Maravillas de este siglo
27/02/2023 | 09:49
Redacción Cadena 3
María Rosa Beltramo
Con alguna frecuencia aparecen personas e instituciones que se sienten capaces de modificar la realidad-y mejorarla-con procedimientos sencillos y expeditivos. Pero como cambiar hábitos ofrece cierta dificultad y demanda un tiempo del que carecen, optan por comenzar por las representaciones de la realidad.
Y los libros lo son, por eso algunos apuestan a que reemplazando un adjetivo, corriendo una coma o eliminando un verbo resurja un texto más inclusivo o menos machista, incontaminado de prejuicios.
Fue Cervantes el que con singular habilidad descriptiva aseguró que el camino del infierno estaba empedrado de buenas intenciones. El padre de nuestra lengua detectó que no suele haber la correspondencia deseada entre los propósitos y los resultados.
Probablemente si esa afirmación fuera tenida en cuenta nos ahorraríamos más de un dolor de cabeza. Con el surgimiento de la cultura de la cancelación, verdaderas joyas de la literatura han quedado sometidas a los intentos renovadores cuando no directamente a la censura de gente que pretende que los libros sean políticamente correctos.
En algunos colegios norteamericanos suprimieron de la bibliografía sugerida para los estudiantes secundarios "De ratones y de hombres", del premio Nobel de Literatura John Steinbeck. La principal objeción fue el empleo de "lenguaje ofensivo y vulgar".
"Matar a un ruiseñor", de Harper Lee tampoco se salvó. En este caso lo condenable fue la visión de la autora que, según lo exégetas, termina consagrando el “síndrome del salvador blanco”.
Más recientemente ha sido la editorial británica Puffin Books la que decidió meter mano en la obra de Roald Dahl sustituyendo palabras y frases relacionadas con “cuestiones sensibles” como la raza, el género, la apariencia física, la salud mental y la violencia en los libros del autor destinados al público infantil.
Sin embargo las editoriales Gallimard y Alfaguara, que difunden la obra del escritor británico de ascendencia noruega en francés y en español, respectivamente, comunicaron que no alterarán el vocabulario empleado por Dahl.
María Teresa Andruetto fue una de las intelectuales que reaccionó ante el intento de "readecuación " de la obra del británico.
"La ficción funciona como un espacio de libertad y el sentido del arte se vincula incluso con la desobediencia y no con el adocenamiento. Uno puede enseñar ciertas cosas, ciertos valores, pero no hace falta que se haga a través de la literatura”, concluyó la escritora cordobesa.
Es improbable que los lectores actuales de Roald Dahl salgan menos discriminadores que los anteriores porque en lugar de "gordo" lean que un personaje es "enorme".
Es evidente que siempre será más fácil cambiar una palabra que una idea e infinitamente más sencillo corregir un texto que una conducta, pero a esta altura de la civilización sería bueno proponer diálogo y consenso en lugar de censura.
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