Maravillas de este siglo
01/04/2020 | 10:22 |
María Rosa Beltramo
Aunque parezca una frivolidad hay que intentar hablar de otra cosa. No es bueno que toda la humanidad se mantenga durante tanto tiempo enfocada en un tema único que, para colmo de males, aporta hora tras hora nuevos motivos de preocupación. Informarse está bien y es casi obligatorio hacerlo, pero es hora de dirigir la mirada hacia otras cuestiones. Y en la medida de lo posible, que el recreo del coronavirus no sea una larga disquisición sobre las consecuencias que tendrá en la economía el confinamiento y el parate de la actividad.
Los medios todavía no se animan a cambiar la agenda porque no saben cómo hacerlo, pero en algunas actitudes de la audiencia, comienzan a verse las consecuencias de la saturación. La más visible es que resulta difícil distinguir lo importante de lo accesorio y que, al cabo de largas jornadas de exposición continua al mismo asunto, las cifras de muertos e infectados significan cada vez menos, un país no se diferencia de otro y el desfile de infectólogos por los canales dejó de conmover porque es la película que ya todos vimos.
Aunque está probado que el ser humano es capaz de acostumbrarse a cualquier cosa, seguro no le sirve a nadie un mensaje sin pausas que intercala el número de bajas con el crack de las bolsas y el aumento de la pobreza.
El coronavirus ha borrado la noción de normalidad. Y no hay escape. La pandemia ha ocupado todo el ancho y la profundidad de la pantalla. Desaparecieron los programas de chismes y de deportes. Es decir, siguen existiendo pero ahora están dedicados al virus.
Por eso dan ganas de celebrar como algo extraordinario las breves incursiones en otros aspectos de la realidad que se permiten entrevistados, conductores o simples cronistas que todavía creen que la vida es más fuerte y diversa que el coronavirus.
A veces el humor es involuntario, como cuando una bien intencionada conductora propuso organizar búsquedas del tesoro domiciliarias y su co-equiper le contestó que vivía en un monoambiente. En medio de una nota sobre la importancia del uso de mascarillas o barbijos, un pediatra especializado en infectología, inició una larga explicación pero a mitad de camino lo pensó mejor e hizo la pausa justa para descontracturar y permitirse una sonrisa. Hay sociedades, sobre todo en Oriente, que mucho antes de esta pandemia se acostumbraron a usar barbijo. ”Vos no lo sabes porque no estas viajando mucho a Japón, últimamente, pero yo en cambio voy seguido, Ale”, dijo entre risas el médico que no consideró un despropósito reivindicar su condición de millonario y cargarlo a Fantino, su entrevistador, reconocido hincha de Boca.
Histriónico como pocos, Roberto Funes Ugarte, de C5N, también hace un aporte cotidiano caminando las calles y ofreciendo el micrófono para intentar hablar con la gente de cómo está pasando el confinamiento pero en clave humorística.
No es fácil volver a los temas que hace un mes eran cotidianos y ahora son parte de una realidad lejana; pero será necesario. Habrá que ampliar la esfera de interés, dedicarle al problema la información necesaria pero salir de la agenda obligatoria. Eso se logrará normalmente por acuerdo compartido de la sociedad y los medios.
En otros lugares del mundo tienen métodos expeditivos para lograrlo. Por caso el dictador de Turkmenistàn, Gurbangu, cometió la locura de prohibir el uso de la palabra coronavirus.