Javier Milei junto al asesor presidencial, Santiago Caputo (Foto: Infobae).

Maravillas de este siglo

Había plata, pero para otras cosas

03/08/2024 | 08:55

 

Redacción Cadena 3

María Rosa Beltramo

El país entero se sumerge con ganas en cada una de las discusiones sobre los planes de empleo, la asignación de fondos a los movimientos sociales y las políticas que el Estado debería implementar para que en un país potencialmente rico no siga aumentando el número de pobres.

Muy pocos se privan de hablar sobre el tema y salvo excepciones, la mayoría manifiesta opiniones taxativas sobre lo que hay que hacer.

El resultado de las pasadas elecciones guarda cierta correspondencia con debates de esta naturaleza que insumieron horas de televisión, ayudaron a esmerilar el prestigio de algunos dirigentes y alfombraron el camino hacia el poder de otros.

Pero la pasión que cualquiera emplea para asegurar que este país va a levantar cabeza el día que el gobierno deje de alimentar a los planeros, parece haberse extinguido por completo cuando ese ciudadano que milita a diario su indignación, se entera que el gobierno dispuso asignar 100 mil millones de pesos para la Secretaría de Inteligencia del Estado.

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Eso no es todo. Los fondos son reservados, de modo que seguir la pista del dinero no conducirá a mucho porque detrás de la primera puerta aparecerá, inexorablemente, el "top secret".

Todos los países tienen servicios de inteligencia cuyo alcance y efectividad depende de demasiados imponderables.

Los propósitos de las centrales de inteligencia se enuncian fácil, pero en los hechos resulta arduo justificar buena parte de su labor.

Según la web oficial, la Secretaría de Inteligencia del Estado "tiene a su cargo la producción de información valiosa y fidedigna para la toma de decisiones estratégicas en materia de posicionamiento y seguridad por parte del Poder Ejecutivo de la Nación".

En teoría, la inteligencia debería ser capaz de descubrir a tiempo la preparación de un atentado. En la práctica y con el pretexto de esas búsquedas, los gobiernos la utilizan para investigar a la oposición.

Pero jamás se quedan ahí. Esa porción del poder parece tener vida propia. Es cosa de todos los días que los espiados sean parte del gobierno.

En el verano, en pleno conflicto con los movimientos sociales por la decisión de interrumpir el suministro de alimentos a los comedores, la ministra de Capital Humano quedó en el centro de la disputa y estuvo cerca de renunciar cuando un detalle la alertó de que sus charlas telefónicas eran escuchadas.

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El entonces jefe de Gabinete, Nicolás Posse caminó con Sandra Pettovello por uno de los pasillos de la Rosada y cuando ella se disponía a entrar en su despacho él le sonrió y le deseó "pasala bien en Punta del Este".

Se avecinaba un fin de semana largo y ella se había cuidado de no contarle a nadie sus planes. En ese preciso instante supo que a metros del sillón presidencial no hay manera de guardar secretos.

Triplicar los fondos para inteligencia en el mismo país donde se limita el financiamiento universitario debería haber puesto a la oposición en pie de guerra y al ciudadano de a pie rojo de ira. Sin embargo, la noticia pasó sin pena ni gloria, hubo sólo protestas aisladas y un pedido de informes.

En la calle, los que siempre están dispuestos a pararse frente a un micrófono para quejarse de que la plata de sus impuestos se destine a los sectores más vulnerables, no abrieron la boca.

Y eso que hay pocos lugares de la administración tan oscuros como la SIDE. Los agentes de inteligencia únicamente son atractivos en el cine o en la literatura.

Jorge Fernández Díaz, autor de la trilogía integrada por "El puñal", "La herida" y "La traición" se animó a crear un personaje que, a pesar de moverse como pez en el agua en ese universo subterráneo de mentiras, deslealtades y chantajes, ha logrado alcanzar la estatura de un héroe.

En la vida real los que trabajan en inteligencia lo ocultan y cuando algún paso en falso los delata la gente los evita como si portaran una enfermedad contagiosa. En las novelas de JFD su agente es inteligente, apuesto, efectivo y capaz de sobrevolar la podredumbre del sistema con algunos comportamientos éticos.

Tiene, no obstante, un nombre particular, como inequívoco recordatorio de ciertas características requeridas para desempeñarse en el submundo de los servicios de inteligencia. Se lo conoce por su alias, Remil.

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