Maravillas de este siglo
20/05/2020 | 07:58 |
María Rosa Beltramo
Lo único que logró alterar la rutinaria existencia de la pandemia en los últimos días fue el escándalo de Rubén Muhlberger, un esteticista que ganó notoriedad y fortuna ocupándose de un compacto batallón de famosos que durante años promocionaron sus tratamientos y ahora lo niegan, se permiten dudar de esas pociones que pagaron en dólares y ni siquiera recuerdan con claridad qué los llevó a la “ klinik” de la calle Arenales.
Todo el mundo sabe que el médico terminó detenido y que aunque ahora disfruta de una domiciliaria, lo subieron a un patrullero con la cabeza envuelta en una campera como si fuera un vulgar delincuente y lo interrogaron durante horas sobre cuestiones difíciles de explicar. Por caso, la fiscal que lleva la causa pretendía averiguar por qué trabajaba sin autorización, el origen de una cantidad significativa de remedios vencidos hace años y la procedencia del medicamento que supuestamente permitía curar el coronavirus.
Ninguna de esas cuestiones torna excepcional el funcionamiento de la Klinik Muhlberger. Lo destacado es la aparente credulidad de sus pacientes, muchos de los cuales son periodistas destacados que, por rara coincidencia, optaron por una actitud de absoluta candidez y nada de los que ahora apuntala un cuadro de sospechas, les llamó la atención.
El desfile de engañados por los programas de la siesta es un espectáculo conocido. Ocurrió con otros médicos de la farándula e inclusive con algunos que sólo habían pasado por la vereda de la facultad pero manejaban un marketing que los hacía atractivos. O tal vez ofrecían sus terapias en canje para que una clientela anónima pero con efectivo demandara los mismos servicios que las celebridades que aparecían en las revistas jurando que su bienestar tenía origen en el tratamiento ortomolecular, una suerte de Fuente de Juventud para un grupo de elegidos.
Ahora se escandalizan cuando los empleados cuentan que le ponían clonazepam al té rojo que calmaba la inquietud de la sala de espera, pero a la mayoría le cuesta admitir que daba cualquier cosa por una sesión con el médico que reanimaba a Charly García, adelgazaba a Maradona y era el responsable de la vitalidad de Moria Casán y la increíble energía de Pinky.
Propietario de una clínica con K, para dotarla de reminiscencias foráneas aunque su responsable es de Luján, cayó en desgracia, pero antes facturó como para alegrar la existencia del estudio de abogados que lo asiste, con un local decorado con elegancia, paredes de tonos pastel, luz tenue, música relajante y, por supuesto, el famoso "tecito".
Del tema y de sus detalles coloridos se ocupan varios de los que se hacían atender por el esteticista. Algunos ya pasaron hace una década por la clínica de Rímolo o probaron mejunjes inclasificables para seguir al brujo de moda. Parece raro que gente tan avispada, caiga con tanta facilidad en las redes del engaño.
No será la primera vez ni el único lugar. Hay una larga historia de médicos marketineros y pacientes confiados.
En Estados Unidos donde se supone hay regulaciones difíciles de sortear para profesionales extranjeros, brilló entre los millonarios y los artistas de Hollywood el esteticista argentino Daniel Serrano. Su estrella se apagó de manera fulminante a mediados de 2008 cuando establecieron que usaba lubricante de autopartes para intervenciones en las que juraba contar con insumos muy superiores al botox. Hasta entonces atendía a Priscilla Presley, a la esposa de Lionel Ritchie y, en el colmo de la arrogancia, a la mujer de Larry King, que era el hombre más influyente de la CNN. Con ella se equivocó feo y, por supuesto, ese fue su fin.
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