Fútbol y literatura
08/10/2024 | 20:30
Redacción Cadena 3
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Mauricio Coccolo presenta "Puros Cuentos": "Son relatos no sólo para futboleros"
Mauricio Coccolo presenta "Puros Cuentos": "Son relatos no sólo para futboleros"
Mauricio Coccolo presenta "Puros Cuentos": "Son relatos no sólo para futboleros"
Este martes se llevó a cabo en el Teatro Real la presentación del nuevo libro del periodista de Cadena 3, Mauricio Coccolo: "Puros cuentos", publicado por Raíz de Dos.
Durante la presentación, Coccolo expresó su gratitud hacia sus compañeros de Cadena 3, afirmando: "Quiero agradecer mucho a todos los compañeros porque están siempre haciendo el aguante y son los primeros que se prendieron en toda esta locura".
La asistencia de un público entusiasta reforzó el impacto de su obra, con el autor comentando: "Ver gente que está esperando para venir a verte, a escucharte, próximamente a leerte, te genera un compromiso extra".
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La emocionante noche en el Teatro Real inició con la música del Negro Videla y su tema 'Ella y el bar Sorocabana'.
"Es más un sueño personal juntar al "Bocha", Miguel, el "Turco" y el "Negro" Videla para hablar de lo que muchas veces compartimos en la radio o reuniones entre nosotros", reveló emocionado Coccolo en la introducción.
"Lo escuchas, lo lees y es el mismo tipo", destacó Miguel Clariá en el arranque de una mesa al estilo de la radio que contó con tres bloques, que le dieron lugar a un sin fin de anécdotas de los cuatro periodistas de Cadena 3. La primer frase que le convidó Coccolo para el "Bocha" fue "no desenchufar", donde el relator contó la anécdota de su primer relato del gol que no fue.
Luego, fue el turno de leer el primer cuento de la noche: "Predicciones", que fue relatado por su propio autor ante la atención cautivante del público, que ante su final llenó la sala de aplausos.
Una de las sorpresas fue la presencia de Chema Forte, que subió al escenario para pedirle una dedicatoria especial del protagonista del evento y dejó en claro que "Puros Cuentos" formará parte "de una tradición que va desde antes del siglo XX, con grandes autores como Soriano, Fontanarrosa, entre otros".
"Hacer cuentos cortos de fútbol tiene la complicación de encontrarle algo diferente. El fútbol forma parte de la esencia del argentino", puntualizó Chema.
En tanto, "El Bocha" explicó su icónica frase: "dejar el alma pero no la vida", reflexionando sobre redoblar esfuerzos en la pasión, pero no desviarse de lo importante que siempre será la familia y los amigos.
El cierre de Coccolo fue con el primer cuento del libro y su preferido: "El Colorado Gianotti", la historia de un viejo central que nunca perdió un clásico.
Por último, el "Negro" Videla cerró con un tridente de temas "Tu me quemas", "Al olvido, borrón y cuenta nueva" y "Señora", haciendo bailar al Teatro Real, que disfrutó de un evento lleno de historias de fútbol y de música bien cordobesa.
Coccolo comentó que el libro reúne 27 relatos interconectados por el fútbol, pero que trascienden este deporte: "Son historias que tienen como hilo conductor el fútbol, pero hablan de cosas cotidianas que le pasan a cualquier persona en su vida cotidiana".
A través de sus relatos, el autor aborda la dualidad entre la verdad y la ficción, afirmando que el dicho popular "puros cuentos" encierra parte de mentira y de verdad. En este sentido, destaca que el fútbol está repleto de mitos y leyendas.
Al mencionar uno de sus relatos, Coccolo dejó entrever un paralelismo entre la trama -casi borgeana- y el concepto de "puros cuentos" que recorre toda la obra: "Hay una historia de un tipo que cuenta su versión sobre lo que los otros recuerdan de algo que él protagonizó. Entonces el tipo dice que en realidad el pasado no existe, sino que lo que existe son construcciones de recuerdos sobre el pasado. 'Yo vengo a exponer la mía, que es la verdad, para que ustedes dejen de crear los recuerdos sobre algo que yo viví'. Y el fútbol tiene muchísimo de eso, los pueblos tienen mucho de eso, y yo mezclo un poco todo eso".
