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30/04/2019 | 17:17 |
Es cuñado de Diego, abuelo de la nueva joya de River y creador de los tapones de aluminio que son utilizados por futbolistas en todo el mundo. Y habla de todos esos temas con Cadena3.com
Diego Borinsky
"Usted se ha comunicado con Lopecito, si quiere dejar un mensaje"...
El contestador automático del celular de Juan Carlos López, 72 años, nacido en Santiago del Estero pero criado desde muy chico en la bendita y fecunda tierra de Villa Fiorito, emite esa respuesta, en voz del propio protagonista. Es que todos en el mundo del fútbol lo conocen de ese modo. A Lopecito podríamos presentarlo de tres maneras, antes de zambullirnos en su historia de vida: 1) como el cuñado de Diego Maradona, ya que se casó con Ana, la hermana más grande del Diez; 2) como el creador en estas tierras de los tapones cónicos de aluminio para botines que compran futbolistas de Primera, del ascenso, de inferiores y hasta reconocidos cracks internacionales sudamericanos de la talla del Gordo Ronaldo, Valderrama, el Diablo Etcheverry y Chilavert y 3) como el abuelo de un pibito que se las trae en River, a tal punto que en sus primeros minutos en el equipo de Gallardo se dio el gusto de meter un gol (a Tigre, el 7 de abril). Ese pibito se llama Hernán López Muñoz, le pusieron Firu de apodo (por Firulete) y es la última joya del semillero riverplatense.
A Lopecito, entonces, lo presentamos como protagonista de las tres cosas, y ya nos metemos en su particular historia. Aclaremos antes que, así como Lopecito remite a un apelativo nefasto para la historia argentina (José Lopez Rega, creador de la triple A), este es un Lopecito bueno, querido por todo el mundo.
Juan Carlos se instaló desde muy pibe con sus siete hermanos en Villa Fiorito, como tantas familias que debieron dejar su pago chico en el interior del país buscando trabajo en la gran ciudad y el conurbano. Vivía a cinco cuadras del hogar donde Don Diego y Doña Tota también darían a luz a ocho hijos, coincidencias del destino. Juan Carlos dominaba bastante bien los secretos de la pelota. “Tenía 16 años y me venían a buscar de todos lados para jugar por plata los torneos relámpago que se hacían en distintos lugares del conurbano: Fiorito, Chingolo, el Bajo Flores… En muchos equipos jugaban profesionales, recuerdo a los Bichos Colorados de Villa Soldati, por ejemplo, que tenía a todos tipos de equipos del ascenso. Ahí, la patada más chica te la sacudían en el pecho”, asegura Lopecito, que se destacaba por su habilidad. “Jugaba de 10, la espalda de la familia tiene el número 10 tatuado, no hay vueltas. Soy diestro, aunque nunca tuve problemas de perfil. Era buen jugador, modestia aparte, pero me rompí el tendón de Aquiles a los 20 años por una patada que me pegaron de atrás y me liquidaron, no pude jugar más al fútbol”, se lamenta.
En el barrio defendía los colores de Estrella Roja, el equipo cuyo DT era Don Diego Maradona, el querido Chitoro. Charla va, partido viene, el 10 del equipo se terminó poniendo de novio con la hija mayor del entrenador. Se casaron en 1967 y, ya por aquella época, llevaban a pasear de acá para allá al futuro 10 que levantaría la Copa del Mundo con la Selección. “A Pelu lo traíamos a los partidos nuestros, y cuando terminaba, o en el entretiempo, se ponía a hacer jueguitos. Tenía 6 o 7 años, ya era una locura. Lo mismo cuando estaba en las inferiores de Argentinos, que entraba en los entretiempos de la Primera y hacía lo que quería con la pelota, con una piedra, con lo que le dieran. La gente le gritaba que era el hermano de Pelé”, se ríe Lopecito, que se refiere a Maradona con el primer apodo con que lo conoció el ambiente del fútbol: Pelu, de Pelusa.
-¿Ya se veía desde tan pibe que Diego iba a ser lo que fue?
-Se notaba que iba a ser un gran jugador de fútbol. Y sabés que cuando lo veo a mi nieto me hace acordar a Diego -y se mete él solito en la comparación, ya que hablar de su nieto, advertimos, es un tema que lo apasiona y le acelera los latidos- porque a Hernancito lo llevé desde los 5 años al baby de Pacífico y ahí ya tenía hinchada propia: el nene agarraba la pelota en un arco y terminaba adentro del otro, se eludía a todos, la gente se volvía loca.
-¿Zurdo o derecho?
-Más zurdo que Fidel Castro, como el tío abuelo (risas).
-¿En qué más te hace acordar a Diego?
