Maravillas de este siglo
12/08/2020 | 08:01 |
María Rosa Beltramo
Hasta que apareció el virus que obligó al mundo a reinventarse, streaming era un anglicismo que se usaba casi exclusivamente cuando la gente hablaba de Netflix o de plataformas menos famosas pero equivalentes. Ahora, en cambio, es la tabla de salvación a la que han debido apelar cantantes, actores, periodistas y standaperos para seguir vendiendo entradas en una etapa en la que las reuniones están prohibidas.
Y el término se ha popularizado con rapidez gracias a que esa clase de retransmisión en directo o emisión en continuo, de acuerdo a su traducción al español, parece haber llegado para quedarse y ya ha ocasionado encarnizadas disputas entre figuras que en otra época podían pelearse por el alquiler de una sala, la fecha del concierto o el tamaño de un cartel y en la actualidad se sacan los ojos por un espacio virtual.
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Es casi imposible para cualquiera que vea televisión, ignorar que dos populares cantantes, Valeria Lynch y Patricia Sosa, que se decían cercanas, se enemistaron porque la intérprete de “Mentira” programó un recital por streaming para una fecha y como consecuencia de fallas en la transmisión, lo corrió a otra que, por una desafortunada casualidad, coincidía en día y hora con el que había programado la ex vocalista de La Torre.
Valeria eligió el silencio pero su ahora ex amiga hizo conocer su enojo, tristeza y decepción por videollamada, audios de whatsApp, teléfono y, en lo que constituye una auténtica rareza para estos tiempos, por televisión en vivo y directo.
Con honestidad brutal planteó que los músicos están en la lona y cuando surge la posibilidad de un ingreso, es absurdo malograr las chances de una buena recaudación si hay que dividirla con alguien que desarrolla un hecho artístico parecido en la misma fecha.
La pelea por el horario es inconveniente si se pretende alentar al público a habituarse a pagar para ver espectáculos sin salir de la casa. Hay todavía demasiados imponderables que pueden condicionar el éxito del streaming. Es necesario disponer de una aceptable conexión a internet y confiar en las empresas que se hacen cargo de la transmisión y que, según las críticas más frecuentes, suelen dejar fuera a algunos de los que pagaron su ticket cuando el show tiene mucho público.
El streaming también nos tiene acostumbrados a audios entrecortados, imágenes congeladas y canciones o parlamentos interrumpidos en lo mejor. Aceitar los mecanismos de emisión es casi un imperativo porque la pandemia ha determinado que el sistema se emplee para gobernar, dar clases, actuar, cantar, informar o polemizar en esos increíbles programas políticos o deportivos donde cuatro, seis u ocho panelistas atrincherados en el living de su casa hablan simultáneamente, se interrumpen cada tres minutos y cuando consiguen ponerse de acuerdo llega el rayo paralizador y quedan con la boca abierta y los ojos a media asta.
No hay dudas de que las posibilidades de comunicación que ofrece la tecnología actual es una auténtica maravilla y hasta parece milagrosa en relación a lo que había hace apenas una década, pero no vendría nada mal que los que trabajan en el costado comercial del tema vayan despacio, con cuidado y no intenten salvarse con una transmisión.
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