Además, en las historias hay personajes muy particulares como un árbitro que se gana el prode cobrando un penal en un partido que él mismo dirige; un ídolo al que en el pueblo lo atacan justo en un clásico, haciendo público que su mujer lo engaña; un relator de radio que inventa un gol que nunca existió, porque si no se moría otro tipo porque lo había predicho una bruja, entre muchos otros.
"Puros cuentos" no es solo una recopilación de relatos, es un viaje emocional que explora las huellas de la vida a través de la memoria y las experiencias. Como dijo Bocha Houriet, quien ha compartido muchos años de oficio con el autor, este libro evoca la nostalgia y el anhelo por esos momentos en los que uno soñaba con ser lo que es hoy. En palabras del Bocha: "Cómo quisiera ser lo que era cuando soñaba ser lo que soy, dijo una vez uno de tantos pibes que pasaron por el pueblo. No lo entendimos. ¿Cómo? Si ya sos lo que sos, ¿para qué volver atrás? Tardé 40 años en entenderlo".
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Houriet reflexiona sobre la importancia de valorar el trayecto recorrido y la búsqueda interminable por mantener la esencia de aquellos sueños que alguna vez nos definieron. “Cuando miramos lo que fuimos y vemos lo que hicimos, tenemos que sentir orgullo de lo que somos. Eso es la felicidad", señala el periodista, destacando que el libro de Coccolo invita precisamente a esa reflexión sobre la vida y el paso del tiempo.
Además, el autor, que confiesa que escribir le resulta terapéutico, sobre todo para "descargar", reflexiona sobre la felicidad a través de uno de sus cuentos, donde un niño se pregunta qué significa ser feliz. "Al final encuentra un poco la respuesta", adelanta.
La presentación será una celebración de las palabras, donde las historias que se presentan se fusionarán con las vivencias de colegas, generando un ambiente de complicidad y cercanía con el público. El Negro Videla, con su estilo, aportará la cuota musical, haciendo de esta velada una experiencia sensorial completa, donde el teatro se convertirá en un espacio para el encuentro entre la la radio, la literatura y la música.
El autor destacó la influencia de escritores que le ayudaron a visualizar y pulir la construcción de su estilo, como Selva Almada y Mariano Quirós, entre otros, a la vez que puntualizó la importancia de dejar que el lector interprete la historia a su manera.
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Como señaló Houriet, "Puros cuentos" nos recuerda la importancia de nunca dejar de buscar "ser lo que éramos cuando soñábamos con ser lo que somos". Y este evento, que combina la magia de las palabras con la fuerza de la música en vivo, promete ofrecer a los asistentes una oportunidad para reconectar con sus propios sueños, en una noche donde lo cotidiano y lo extraordinario se entrelazarán en cada relato.
La cita es imperdible para los amantes de la radio, las buenas historias y las experiencias que nos recuerdan por qué es importante, de vez en cuando, mirar hacia atrás.
En La Previa, Mauricio Coccolo, autor del libro, contó "Atados" uno de los cuentos que forma parte de la obra literaria.
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Atados
Roberto aceleró el R12 a fondo porque llegaban tarde, como siempre. Al tercer semáforo que pasó en amarillo, Mirta lo retó: aflojale. No respondió. Presionó el encendedor, frenó en la esquina y volvió a meterle pata. Si no hubiera demorado bañándose tendrían un poco más de margen, pensó. Sacó el último cigarrillo del paquete, lo hizo un bollo y amagó tirarlo por la ventanilla. ¡Roberto, dame ese papel! ¡Haceme el favor! Roberto la miró de reojo, le tiró el bollo sobre la falda, prendió el cigarrillo, dio una pitada profunda y tragó el humo. Contó hasta mil, pitó una vez más, mantuvo la boca cerrada, exhaló el humo por la nariz y subió el volumen de la radio. Estaba por empezar un partido de Instituto.