-Tiene un don, los genes, no sé… Una característica es que no tiene que mirar la pelota cuando la lleva. El que juega bien al fútbol no hace falta que mire la pelota, y eso te permite estar unos segundos adelantado a la jugada. También siempre le gustó jugar con los cordones desatados, como el Pelu. El tiene como una idolatría por el tío abuelo, vemos juntos los videos de su época en el Nápoli, por ejemplo. También me hace acordar a Diego por la forma vistosa de gambetear, el zurdo es más vistoso, ¿no? Hernancito también tiene un pique corto que te hace mierda, le gusta tirar caños, sombreros, pero no para lucirse, sino como un recurso. Y los tira cuando van 0-0 o 4-0, le da lo mismo. También son parecidos con Pelu en sus piruetas.
-¿Qué pasó con la carrera de tu hijo Dani, el padre de Hernán?
-Dani le pegaba muy bien a la pelota, lástima que no era zurdo, si no hubiera sido un monstruo. A veces algunos chicos se bloquean por ser “el hijo de” o “el hermano de”. Dani tuvo sus vaivenes, también conflictos en Argentinos Juniors, porque estaba por quedar libre y entonces no lo dejaban jugar. Eso lo mató, y después ya no fue lo mismo, jugó en otros equipos, como Gimnasia de Jujuy, también en Sudamérica, pero ya no fue lo mismo. Hoy es el ayudante de Diego en México, empezó hace unos meses, así que el debut de su hijo lo tuvo que ver por internet. Es la primera vez que el Pelu trabaja con alguien de la familia.
Diego y su sobrino (y padre de Hernán), Dani López Maradona. Es su ayudante en Dorados.
La carrera de Hernán se inició en el baby y a los 7 años entró en Argentinos Juniors, pero cuando estaba pisando la novena división comenzaron los problemas. “Lo forreaban, decían que era muy chiquito, lo ponían 10 minutos por partido -repasa Lopecito-. El estudiaba a la mañana, venía a comer a casa, se acostaba un ratito y después se iba a entrenar, hasta que un día dijo: ‘No voy más’. Se cansó, porque se mataba en los entrenamientos y ponían a otros chicos que tenían menos condiciones que él. Yo lo veía triste, salía cabizbajo de los entrenamientos, y a un abuelo le cuesta ver sufrir así a su nieto, más sabiendo las condiciones que tiene. Justo en ese momento ganó D’Onofrio las elecciones en River, el Pipa Gancedo agarró la secretaría técnica y como el Pipa es muy amigo del Dani (el papá de Hernán) y además Gabriel Rodríguez, el coordinador general de las inferiores de River, también lo conocía a Hernán del baby, nos dijeron que lo llevemos a River. Argentinos no le daba el pase y por eso Hernancito se tuvo que comer dos años jugando en la Liga Metropolitana, no podía hacerlo por AFA, para los pibes es un garrón jugar ahí, porque la competencia de AFA es mucho más fuerte. Después de esos dos años quedó libre y al fin pudo firmar por River. El día que iba a firmarse el pase, de Argentinos mandaron los papeles como Hernán López Maradona, en vez de López Muñoz. Eso fue maldad pura, porque así no se lo podía inscribir. Al final logramos resolverlo y se incorporó a River”.
Lopecito sigue viviendo con Ana en La Paternal, a tres cuadras del estadio Diego Maradona, en un departamento que les regaló, precisamente, el propio Diego Maradona, cuando pasó a Boca Juniors. Parte de aquel pase a Boca, que incluyó la cesión de 5 jugadores al Bicho, Diego la cobró en 5 departamentos de un edificio que entonces se estaba construyendo: Diego le regaló un departamento a cada una de sus hermanas mayores, una muestra de la generosidad que siempre lo caracterizó. Los López Muñoz tuvieron tres hijos, todos varones, que se dedicaron al fútbol: Dani, el del medio, fue el que llegó más lejos. Y hoy tiene a su hijo con un futuro prometedor.
Desde muy joven, Lopecito trabajó en una tornería: se ocupaba de los robinetes para cocinas de gas, y después de muchos años, en un momento se independizó y puso su propio taller. Hacía los típicos encargos de tornería hasta que un día, futbolero hasta la médula como es, se le prendió la lamparita viendo un botín en una revista deportiva.
-Te diría que soy el inventor del tapón cónico de aluminio en Sudamérica, porque antes no existían tapones de aluminio. Había un tapón que se hacía en Turquía, que era de hierro, y después venían los botines ya de fábrica con los tapones de goma o intercambiables, pero de plástico. Cuando vi eso en una revista europea, como soy dibujante técnico, empecé a armar bocetos y fui metiéndolos en mis máquinas. La diferencia entre aluminio y hierro era enorme, por el tema del peso. Un día lo fui a ver a Lelo García, utilero de Vélez, el más grande de todos los que conocí, y me dijo: “Este es el mejor tapón que vi en mi vida”.
