Maravillas de este siglo
02/09/2021 | 08:01 | Por María Rosa Beltramo.
María Rosa Beltramo
Hubo una época en la que la vida parecía más simple, el mundo menos ajeno y las esperanzas, realizables. Aferrarse al pasado como una tabla de salvación es un recurso natural para frenar el envejecimiento. Está escrito; cada generación abreva en los años jóvenes en busca de las oportunidades perdidas.
Nos pasa a todos y siempre hay una impronta para distinguir a los grupos y a su época. En Argentina existe una generación Bidú, con límites inespecíficos, pero cuyo florecimiento coincidió con la etapa en la que intentaba reinar la morena rebelde, como el incipiente marketing de entonces había bautizado a la gaseosa que osó intentar desbancar a la Coca.
De eso hace 81 años, pero las saudades de los chicos de entonces son de los 60 y 70 cuando la bebida de los hermanos Monti era la más solicitada en los asaltos y las americanas, en los que ellos se ocupaban de lo que se tomaba y ellas de lo que se comía, en una inalterable división de tareas que continuaría por el mismo rumbo hasta los 90, cuando otra generación estableció que los varones también podían cocinar.
Pero volviendo a los jóvenes de la Bidú, ni la más edulcorada de las añoranzas puede hacer creer que las tenían fáciles. El país se precipitaba hacia enfrentamientos brutales ante los cuales la tan promocionada grieta del siglo XXI parece un chiste y los ideales revolucionarios que parecían a punto de cristalizar serían extirpados de raíz por el régimen más cruel del que se tenga memoria en el cono sur.
En el universo juvenil de entonces, se cantaba y bailaba la música de Palito Ortega, Sandro, Leo Dan y Leonardo Favio, cada uno de ellos con un núcleo duro de barras bravas. El acontecimiento más importante que atravesaba un veinteañero de la época era obtener recursos y contactos para contratar a cualquiera de esas figuras para el baile de la clase. Era la fiesta anual que nadie se quería perder para despedir a los chicos que se iban a la colimba.
Los que partían eran ellos pero las chicas tenían una participación estelar porque generalmente decoraban el salón y participaban luego de la elección de la reina, un certamen que rivalizaba con Miss Mundo y podía pintarle la cara al internacional a puro fervor. Y además le permitía a la consagrada, posar con el grupo de amigos que esa noche se despedía con dolor de sus largas cabelleras.
La generación Bidú pasó de las polleras acampanadas a los hot pans, la midi y la maxi y volvió a las mini y a las botas de caña larga. Hubo tiempo para ir de los jeans súper ajustados a los pata de elefante y de las camisas con solapas gigantes a la estrechez del cuello Mao.
El mundo consagraba el amor libre, pero en la revista Nocturno Tita Merello aconsejaba a las adolescentes que le escribían negarse terminantemente a dar “la prueba de amor” reclamada por el novio porque, decía ella, “pájaro que comió, voló”. Los muchachos no pedían consejos pero la consigna para ellos incluía “respetar” a la noviecita, un verbo con un sentido distinto al original porque quería decir que debían evitar intimar con la chica, pero podían intentarlo, reservadamente, con cualquier otra.
La Bidú debutó en Argentina en 1940 cuando el presidente era Roberto Ortiz, se fortaleció en los 50 y dejó de existir en 1974. La generación que se apropió de su nombre se emocionaba con “El amor tiene cara de mujer”, se juntaba a ver “El hombre que volvió de la muerte” y aprendía a bailar con “Música en libertad”.
Los jóvenes que lidiaban con ese mundo que de lejos parece tan sencillo ya se jubilaron o están juntando los papeles para hacerlo. Nada podrá evitar un lagrimón cuando reaparezca la morena rebelde y con ella retornen, en tropel, los recuerdos de los años felices.
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La famosa bebida compitió con las grandes marcas. Fue creada por los hermanos Monti, inspirados en el éxito de Coca-Cola.
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Rafael Sánchez, director comercial de la empresa de bebidas, indicó que tomó esta decisión por los incentivos que brinda el gobierno de aquel país.