Maravillas de este siglo
30/01/2020 | 07:23 |
María Rosa Beltramo
Seis niños han muerto en los últimos días en Salta víctimas de la desnutrición. Hay otros 26 internados en el Hospital Juan Domingo Perón de Tartagal con un cuadro similar. Semejante tragedia no ha alterado el pulso político del país que continúa sumido en cuestiones macroeconómicas y sociológico policiales, un poco más atento a la amenaza china del coronavirus que a la realidad concreta del hambre y la falta de agua potable en el norte cercano y nuestro.
Las autoridades de la Provincia argentina donde está ocurriendo lo que parece una epidemia han declarado la emergencia socio ambiental y prometido llevar agua a parajes donde es un elemento valioso y raro. La dirigencia enfrenta los dramáticos episodios de estos días con gestos y palabras que denotan preocupación pero, en general, nada de sorpresa.
Los niños muertos pertenecen a algunas de las 270 comunidades wichí, las más numerosas de las alrededor de 400 que representan a pueblos originarios y que habitan la región del Chaco Salteño. La organización Médicos Sin Fronteras ha reclamado autorización de los gobiernos nacional y provincial para instalarse en la zona con el propósito de desplegar acciones de contención humanitaria y de infraestructura básica.
Agrupaciones de izquierda denuncian indolencia oficial y atribuyen la indefensión de esos grupos vulnerables a migraciones internas motivadas en los desmontes de miles de hectáreas, que los relegaron a algunas áreas caracterizadas por la ausencia de lo más básico que necesitan para mantenerse.
El resto del espectro político no parece tener una conciencia plena de lo que está pasando. La contundencia de las cifras no asusta, como si la condición wichís de los chicos determinara de algún modo su temprano final, casi como si se tratara de una fatalidad.
Médicos del hospital donde fueron atendidos los chicos admitieron que existen problemas básicos de comunicación con las comunidades de pueblos originarios y que les vendría bien el aporte de traductores porque ni siquiera hablan la misma lengua. No obstante, son tan argentinos como los nacidos a 10 metros del obelisco.
Y su muerte debería conmover a la sociedad con la fuerza suficiente para obligar al gobierno a tomar medidas. Dieciocho años atrás, durante una de las crisis recurrentes padecidas por el país, una nena tucumana de 8 años paralizó la respiración nacional cuando una cámara de televisión registró su carita arrasada por las lágrimas y la contundencia de una frase: "Me duele la panza de hambre".
El caso Barbarita Flores y la decisión de ponerle rostro a la crisis ilustró con dolorosa eficacia la dificultad de ese momento. Ahora han muerto 6 chicos desnutridos. La respuesta no puede ser la indiferencia.