Maravillas de este siglo
12/02/2020 | 09:54 |
María Rosa Beltramo
Los argentinos estamos acostumbrados a que las administraciones presidenciales se sucedan en medio de denuncias sobre la herencia recibida, que invariablemente es pesada. Importa poco el matiz ideológico; el que llega encuentra siempre todo roto y el que se marcha asegura que lo dejó sano y resplandeciente. Tal vez sea parte del juego político tratar de sacar ventaja de errores de los rivales y también revelar los que se ocultan , pero los que se alternan en el ejercicio del poder deberían establecer acuerdos mínimos para excluir de la disputa ciertos temas.
Es natural que haya opiniones opuestas sobre el endeudamiento, la estrategia para salir del estancamiento, la reasignación de partidas presupuestarias o la agenda internacional. Todas esas cuestiones pueden y deben discutirse a la luz del proyecto que el electorado elige cuando vota. Existe, no cabe duda, un terreno extenso y abonado para esa clase de pelea.
Habiendo tanto para defender o atacar, no se entiende esa necesidad de descender al barro de la disputa callejera como ha ocurrido en los últimos días con el estado de la Casa Rosada. El senador Oscar Parrilli denunció a Mauricio Macri y al ex secretario general de la Presidencia, Fernando De Andreis por “daño agravado” e “incumplimiento de los deberes de funcionario público”.
La respuesta no se hizo esperar y llegó, vía Twitter, de parte de De Andreis. Ofendido hasta la exasperación, acudió a las fotos que él mismo había tomado cuando Cambiemos entró a la Casa Rosada en 2015, para demostrar el revoltijo que encontraron y del que , por supuesto, responsabiliza absolutamente a los actuales moradores, que son los mismos que tuvieron que dejar el edificio de Balcarce 50 tras la victoria macrista.
El álbum del ex funcionario reúne imágenes de abandono absoluto. Muebles rotos y apilados en el sótano, la terraza con una casilla de chapa, escombros por doquier, una peligrosa red de cables pelados y biblioratos junto a un inodoro y debajo de una ducha. A continuación llegan las fotos que exhiben todo el esplendor de la Rosada una vez que-según De Andreis-tomaron cartas en el asunto, se desprendieron de la basura y restauraron lo que hacía falta para que la sede del gobierno argentino recuperara su señorío.
No hay forma de justificar ese enfrentamiento de conventillo. Los ciudadanos tenemos derecho a que los inquilinos de la Rosada cuiden el patrimonio común y sean capaces de ponerse de acuerdo sobre el estado de muebles y útiles sin que nos hagan partícipes obligados de esas absurdas batallas inmobiliarias.
Si existen normas archiconocidas para que un locatario común y corriente entregue la propiedad en buenas condiciones cuando se acaba el contrato, no puede haber dificultad para que los que acceden al honor de habitar la Casa Rosada la preserven y nos ahorren las exhibiciones obscenas del presunto deterioro.
El carácter simbólico que tiene la sede del Gobierno debería servir para dejarla al margen de ese intercambio descarado de imputaciones que acompaña el fin de un mandato y el comienzo de otro. A buena parte de la dirigencia nacional le suele gustar mirarse en el espejo de las instituciones de Estados Unidos. Hace un par de años cuando se estaba remodelando el Ala Oeste de la Casa Blanca, la revista Golf se atrevió a decir que su principal ocupante, acostumbrado a sus modernos rascacielos, la consideraba “un verdadero cuchitril”. Donald Trump, que suele ignorar a publicaciones más populares y prestigiosas, salió inmediatamente al cruce con un enfático “Amo a la Casa Blanca”. Con los símbolos no hay que meterse.