Maravillas de este siglo
21/12/2021 | 08:00 | Por María Rosa Beltramo.
María Rosa Beltramo
Tal vez sea más fácil que el nuevo presidente de Chile aumente un punto del PBI, que la sociedad acepte el cambio de rol que Irina Karamanos, la compañera de Gabriel Boric, propuso para la primera dama, esa función que ni siquiera está delineada formalmente en la mayoría de las legislaciones pero ha consumido a lo largo de la historia ríos de tinta y hasta sellado la suerte o el infortunio de algunas administraciones.
Irina, una joven de 32 años, formada en antropología y comunicación social en Alemania dijo que hay que “repensar” el cargo porque sabe que, por encima de sus condiciones, más temprano que tarde los editores de los principales medios chilenos le pedirán a sus cronistas que averigüen quién la vestirá para la ceremonia de asunción de Boric y si ya mandó a redecorar la residencia oficial.
Es el destino de las primeras damas que, con el tiempo, pueden agregarle a su agenda la atención de la huerta - Michelle Obama encabezó ese rubro- o algún tema vinculado a la educación o a los niños, en el mejor de los casos. En Estados Unidos, la vidriera a la que le presta atención el resto del continente, la mayoría de las esposas de los jefes de Estado suele encabezar la presentación de planes de alfabetización. Ese es el costado trascendente; lo usual, sin embargo, siempre es el atuendo que emplearán en una cumbre, la simpatía cuando les toca ser anfitrionas y el esfuerzo que hacen por el lucimiento de sus maridos.
El primer ciudadano alemán Joachim Sauer, esposo de la ahora ex canciller Ángela Merkel, no tuvo que soportar esas interminables notas sobre lo bien -o lo mal- que lucía un traje de Dior ni hubo cronistas prestos a calcular el tamaño, el precio y la marca del bolso de mano cuando bajaba del avión 15 centímetros detrás de su mujer. Prácticamente una sola vez vimos foto y video del químico y docente universitario, cuando de riguroso smoking tuvo que acompañar a Ángela a una recepción en la Casa Blanca.
Tampoco leímos ni escuchamos del buen gusto para vestir de Clarke Gayford, el compañero sentimental de la premier de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, cuando concurrió a la sede de la ONU llevando en brazos a la hija de ambos, para escuchar la exposición de su mujer.
En Argentina, la primera mujer presidenta, Isabel Perón, lo fue precisamente por la muerte de su marido, Juan Domingo Perón, quien gobernó el país hasta el 1 de julio de 1974. La segunda, Cristina Fernández tenía un marido, Néstor Kirchner, que la había precedido en el ejercicio de la primera magistratura, de modo que el breve tiempo que ejerció como primer ciudadano fue más consultado sobre la continuidad de alguna de sus políticas y se salvó de tener que elegir entre distintos diseñadores o defender el menú para alguna fiesta. También zafó del “escarnio” que algún cronista avispado descubriera en una reunión de su mujer con otros estadistas, que su traje era idéntico al de algún otro marido o miembro del gabinete.
Irina Karamanos fue consultada la semana pasada sobre su eventual nueva función. No sabía por entonces si triunfaría la opción de Boric o la de Kast. La antropóloga y militante feminista sostuvo entonces que el de primera dama “es un cargo que merece ser repensado porque estamos en tiempos distintos; han cambiado muchísimas cosas y hay que repensar el poder y las relaciones que emergen de él”.
Y después se explayó para decir que es muy de otra época que haya en el estado funciones derivadas de parentescos o vínculos de sangre. Lo suyo comenzará en marzo. Hay que ver cómo evoluciona todo y, por ahora, comprobar si algún medio trasandino se anima a cubrir la ceremonia de asunción sin describir el vestido de la mujer de Boric.
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