Socorro, el nene termina el jardín

El año está prácticamente perdido. Ya hay gente calculando cuánto costará un lechón en la próxima Navidad y haciendo planes para las vacaciones. En realidad, a este complejo 2022 todavía le queda un tercio, pero una gran parte de la población apura los trámites propios de la despedida.

En la agenda de los padres figuran las fiestitas escolares de fin de curso. Un capítulo especial y destacado lo ocupan las ceremonias de egreso del jardín de infantes.

No siempre fue así, pero de un tiempo a esta parte, docentes, autoridades educativas, tíos y abuelos se han puesto de acuerdo para reproducir a escala de la salita azul, las clásicas graduaciones universitarias que se ven en las películas.

Los chicos que le dicen adiós al preescolar suelen usar toga y birrete como si se hubieran doctorado en Oxford. Y antes de ese emotivo acto que los emparenta visualmente con los universitarios, tienen que pasar por una práctica que es propia del último año del secundario: la remera o el buzo de egresado.

Pensar que hay ingenuos que creen que lo pueden resolver en el transcurso de una reunión. La elección del modelo correcto puede transformar a personas tranquilas en candidatos al exorcismo.

En un colegio acordaron rápido el color y el modelo y todo marchaba sobre rieles hasta que alguien propuso bordar "egresados 2022" y otro se levantó para preguntar por qué "egresados" y surgió del fondo el tercer grupo para advertir que no toleraría un "egresades".

Y mientras unos iniciaban el intercambio de argumentos, los otros se parapetaban detrás de las resoluciones de la Real Academia Española y de la reiterada negativa de don Santiago Muñoz Machado y sus circunstanciales compañeros de directorio, a aceptar palabras que se pongan por encima de los géneros. A esta altura, el sector más componedor no ha logrado convencer al resto de dibujar un sol a la altura de la vocal conflictiva.

Los intentos de adecuar el universo escolar a los protocolos inclusivos son elogiables y meritorios pero demandan decisiones consensuadas difíciles de gestionar.

Las diferencias se manifiestan, generalmente, en los pequeños detalles que las discusiones agrandan. Está encendido un jardín donde una madre con habilidades para el diseño proyectó una remera con el frente cruzado con un lápiz como un cohete espacial sobre el que dibujó una nena.

Podría haber ganado un concurso con la idea , pero otros padres dijeron que sus hijos varones no se pondrían esa prenda y, en consecuencia, había que hacer diferentes modelos.

La autora de la idea original propuso, en cambio, dibujar dos figuras, una nena y un nene, y santo remedio. A regañadientes, el diseño modificado tuvo aceptación pero no fue unánime porque hubo quienes advirtieron que la imagen del varón está antes que la de la nena, como si comandara las acciones.

Hombres y mujeres que tienen diversos compromisos laborales y familiares y, seguramente, otros espacios de discusión, ocupan tiempo y energía en debates acalorados que rozan el absurdo, cuando no el grotesco.

Por supuesto que la educación de los hijos no es un tema menor, pero difícilmente se avance en su resolución peleando por el diseño de una camiseta.

Las batallas que alimentan e incendian los chats de WhatsApp de papis y mamis satirizan sin querer, cuestiones importantes que los términos de la pelea reducen a un intercambio de consignas vacías. Más allá de las remeras y de las leyendas que les estampamos seguro que hay coincidencia absoluta en que uno de los valores más importantes que les podemos inculcar a los chicos -y reaprender los adultos- es la tolerancia.