Maravillas de este siglo
11/07/2022 | 10:44 | Por María Rosa Beltramo.
Redacción Cadena 3
María Rosa Beltramo
Las monarquías que contribuyen a cimentar el patrimonio turístico europeo suelen generar los chismes más rastreros cada vez que algunos de sus miembros protagoniza un escándalo. La Casa de Windsor, a la que pertenece Isabel II, tiene episodios para armar una enciclopedia, pero en los últimos años lo más significativo fue la vinculación del príncipe Andrés, hijo de la soberana, con el pedófilo Jeffrey Epstein.
Lo que sucede en el parlamento o en el entorno de Downing Street es otra historia, pero a menudo se entrecruza con los problemas de alcoba de la realeza. Ciudadanos y súbditos lo único que pueden hacer es presionar a sus dirigentes para restablecer la normalidad, si los cambios dependen de decisiones políticas, o sentarse a observar el espectáculo de los nobles descarriados cuando se trata de esos personajes que ocupan lugares de privilegio por razones hereditarias.
Como sea, los escándalos que se derivan de entreveros sexuales, rara vez se pueden ocultar debajo de la alfombra, sobre todo en un país como Inglaterra que tiene una poderosa prensa amarilla que se alimenta de este tipo de información y cuya voracidad no tiene límites.
El último empujón que desplazó al premier Boris Johnson de la oficina ubicada en el 10 de la calle Downing fue una noche de excesos etílicos en el Carlton Club, donde su protegido Chris Pincher hizo en público y con un diputado, lo que venía haciendo privadamente y con ciudadanos más vulnerables, desde hacía décadas. Parece que el tipo es un acosador consuetudinario que no acepta el no como respuesta y que ya había dejado huellas de su irregular proceder en el parlamento, la cancillería, los jardines de Windsor y, en general, en cada lugar que le tocó transitar.
Lo peor de todo es que al parecer el primer ministro sabía que su colaborador era un acosador y que a muchos hombres de su entorno le era difícil trabajar con él porque acostumbraba prescindir del consentimiento para manifestar sus deseos. Es probable que, parapetado en su influencia y en la utilidad de los servicios que prestaba, haya creído que iba a gozar siempre de una impunidad total.
Para su desgracia, esta vez el oficialismo y la oposición vislumbraron en esa acción de Pincher de toquetear a dos hombres -uno de ellos un diputado conservador- el argumento que necesitaban para desembarazarse de Johnson que diez días atrás había zafado de una moción de censura por la veintena de fiestas que lo tuvieron como figura principal, cuando el resto del mundo permanecía aislado por la pandemia.
Así, un escándalo que muchos conocían pero hasta ese momento ni siquiera tenía entidad para una columna en la última página de The Sun, cobró un valor repentino y absoluto y acabó con la gestión de Boris Johnson, un tipo que, siendo periodista, menospreció el uso que la prensa y la política pueden hacer de hechos que parecen insignificantes pero cuando hace falta, pueden resultar decisivos.
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