la tanza: un hilo de brillo contra el sol que se va debilitando. El Negro, cincuentón como Enero, abajo del bote, metido en el río, con el agua hasta las pelotas, también doblándose hacia atrás, la cara colorada por el sol y el esfuerzo, la caña arqueada, desenrollando y enrollando la tanza. La ruedita del reel que gira y la respiración como de asmático. El río planchado.
Muévanla, muévanla. Zaranden, zaranden. Que se despegue, que se despegue.
Después de dos, tres horas, cansado, medio harto ya, Enero repite las órdenes en un murmullo, como si rezara.
Se marea. Está adobado por el vino y el calor. Levanta la cara, los ojitos rojos, hundidos en el rostro inflamado, se le encandilan y ve todo blanco y se pierde y se quiere agarrar la cabeza y se le escapa un tiro al aire.
Tilo, sin dejar de hacer lo que está haciendo, tuerce la boca y le grita.
¡Qué hacés, asoleado!
Enero se repone.
No pasa nada. Ustedes sigan. Muévanla, muévanla. Zaranden, zaranden. Que se despegue, que se despegue.
¡Sube! ¡Está subiendo!
Enero se inclina sobre el borde. La ve venir. Un manchón bajo la superficie del río. Le apunta y dispara. Uno. Dos. Tres balazos. La sangre sube, a borbotones, lavada. Se incorpora. Guarda el arma. La ajusta entre la cintura del short y el lomo.
Tilo desde arriba del bote y el Negro desde abajo del bote, la levantan. La agarran por los volados grises de la carne. La tiran adentro.
¡Guarda la chuza!
Dice Tilo.
Agarra la cuchilla, separa el espolón del cuerpo, lo devuelve al fondo del río.
Enero apoya el traste en el asientito del bote. Tiene la cara sudada y siente un zumbido en la cabeza. Toma un poco de agua de la botella. Está tibia, toma igual, tragos largos, y el resto se lo echa en la mollera.
Trepa el Negro. La raya ocupa tanto lugar que casi no hay dónde poner el pie sin pisotearla. Le calcula unos noventa, cien kilos.
¡Fiera la bicha vieja!
Dice Enero, dándose una palmada en el muslo y riendo. Los otros también se ríen.
Dio pelea.
Dice el Negro.
Enero agarra los remos y enfila para el medio del río y después tuerce el rumbo y sigue remando, orillando la costa hasta donde armaron campamento.
Salieron del pueblo al alba en la chata del Negro. Tilo al medio cebando mate. Enero con el brazo apoyado en la ventanilla abierta. El Negro manejando. Vieron cómo el sol se alzaba despacito sobre el asfalto. Sintieron cómo el calor empezaba a picar desde temprano.
Escucharon la radio. Enero meó en la banquina. En una estación de servicio compraron facturas y cargaron más agua para el mate.
Estaban contentos de estar los tres juntos. Venían armando viaje hacía rato. Por una cosa o por otra suspendieron varias veces.
El Negro se había comprado un bote nuevo y quería estrenarlo.
Mientras cruzaban a la isla en el bote flamante se acordaron como siempre de la primera vez que lo trajeron a Tilo, chiquitito era, apenas caminaba el gurisito, los agarró una tormenta, les voló las carpas a la mierda, terminó el gurí chiquito así como era guarecido en el bote puesto de canto entre unos árboles.
La que se le armó a tu viejo cuando volvimos.
Dijo Enero.
Contaron otra vez el cuento que Tilo sabe de memoria. Eusebio se había traído al gurí de contrabando, sin avisarle nada a la Diana Maciel. Estaban separados desde que Tilo era apenas nacido. Todos los fines de semana Eusebio se lo llevaba con él. No va que ella se da cuenta de que se había olvidado de meter adentro del bolso, con las mudas de ropa, un remedio que estaba tomando Tilo. La Diana se cae por la casa y no hay nadie. Un vecino le dice que se fueron a la isla.
Not a river (Fragmento)
Enero Rey, standing firm on the boat, stocky and beardless, swollen-bellied, legs astride, stares hard at the surface of the river and waits, revolver in hand. Tilo, the kid, aboard the same boat, leans back, the rod butt at his hip, turning the reel handle, tugging the line: a glittering thread in the waning sun. El Negro, fifty-something like Enero, alongside the boat, water up to his balls, leans back as well, red-faced from the sun and hard work, rod bent as he winds in and lets out the line. The spool spinning and his breath a kind of wheeze. The river pancake flat.
Pump and reel, pump and reel. She’s hugging the bottom. Get her up, get her up.
After two, three hours, tired and almost through, Enero repeats the instructions in a murmur, like a prayer.
He feels dizzy. Pickled by the wine and heat. He looks up and his red eyes, sunk deep in his puffy face, are blinded and everything goes white and he’s lost and reaches for his head and ends up firing into the air.
Without stopping what he’s doing, Tilo grimaces and yells.
What the hell, you moron!
Enero comes to.
All good. You guys keep going. Pump and reel, pump and reel. She’s hugging the bottom. Get her up, get her up.
She’s coming! She’s coming up!
Enero leans over the side. Sees it draw closer. A stain beneath the surface of the river. He takes aim and fires. Once. Twice. Three times. The blood rises, gushing, washes away. He sits up. Puts back the gun. Tucks it in the waistband of his shorts.
Tilo from the boat and El Negro from the water lift the creature out. Grabbing it by the fleshy grey frills. Throwing it on board.
Watch the stinger!
Says Tilo.
He takes the knife, cuts the barb from the body, sends it back to the depths of the river.
Enero sits down with a thud on the seat in the boat. Sweaty-faced, head buzzing. Drinks a little water from the bottle. It’s warm, he drinks anyway, long gulps, then tips the rest over his head.
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