Mirta, no me rompas las pelotas. Roberto no sabe si lo pensó, o lo dijo, o las dos cosas. Para el caso daba lo mismo. ¿Tanto le costará quedarse callada? ¿Siempre tiene que acotar algo? De un tincazo tiró el cigarrillo. ¿Te ubicás?, preguntó Mirta. Roberto giró levemente la cabeza y mirándola por encima de los lentes respondió con otra pregunta: ¿Cuánto hace que vengo a la cancha de Bella Vista? Sí, pero dónde vas a dejar el auto. Siempre tiene un sí pero en la punta de la lengua, será de Dios. Sin previo aviso, Roberto estacionó cerca de un kiosco, a la sombra de un siempreverde . Un grupo de muchachones vestidos con camisetas verdes y blancas tomaban cerveza del pico.
¿Vas a comprar puchos? Sí, contestó Roberto sin dar mayores precisiones. Apagó el motor, puso el freno de mano y al mismo tiempo que subía el vidrio agregó: Bajá que lo dejo acá. Vos estás loco, ¿cómo vas a dejar el auto acá? Estamos como a veinte cuadras. ¡Dale, Mirta, no me rompas las pelotas! Ahora sí lo había dicho con todas las letras, mientras ajustaba el trabavolante. Esperó que su mujer bajara, se estiró sobre el asiento del acompañante, puso la traba delantera, revisó la perilla trasera, levantó el pulóver del piso, bajó y cerró la puerta con llave.
A la pasada saludó con la mirada al grupo de hinchas. Con el encendedor golpeó las rejas del kiosco hasta que se asomó un viejito, arrastrando los pies. Pidió un Marlboro común. No tengo, dijo el viejo sin ofrecer alternativas. ¿Philips?, preguntó Roberto agregando una s inexistente. El viejo estiró la mano, sacó un paquete de la cigarrera y lo arrimó tembloroso entre el índice y el anular: dos cincuenta, dijo. ¿Cómo 2,50? Sí, aumentaron. Ya sé que aumentaron, pero a 2,30. Bueno, acá valen dos cincuenta. Pagó con un billete de 5, agarró el vuelto y se fue sin saludar.
Mirta esperaba con los brazos cruzados apoyada en el capot del R12 . Podrías haber comprado unos criollos, reclamó. Roberto golpeteó el paquete de cigarrillos contra el dorso de la mano para bajar el tabaco, como le había enseñado el tío Evelio. Sacó la tirita de celofán, abrió el papel de aluminio con la uña del meñique, agitó el atado un par de veces hasta que asomó un cigarro y lo pescó directamente con los labios. Dejé la radio prendida, qué pelotudo, fue todo lo que dijo.
Caminaron en silencio las veinte cuadradas hasta la cancha. En la puerta cada uno pagó su entrada. Son diez pesos, informó una señora detrás de una ventanilla diminuta. ¡Cómo que diez pesos!, reclamó Roberto. Sí, diez pesos las dos entradas, precisó la señora. No, cada uno paga la suya, aclaró Roberto sacando un billete del bolsillo de adelante del pantalón. Recibió un número del talonario —el 132 —, lo metió bocabajo en el atado de cigarrillos y pasó sin esperar a su mujer. Faltaban diez minutos para que empezara la Reserva.
Se pararon juntos cerca de uno de los postes del alambrado olímpico a unos metros de la salida de los vestuarios, a la altura del área grande. Roberto recorrió la cancha con la mirada . Estaba igual que la última vez, igual que siempre. Identificó en la popular a los hinchas del kiosco, que pasaban entre manos una botella de plástico cortada, llena de vino o fernet, no alcanzaba a precisarlo. Con el cuerpo tirado de costado contra el alambre y la vista fija en el banderín del córner, Roberto le advirtió a su mujer: Mirta, no se te ocurra andar a los gritos porque nos van a matar. Vos te pensás que soy boluda, que nací ayer. Los gritos por la salida de los equipos interrumpieron la conversación. ¡Vamos, Gonchi!, gritó Mirta desbordada por la emoción. Roberto la miró de soslayo, prefirió callarse y pensó que sería una tarde demasiado larga.
