Con la música, a otra parte

Si no fuera por el esmero que puso de manifiesto el inspector municipal para dejar constancia de su labor, no nos habríamos enterado de la sanción impuesta al músico callejero Miguel Fernández, al que le cayó todo el peso de la ley cuando intentaba ganarse el sustento diario en una esquina de Villa del Lago.

Conocimos lo ocurrido por la faja de clausura con la que fue envuelto su flamante bombo leguero, circunstancia que hizo sonreír a casi todos, incluido el juez de faltas que terminó devolviéndolo a su dueño y perdonando buena parte de la multa después de admitir que era la primera vez en toda su carrera que leía la palabra "clausurado" sobre el vientre de un instrumento musical.

Pero la buena onda manifestada por la autoridad no alcanzó para resolver el problema de fondo. Fernández fue advertido que si insiste en tocar en el semáforo del boulevard Sarmiento y Scarlatti tendrá que abonar los 12.600 pesos que le perdonaron el domingo 21 -le redujeron el monto a 600 pesos- y si aún así reitera la falta, le incautarán el instrumento.

Hasta el preciso momento en que tres diligentes inspectores municipales se presentaron en la concurrida esquina del barrio de Carlos Paz, el émulo de Domingo Cura intentaba conquistar a los automovilistas exhibiendo su destreza para arrancarle melodías al bombo.

La oferta incluía no sólo la música; a un par de metros del bombisto, su pareja vendía pan casero, recién salido del horno. La mercadería fue secuestrada y, en este caso, no hubo devolución.

Fernández y su compañera intentaron convencer a los inspectores de que no hacían nada malo y que necesitaban lo que recaudaban con el pan y la música para mantener a sus dos hijos. Pero no hubo caso: fueron terminantes en informarles que estaban en infracción .

La perla de Punilla tiene, al parecer, un ordenamiento estricto que impide venta ambulante y música callejera. Para colmo de males, como los servidores públicos saben de ordenanzas pero no son luthiers, ignoraban que la banda engomada de la faja altera la calidad del sonido del bombo.

Claro que después de la impensada popularidad que adquirió el incidente y ante la certeza de que el músico deberá procurarse otra ubicación, la leyenda que le cruza el bombo tiene un efecto publicitario importante que, eventualmente, compensará la distorsión del sonido.

A pesar de los ruegos de Fernández y de las razones que esgrimió para pedir contemplaciones, fue notificado y multado. Tampoco le reconocieron la constancia y el esfuerzo de conquistar a la efímera audiencia automovilística con un instrumento que acompañado de otros hace maravillas, pero en solitario reclama una habilidad excepcional para llamar la atención.

Encima ya han partido varios de los que hicieron historia con el bombo y que podrían pedir una dispensa para uno de los suyos. Vitillo, el percusionista de los Abalos, nos dejó hace tres años y antes se fueron Eduardo Polo Román y Eduardo Madeo, los folkloristas que elevaron la ejecución del instrumento nacido en Santiago del Estero a la categoría de arte. Quedan sólo algunos discípulos de aquellos grandes.

Por eso Fernández no tiene quien lo defienda. Es cierto que se advierte una corriente solidaria con su reclamo artístico laboral, pero ya sabe que tendrá que irse con la música a otra parte.