-¿Cuándo empezaste a venderlos?
-Mirá, me acuerdo que para el debut de Diego en la Selección, en febrero del 77 contra Hungría, le hice unos tapones especiales y fui hasta la cancha de Boca a llevárselos. El ya tenía los botines Puma de 6 tapones mixtos, pero no de aluminio. Diego al final no los usó ese día porque la cancha estaba muy dura, y cuando la cancha está muy dura, si tenés tapones de aluminio se te terminan contracturando los gemelos. Estuve muchos años probando, investigando, porque el aluminio estaba prohibido. Recuerdo haber hablado varias veces con Angel Coerezza y con Pichi Loustau, que iban a los congresos de árbitros de la FIFA, para que me averiguaran hasta dónde podía hacerlos, una vez que se permitió el aluminio. Menos de 6 milímetros de ancho no se podía porque ya era atletismo. Los tapones no podían ser muy puntudos, muy finitos, porque se pinchan las pelotas o puede provocar lesiones graves. Llegó el 86, y dije: “Esta tiene que ser mi oportunidad”, y los largamos, después de haber hecho un montón de estudios. Fue un éxito.
-¿También te compran de afuera?
-Se fue corriendo la voz y te digo que los representantes me venían a pedir los tapones para llevarles a sus jugadores que estaban en Europa. Chilavert me empezó a decir Lopito, y me hice un montón de amigos en Paraguay, desde Chila, el Colo Gamarra, Chito Ayala, el Toro Acuña. En Paraguay, para todos, soy Lopito. La verdad, nunca pensé que con esto iba a ser conocido mundialmente; hoy los tapones están en Rusia, Alemania, España, en todos lados, donde hubo un jugador colombiano, paraguayo, peruano, brasileño, chileno o argentino, ahí están mis tapones. También les vendo a los chicos del ascenso y de inferiores. ¡He llegado a dar conferencias en Adidas y Nike, a los gerentes de marketing, para explicarles las ventajas de los tapones de aluminio! En un momento se usaban los tapones de barra, esos que de costado tienen forma horizontal, entonces les explicaba que muchos jugadores se lesionaban por ese motivo, porque el jugador no tenía giro, se clavaba y se rompía todo. Increíble, ¿no?
-¿Y en qué favorecen los tapones de aluminio?
-El jugador se siente seguro cuando tiene tapón de aluminio, se siente poderoso, sabe que no se va a resbalar cuando arranque, que se va a afirmar bien. Fijate que muchos cuando quieren arrancar se patinan. Cuando arrancás con el aluminio, arrancás como un tractor, con fuerza, con los bajos te patinás. Ojo que en no todas las canchas se pueden usar los tapones de aluminio, sobre todo en las muy duras, como te decía, porque te contracturás los gemelos por el impacto de los tapones. Cada día uno va tratando de mejorar la técnica, buscándole la vuelta para favorecer al jugador, hoy incluso me traen botines y yo les hago las reformas: al botín que ya viene con los tapones, se los corto y le inserto los de aluminio intercambiables. Son doce tapones por botín, entonces suelo agregar 6 de aluminio: 2 adelante, 2 en el medio y 2 atrás. Los de plástico ya casi no se usan, porque son peligrosos: al tomar contacto con el cemento, se forma como una rebarba debajo del tapón, y eso actúa como una cuchilla. Aparte no duran nada, se gastan rápido. El de aluminio, en cambio, no.
A Lopecito es muy común verlo en los hoteles donde se concentran los equipos, siempre con su bolsito de cuero al hombro, charlando con los jugadores. “En 32 años que estoy en esto, nunca me cerraron la puerta en ningún lado: concentraciones, hoteles, clubes, estadios, toda mi vida fue de respeto. Si me dicen que no puedo pasar, pregunto cuándo puedo volver. En los hoteles, les pido permiso a los profes, a las habitaciones jamás entré. Y en los estadios, me conocen todos los empleados de Utedyc”, comenta, orgulloso. Si va solo, no tiene que sacar entrada. Ya con la familia es otra cosa. Va a todos lados en transporte público. “Tuve dos autos, pero nunca aprendí a manejar. Una vez, fui de Devoto a La Paternal, con los chicos durmiendo atrás, todo en primera. ¡No sabés lo que era ese auto, hervía, hervía! Es que no sabía meter los cambios, le tuve que poner aceite de barco para poder venderlo”, lanza la risotada.
-¿Con Diego mantenés contacto?
-Sí, claro, la última vez que anduvo por acá estuvimos con Ana y sus hermanas en su casa de Tigre. Todo bien con él.
