Corona de espinas

Las monarquías europeas suelen proporcionar a la población local elementos de cohesión y facilitar la conservación de las tradiciones.

Para afuera, en tanto, se constituyen en un factor de atracción turística que compensa lo que los súbditos/contribuyentes aportan para su sustento.

Sin la espectacularidad de las ceremonias de coronación o las honras fúnebres -episodios que concitan la atención global- cuestiones menores que involucran a integrantes de la realeza movilizan a la prensa, sensibilizan a la ciudadanía y suelen alentar el surgimiento de toda clase de polémicas.

Durante mucho tiempo se atribuyó al que hoy es el rey emérito de España, Juan Carlos de Borbón, la condición de inteligente estadista que había logrado timonear uno de los momentos más críticos de la vida de su país, facilitando el tránsito hacia la institucionalidad en la compleja etapa de la salida del franquismo.

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Así como por un largo tiempo pudo colocar a su casa real por encima del resto, su prestigio se desmoronó como un castillo de naipes cuando ya no pudo ocultar a sus amantes ni dibujar los números para que cerraran las cuentas.

Lo primero era más o menos conocido y tolerado pero lo del dinero resultó inadmisible. Todos conocen lo sucedido. Primero abdicó en favor de su hijo Felipe y después abandonó España, país al que retorna con incómoda frecuencia para el actual soberano y con el pretexto de presenciar o participar de distintas regatas.

Después de semejante experiencia y cuando la seriedad del sucesor parecía reencauzar el rumbo, aparecieron un periodista y un financista y en menos de lo que lleva el cambio de guardia, asestaron una estocada mortal en el corazón de la monarquía al revelar que Letizia le era infiel a Felipe.

Primero fue Jaime Peñafield, un veterano cronista de la corte, que se despachó con "Los silencios de Letizia" un libro en el que sostuvo que el actual rey ha sido engañado por su mujer desde la época en que era príncipe.

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Y si esa noticia es difícil de digerir para los monárquicos , el caso se complicó a extremos inimaginables cuando se supo que el amante no era otro que Jaime del Burgo, el marido de la hermana de la reina.

Y, por supuesto, el panorama siempre puede empeorar. Si alguien apostaba a una caballeresca desmentida del hombre. Eso no sucedió y además aprovechando la fama que le significó el ensayo de Peñafield, salió a promocionar sus propios libros –una novela y una biografía- en los que confirma todo.

Del Burgo estuvo brevemente casado con la hermana de Letizia y al parecer nunca escuchó aquello de que los caballeros no tienen memoria. La excusa que emplea para revelar detalles del romance con su cuñada es que quiere "denunciar el nivel de corrupción moral de quienes ostentan la Corona y de sus predecesores inmediatos".

Es llamativo que considere que la difusión del affaire puede contribuir de alguna manera a mejorar el clima político en lugar de emponzoñar definitivamente la situación y comprometer aún más la reputación de la mujer que dice haber amado.

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Los libros donde contará su historia con Letizia son “El laberinto de boj”, una novela donde la ficción está por debajo de la realidad, según él, y “Lobos” , una biografía que además ya tiene destino de película.

A nadie le importa demasiado el pensamiento político del financista radicado en Londres, pero él afirma que distingue entre la corona, a la que respeta, y los Borbones, a quienes califica de invasores de España.

Es improbable que sus reflexiones vayan a iluminar las discusiones que suelen enfrentar a defensores de la realeza y a republicanos. Lo que es seguro es que españoles de cualquier color político seguirán, entre sorprendidos y curiosos, la historia de la soberana y su cuñado.

Inconmovible, el supuesto amante de la reina, dice que no quiere dañarla pero no puede evitar difundir las alternativas del romance.

"Si yo no cuento esta relación,-se justifica- lo que voy a revelar sobre la podredumbre de la Corona y de los poderes que la rodean no se entendería".

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