Maravillas de este siglo
13/05/2023 | 15:55
Redacción Cadena 3
María Rosa Beltramo
Gracias a Dios, al sistema de gobierno que supimos darnos y a la Constitución que lo garantiza, la Argentina no tiene aristocracia.
Por si hace falta recordarlo -y al margen de los propósitos originales de Platón y Aristóteles- es la clase social formada por las personas que poseen títulos nobiliarios concedidos por el rey o heredados de sus antepasados.
El espacio que en las monarquías europeas, asiáticas o africanas ocupan duques y condesas es aquí la escenografía donde interactúan ricos, famosos, mediáticos e influyentes.
Hay algunos que entran sin fórceps en las cuatro categorías; otros sólo en algunas y un grupo residual que aspira a encajar, aunque más no sea en una, pero apenas si pudo colarse y trabaja a destajo por conseguir un pasaporte legítimo.
En el país hay anualmente media docena de reuniones que se desarrollan invariablemente en Buenos Aires y convocan a ese segmento poblacional.
Días atrás se llevó a cabo en el salón principal del hotel Alvear la cena anual de la Cruz Roja a beneficio del Fondo Humanitario.
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La gala fue un éxito a pesar de que este año faltó la Reina Madre, Mirtha Legrand, una presencia infaltable que decidió darles una tregua a sus acompañantes habituales y seguir el consejo de sus médicos que le pidieron que modere la agenda.
Todo transcurría de acuerdo a las previsiones de los organizadores hasta que poco después de la medianoche la periodista, productora, notera y ex integrante del Bailando, Majo Martino gritó "me robaron la cartera".
Se iniciaron entonces algunas corridas impropias de una fiesta donde las mujeres están de largo trepadas a estiletos de 12 centímetros y los hombres de riguroso smoking.
La invitada consiguió que le mostraran los registros de las cámaras y estuvo hasta las 4 de la mañana revisando cuadro por cuadro.
No logró ver el momento en el que su amada Chanel (un modelito que cuesta 7 mil dólares) cambiaba de manos, pero consiguió el testimonio de una empleada del Alvear que le permitió reconstruir lo sucedido e individualizar a la responsable.
Al parecer ella olvidó la cartera en el baño y cuando volvió ya no estaba. Entre el descuido y el retorno una trabajadora la vio, la levantó y preguntó "¿de quién es esto?".
Una mujer salió de uno de los habitáculos de los sanitarios, cantó "mía" y abandonó precipitadamente la fiesta. La testigo le describió y Majo pudo saber, sin sombra de duda, su nombre, apellido y profesión. Porque se trata de alguien muy conocida en el ambiente.
Completamente olvidada de las buenas formas y ya de vuelta a su casa, a la salida del sol acudió a su cuenta de Twitter y proclamó urbi et orbi: "¡Tengo a la chorra en imágenes!".
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El resto es más o menos conocido. La aludida se comunicó con la dueña de la cartera y le dio una confusa explicación según la cuál ella creía que le pertenecía a una amiga, que, vaya casualidad, también había perdido una Chanel de las mismas características.
Para entonces en la tele ya habían dicho que la ladrona era una editora de la revista Gente. En un canal difundieron sus iniciales y en otro su nombre y apellido.
El flujo informativo constante en las redes sociales y la atención que le dieron los portales más importantes permitió el esclarecimiento del robo en 24 horas.
La cartera que cuesta lo mismo que un auto usado no es lo más valioso que ha desaparecido de esos recoletos espacios en los que se da cita la aristocracia vernácula.
Cuarenta y cinco años atrás, en plena dictadura y en una cena en la sede del Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires que presidía el mismísimo Jorge Rafael Videla, se evaporó mágicamente la capa de la reina Sofía.
Fue el 27 de noviembre de 1978, y el 30 la soberana pudo abordar el avión que la depositó en Madrid con el rey Juan Carlos, y su atuendo completo.
Los militares argentinos movilizaron a investigadores, agentes y espías de todas las fuerzas para ubicar la prenda real.
La encontraron, pero no pudieron evitar la formación de una causa judicial en la que intervino la Suprema Corte.
Durante años protegieron el nombre de la autora del hurto. Finalmente se supo que era una integrante de una familia patricia, Julia Sundblad de Beccar Varela.
"La tomé estando distraída" declaró cuando se le llenó la casa de policías.
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