Maravillas de este siglo
16/07/2020 | 09:10 |
María Rosa Beltramo
Si la fortuna nos acompaña deberíamos poder salir en patota a celebrar el Día del Amigo del año próximo, chocar las copas en homenaje a un sentimiento que nos enaltece como seres humanos y recordar, entre carcajadas, que durante el Año del Señor de 2020 había brigadas antifiestas preparadas para desarticular cualquier intento de jolgorio. Para entonces quizás la pandemia pueda ser un recuerdo ingrato y el mundo recupere una cierta normalidad donde el riesgo más grande de una reunión amistosa o familiar sea algún exceso gastronómico.
Pero esa no es la realidad de estas horas. Las autoridades sanitarias se muestran tan preocupadas por la inminencia de la fecha que vale la pena tomar nota y tratar de seguir las recomendaciones de los que saben. El temor a los contagios que se registran en los lugares donde desaparece el distanciamiento social ha convertido al Día del Amigo en una cuestión de estado.
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En Córdoba, los empresarios gastronómicos exhiben toda la parafernalia que emplean para seguir los protocolos, muestran mesas separadas como pequeños islotes dentro de un salón, avisan que no permitirán que nadie siga el impulso de mezclarse con los de al lado y recomiendan que, en última instancia, los que tienen una larga lista de amigos los separen en grupitos manejables e inocuos y repartan el festejo en varios días. Pero por estos pagos, con dificultades y mesas de no más de seis, se promueve respetar la fecha original del 20.
En Rosario, en cambio, se dispuso aplazar la celebración para septiembre aunque con el temor y la certeza que muchos no están dispuestos a ninguna postergación y se preparan para ignorar las sugerencias y encontrarse el lunes o incluso adelantar la reunión para el sábado o el domingo. El calendario de fiestas clandestinas hace mucho que se viene desarrollando en todo el país y cada fin de semana obliga a increíbles procedimientos policiales para dispersar a gente que insiste en bailar, cantar, escuchar música, compartir asados, pescados, locros, pizzas y tragos, o jugar a las bochas, al fútbol, ensayar tiro a la paloma o festejar cumpleaños.
Las implicancias normales de responder a impulsos gregarios ya no son recomendables y ahora es conveniente sacarle el cuerpo al virus. Hace meses que la policía ha tenido que añadir a su compleja tarea de prevención y represión del delito, la persecución de los que decidieron hacer caso omiso de las prohibiciones que llegaron junto con la Covid-19 y que están destinadas a mantenernos lejos de la terapia intensiva.
En Rosario dos ministerios le dieron forma al Equipo Especial de Fiestas Clandestinas, una suerte de brigada parecida a Los Intocables en tiempos de la Ley Seca, capaz de interceptar el sonido lejano de la música o seguir el rastro prometedor del fernet o la cerveza para aparecerse en medio de la fiesta y terminar con todos los asistentes en la comisaría.
Hay una tendencia natural a no tomarlos en serio, siempre y cuando uno insista en ignorar la realidad de la pandemia y se empeñe en no vincular el abandono de los protocolos con los contagios. Si el deseo de reunión se maneja aislado del coronavirus las brigadas antifiestas parecen sacadas de una mala comedia. En cambio si se examinan las consecuencias de reuniones masivas, se justifica cualquier esfuerzo de preservación de la salud, incluidas esas redadas que empiezan silenciando el equipo de música y terminan dispersando a los bailarines.
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