-¿Cómo está?
-Lo veo recontra bien al Pelu, está feliz con lo de México, le hizo muy bien ser entrenador.
-Pero cuando uno lo escucha hablar, le cuesta.
-Es que toma pastillas, porque sigue con el tratamiento. Tiene problemas en los hombros, artrosis, todas esas porquerías, se tendría que haber operado de las rodillas pero no quiso, ¿viste cómo andan los ex futbolistas, no, que caminan todos para la mierda? Pero de la cabeza está una barbaridad, muy lúcido, estoy muy contento de que le vaya bien.
-¿A tu nieto lo vas a ver en las inferiores?
-No me pierdo ningún partido desde que empezó. Siempre fue el jugador distinto del equipo, si hoy mirás la Reserva de River te vas a dar cuenta, y no lo digo porque sea mi nieto, eh, es lo que veo después de tantos años de andar en el fútbol. Es más mediapunta que enganche, le gusta el gol.
-Obviamente fuiste al Monumental el día de su debut en Primera.
-Por supuesto. Había sido la primera vez que concentraba y le tocó debutar. Fui a la San Martín baja, muy cerca del banco, con mi nuera y algunos amigos de Hernancito. Estuve pendiente cuando lo veía correr haciendo la entrada en calor, y de repente vi clarito al Muñeco que lo llamaba al profe y le decía: “Hernán”. Le comenté enseguida a Nancy, la madre: “Lo pone a Hernán”, y cuando lo veo que arranca el pibe para venir al medio del campo, ufff, fue una emoción terrible.
-Encima le salieron todas.
-Tocó la primera pelota y me parecía que hacía 50 partidos que jugaba en River, lo vi con esa seguridad con que arrancaba en inferiores. En la siguiente, vino Menossi, le tiró de atrás y lo bajó… Cuando arrancó en esa jugada, pensé: “Este es tu partido, papi”. Muchos no se dieron cuenta lo que pasó antes del gol: como a él le gusta meterse para adentro, se empezó a ir y en ese momento el Muñe le gritó: “Por acá, te dije”. Es decir, le pidió que se quedara en la derecha, y al toque desbordó Nahuel Gallardo por izquierda, tiró el centro pasado y yo lo vi venir corriendo a Hernán, parecía un tractor, y cuando la pelota sobró al defensor, ya la vi adentro. La terminó empujando de derecha.
-¿Y vos?
-No, no, fue una locura, quería entrar a la cancha, nunca se sentí algo así en el fútbol, de ver la alegría de él festejando, después de haberlo visto sufrir tanto. Yo soy muy sentimentalista, nos abrazamos con todos. La sensación con un nieto es diferente que con un hijo, es algo de volver a vivir que capaz no viviste con tu hijo, que no pudiste estar con ellos, no sé cómo explicarlo.
-¿Qué le dijiste?
-Que ahora tiene que seguir demostrando, que ya lo vieron pero esto recién empieza. Sé que sigue siendo el mismo pibe, que no se la va a creer.
-¿Y qué le dijo Gallardo después de ese debut?
-Le dijo que lo vio bien, que siga así, que él lo va a continuar evaluando, que no se desilusione si un día no lo cita, porque hay muchos jugadores en el plantel, pero que no afloje, que siga trabajando, que en el fútbol no hay que quedarse. El Muñeco sabe cómo llevar a un chico, no es que lo hace debutar para que después digan que él lo puso primero, para llevarse las flores, que de esos entrenadores hay un montón. Yo conozco casos que al final le terminaron arruinando la carrera al chico.
Hincha de Lanús, como su hijo Dani, a Lopecito el nieto le salió fana del Bicho, aunque desde que comenzó a conocerse su historia, la recomendación de River es que no vaya más a la cancha a ver a Argentinos. Cuenta el abuelo que Juanjo Borrelli y Jorge Viejo fueron los entrenadores más influyentes de Hernán en las inferiores de River. “Firu la va a romper”, le decía siempre Borrelli, otro adicto a los chiches en sus tiempos de cortos, a Lopecito. Y lo de Firu está claro: siempre le encantó tirar caños, sombreros, pura fantasía. En algunos resúmenes se puede observar, también, que ha metido unos cuantos golazos desde media y larga distancia. “Desde chiquito juego con los cordones desatados, y en el primer entrenamiento con los grandes, vino Ponzio y me dijo que me ate los cordones porque si me veía el técnico no le iba a gustar mucho”, contó en estos días el futuro crack, y al abuelo se le advierte el orgullo húmedo detrás de los lentes, cuando escucha esas palabras. Claro, con esos tapones de aluminio hechos con tanto amor, ¿cómo no dejarla así de chiquitita?
Informe de Diego Borinsky.