Maravillas de este siglo
16/04/2020 | 11:22 |
María Rosa Beltramo
Un hombre rompió la cuarentena para dirigirse a una comisaría donde pidió que lo detuvieran preventivamente. "Si vuelvo la mato", dijo, refiriéndose a su mujer, después de desprenderse de una pistola que dejó sobre el escritorio, detrás del cual lo miraban, azorados, los policías.
Sin armas, pero con idéntica determinación, otro que esperaba el colectivo les reveló a los agentes que lo interrogaron, que pretendía trasladarse a la casa de su madre porque temía que en la propia, ocurriera un desastre debido a que las cosas estaban muy mal con su pareja.
Son episodios que estremecen por su carga de violencia pero seguro hasta hace muy pocos años hubieran servido de base para un relato de esos que, con diferencias de estilo, han funcionado eficazmente en las Selecciones del Reader Digest, la contratapa de los diarios o los discos de cualquiera de los representantes del celebrado humor cordobés.
Cuando la cuarentena transitaba su fase inicial y apenas habían transcurrido los diez primeros días de aislamiento, hubo uno de los tantos actos reducidos a la superficie del balcón que se llamó “ruidazo” y cuyo propósito fue llamar la atención sobre el peligro de la violencia de género. Habían ocurrido un par de femicidios y se advertía un crecimiento preocupante de las denuncias .
A punto de cumplirse un mes de esta nueva forma de vida a la que nos obligó el coronavirus, los homicidios de mujeres y niñas se elevaron a 13 y ninguna recomendación ha conseguido achatar la curva que grafica la espiral de amenazas que enrarecen el clima doméstico.
El aislamiento no tiene en sí mismo ningún condimento especial que explique el aumento de la violencia de género, pero la permanencia obligada en el mismo ámbito puede transformar los apacibles límites del hogar en el escenario más riesgoso del mundo si se tiene la convicción de que las diferencias afectivas se arreglan a los tiros o que la otra persona es una propiedad de la que se puede disponer a voluntad.
El problema es de tal magnitud que el gobierno de Catamarca, por ejemplo, habilitó una línea especial que funciona las 24 horas y la publicitó en carteles que proclaman: “Desafío colectivo. Contener el COVID-19 sin violencia de género” y está dirigido a los hombres. “En este aislamiento los varones también pueden manejar el enojo y evitar la violencia de género. Si necesitas ayuda ,comunícate 24 horas”.
También Córdoba tiene un Centro Integral de Atención para Varones por el que han pasado miles derivados por la justicia, obligados a una suerte de deconstrucción asistida para aprender a vivir sin ejercer violencia sobre las mujeres.
No hay aún información confiable sobre el resultado del salvoconducto Barbijo Rojo que se ideó para que cualquier mujer amenazada pudiera hacer saber que necesitaba ayuda, aún delante de su agresor.
La pelea contra el coronavirus atraviesa una etapa temprana pero todo parece indicar que cuando ya exista una vacuna que lo convierta en una enfermedad manejable, subsistirá aún, robusta e inconmovible, la otra pandemia, la de la violencia de género, más antigua y resistente.