¿Hasta cuándo le va a decir Gonchi? Las pelotas como dos fititos, tiene. Roberto no podía concentrarse en el partido. Cada vez le costaba más soportarla. Ya no eran lo que habían sido, pero ninguno de los dos lo reconocía. Seguían juntos solo por estar juntos. En realidad, seguían a Gonzalo, que era el hilo que los mantenía unidos. ¿O atados?, se preguntó Roberto cuando un tiro desde afuera del área salió casi al lado del banderín.
Mirta anudó el pañuelo y repitió la cábala de siempre, susurrando entre dientes: Santo Pilato, la cola te ato y si no ganamos no te desato. Aguantó en silencio todo lo que pudo, se escondió entre los hombros, hundió el mentón contra el pecho, cerró los ojos en los ataques rivales y ajustó el nudo cada vez que Gonzalo tocaba la pelota, pero a la tercera falta que el árbitro dejó pasar no pudo contenerse y soltó el grito: ¡Cuervo y la puta que te parió!
Rápido se dio cuenta, se tapó la boca con las manos y evitó la mirada de su marido. Roberto sintió que todos los ojos en la cancha los apuntaban en ese preciso momento. Trató de actuar con normalidad, sacó un cigarrillo, lo rodeó ahuecando la mano, contuvo el viento con la espalda y después del tercer intento soltó una bocanada de humo que le cubrió la cara. No sabía dónde meterse.
Apurado porque empezaba el segundo tiempo, Roberto no advirtió la presencia de los hinchas en el baño hasta que se sintió acorralado. Trató de camuflarse con el resto de la gente, miró fijo el chorro rebotando contra la pared, mezclado con el agua turbia que caía de una manguera agujereada. Hay que ganar, eh… Vamo’, vamo’… Canten, putos… Los gritos se confundieron con los olores, el aire se espesó. Nervioso, Roberto terminó lo más rápido que pudo. De perfil y en silencio, pidiendo permiso con las manos, salió presuroso. Nadie le dijo nada.
¡Roberto, por favor: tenés la bragueta abierta y el pantalón mojado! Mirta lo miraba de costado, como espantada. Intentaba no levantar la voz. Roberto cerró el cierre con disimulo, escondiéndose contra el tapial del tejido. Después trató de secarse con la mano. El segundo tiempo ya había empezado. Podrías haber comprado unas gaseosas, reclamó Mirta. Roberto estuvo a punto de decirle todo lo que venía rumiando, lo del día y lo de años ha, pero de nuevo eligió el silencio. En el fondo, aunque jamás lo admitiría, seguía con ella por comodidad. Tenía más miedo a quedarse solo que a estar mal acompañado.
Caprichoso como el destino, el partido sorprendió con una jugada inesperada, de esas que los periodistas llaman de otro partido. Cosa inexplicable. De espaldas al arco, Gonzalo agarró de volea y sobre pique una pelota que andaba suelta cerca de la medialuna, giró como un trompo y la clavó al ángulo, de abajo hacia arriba. Con el envión, dio media vuelta más y quedó mirando al banderín de la otra punta. No vio cuando la pelota entró a sus espaldas y supo que había sido gol cuando escuchó un grito, un solitario e inconfundible grito: ¡Golazo, Gonchi!
Por primera vez en toda la tarde, Mirta sintió algo parecido al miedo. Volvió a escuchar el eco de su voz entre los murmullos de la multitud, le pareció ver algunas corridas en la tribuna local, miró a su hijo que empezaba a bajar lentamente los brazos, buscó a su marido: Roberto estaba petrificado, con la pera contra el tejido, agarrado con el anular y el meñique de la mano derecha, parecía a punto de soltarse y dejarse caer.
Sin decirse nada, de repente, ambos cruzaron las miradas. Se encandilaron con el brillo de los ojos. Roberto soltó el alambre, dio dos pasos cortos y firmes, y abrazó a Mirta como hacía años que no la abrazaba.
Informe de Juan Esteves.
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