Maravillas de este siglo
09/12/2023 | 08:38
Redacción Cadena 3
María Rosa Beltramo
Estefanía Berardi tuvo que esperar diez meses para que la justicia dictaminara que eran falsos los chats que le adjudicaban y que fueron la comidilla del verano pasado, época en la que estalló en Villa Carlos Paz el denominado lavarropas gate.
El incidente mezcló en dosis precisas chismes rastreros, rumores no confirmados y la certeza de que los espectáculos veraniegos suelen ofrecer un terreno fértil para difundir historias que, aunque no sean reales cumplen el propósito de entretener.
Probablemente muchos no lo recuerden, pero en la ciudad más importante de Punilla Federico Bal presentaba el musical Kinky Boots. La temporada discurría por los carriles de cierta gris normalidad cuando desde Buenos Aires Yanina Latorre le puso algo de pimienta con una noticia que estableció un antes y un después en la cartelera de espectáculos serrana.
La mujer que ha logrado volverse popular por sus comentarios cargados de maldad, reveló que Sofía Aldrey, la novia oficial del actor, había descubierto por casualidad que su pareja le era infiel al acceder al historial del lavarropas inteligente.
La memoria registraba actividad de la máquina de madrugada. En base a los antecedentes del hijo de Carmen Barbieri y utilizando algo de sentido común, la heredera marplatense concluyó que su amado se ocupaba en ese horario inusual de lavar las sábanas que había usado en compañía de otras mujeres.
El lavarropas gate estaba en marcha y originó, de manera colateral, una fuerte demanda de información sobre costos y prestaciones de esos aparatos. También, por supuesto, los medios se dieron a la tarea de completar la noticia acerca de las compañeras ocasionales de Bal.
Caracterizada por su desenfado y vulgaridad –una combinación que le da resultado– Yanina Latorre suele destacar por su coraje para decir lo primero que se le pasa por la cabeza y no retroceder jamás, aunque le demuestren que incurrió en inexactitudes o, peor, falsedades.
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La panelista afirmó que estaba en condiciones de demostrar que era su entonces compañera de programa Estefi Berardi (LAM, América) la que estaba saliendo con el protagonista de Kinky Boots.
Y como prueba irrefutable mostró párrafos enteros de las conversaciones que supuestamente mantenían vía whatsapp Bal y Berardi.
La joven modelo, periodista y analista de marketing estratégico –según lo que ella ha preferido destacar en su perfil de Instagram–negó la relación y desconoció los chats, pero no consiguió que su compañera se rectificara.
Durante días numerosos portales se dedicaron a reproducir las conversaciones cargadas de referencias sexuales. La negativa de Berardi sólo servía de acicate para nuevas transcripciones.
Prácticamente no hubo periodistas ni medios dispuestos a escuchar las razones que esgrimía la integrante de LAM. No ayudaba demasiado, claro, que la damnificada por las noticias perteneciera al staff de un programa que no suele ser muy escrupuloso a la hora de chequear fuentes y hace de la maledicencia una herramienta cotidiana.
Como sea, Berardi tuvo que pedir en febrero una medida cautelar para que dejaran de difundirse los chats y recién a fines de noviembre consiguió que la justicia dijera que eran falsos. Para los tiempos de resolución habituales el fallo salió rápido; para quien debió soportar las consecuencias de una mentira los meses deben haber parecido años.
En teoría, las leyes tienen el mismo alcance para todos los habitantes del país y las obligaciones y garantías que de su aplicación se derivan no hacen distingos pero, el caso que nos ocupa, afecta a figuras del espectáculo y de una subcategoría periodística popular pero en el escalón más bajo del prestigio. Por ese motivo a nadie le preocupa demasiado que durante casi un año se puedan inventar charlas inexistentes o acceder a las que deben permanecer en el ámbito privado.
Más o menos en la misma fecha del lavarropas gate hubo un incidente que involucró a jueces, periodistas, empresarios y un funcionario de la corte. Esos asuntos preocupan más pero tienen el mismo esquema resolutivo, por eso la verdad puede tardar en abrirse paso y los afectados deberán esperar.
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