Maravillas de este siglo
08/07/2020 | 08:01 |
María Rosa Beltramo
La de defensor es una institución relativamente moderna con la que los medios de comunicación enfrentan el desafío de proteger a la audiencia de los excesos, errores o inexactitudes de su propia factura. O, como hizo el New York Times cuando presentó en sociedad al suyo, una forma de levantar cabeza, sacar pecho y empezar a hacer buena letra después de que se descubriera que un laureado integrante de la redacción se había cansado de publicar notas más falsas que los actuales plateístas del fútbol europeo.
En Argentina hace décadas que algunos diarios tienen defensor de los lectores y años que algunos se han animado a darle responsabilidad editorial a los de género, pero hace poco que existe una persona designada con acuerdo parlamentario como Defensor del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual.
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De la responsabilidad se hizo cargo la periodista Miriam Lewin que todavía no había terminado de conocer la oficina cuando se vio envuelta en una de esas discusiones de las que es difícil salir airoso. Importa poco el decálogo de buenas intenciones con el que se pertrechó.
Apenas unas horas antes de trenzarse en una disputa mediática con Baby Etchecopar, Lewin había explicado que la idea que la guiaba era que las audiencias se reconozcan como sujetos de derechos en lo que hace a la comunicación, para lo cual la Defensoría tiene una línea de acción que se ocupa de la divulgación, la capacitación y el fomento en la formación de conciencia.
Si sólo representara al público de un canal o una radio como integrante de cualquiera de esos medios podría dar un debate interesante y, de algún modo, enriquecer la línea editorial al permitir que se expongan distintos puntos de vista.
El tema es que la representación de oyentes y televidentes debe ejercerla desde un despacho oficial en el que, en forma inevitable, deberá criticar distinto tipo de manifestaciones de gente que siempre tendrá derecho a decir que pretenden silenciarla.
Etchecopar acumula en la última década más de una veintena de denuncias por misoginia, discriminación y violencia de género debido a expresiones vertidas en distintos programas y etapas políticas del país. En ocasiones tuvo que pedir disculpas y otras veces pudo ignorar a sus críticos y cimentar su fama de marginal y malhablado. Recientemente aseguró que Cristina Fernández “es el cáncer de la Argentina” y hubo quienes opinaron que la flamante defensora del Público debía exigirle explicaciones.
Lewin afirmó entonces que los dichos del hombre de América eran parte de un discurso anacrónico y había que tratar que no fuera escuchado. Por supuesto, al minuto BE le preguntó si eso implicaba que lo iba a desaparecer. No sirvió de mucho que la funcionaria advirtiera que es peligroso exponerse a las palabras y el pensamiento de alguien que promueve la discriminación y que aclarara que no estaba tratando de silenciar al que piensa distinto.
No tiene demasiadas posibilidades de imponerse en ese tipo de intercambio y cualquier intento de invocar presuntos derechos del público para modificar una coma del discurso de un periodista, será siempre considerado una intromisión inadmisible.
Esa dificultad parece insalvable, pero si los medios aceptaran de buen grado una suerte de supervisión externa, es seguro que cada vez que Lewin ensaye el más inocente de los pronunciamientos habrá del otro lado alguien que le recuerde que cuando era productora de Punto Doc se vio envuelta en aquella polémica cámara oculta al marido de Beatriz Salomón que 16 años después aguarda aún la decisión de la Corte para concluir un proceso que en primera instancia la tuvo a ella entre los condenados.
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Lo recaudado también irá a una comunidad wichi y a una fundación que fabrica pelucas para mujeres en tratamiento oncológico. Actuarán en la Usina Cultural y lo transmitirán este sábado a las 20.