Cantinflas en Moscú, por Adrián Simioni.

Opinión

Cantinflas en Moscú

03/02/2022 | 11:37 | Por Adrián Simioni.

Adrián Simioni

El principio de acuerdo entre el gobierno argentino y el Fondo Monetario Internacional para retomar el programa de racionalización que había pactado Mauricio Macri ya venía perdiendo aceite. Miren la saga:

1- Máximo Kirchner renunció a la bancada detonando la coalición de gobierno frente al primer plan económico que adopta el Presidente.

2- Alberto Fernández tiene que salir jurar que tiene el respaldo de Cristina Fernández para tratar de cubrir el obsceno silencio de su vice y dueña del Frente de Todos.

3- El FMI manda decir que la aprobación del acuerdo en el Congreso es una condición crucial.

4- El diputado crisdependiente Leopoldo Moreau anuncia que los K intentarán modificar el acuerdo en el Congreso.

5- El reemplazante de Máximo, el diputado K santafesino Germán Martínez, el de menor peso político en décadas, en medio de elogios a Máximo para no despertar a las fieras, avisa, con una declaración perdida en una entrevista, que lo que Guzmán termine de arreglar con el FMI no puede modificarse en el Congreso: "Tenemos que aprobarlo o rechazarlo". Suerte con eso.

No contento con esto, Alberto Fernández aterrizó hoy en la autocracia rusa -y mañana lo hará en el régimen de partido único de China- mientras les ruega por favor a Estados Unidos, Japón y Alemania que no le bajen el pulgar en el Fondo Monetario.

Preso del relato antiimperialista K que debió recitar frente a los sectores más anacrónicos del cristinismo, Alberto llega a la corte del zar Vladimir Putin en el momento de mayor tensión bélica con Estados Unidos desde la caída del Muro de Berlín. Y a la del emperador Xi Jinping cuando Beijing desafía el liderazgo económico y tecnológico de Occidente.

Un error mal ejecutado

Como estrategia no suena muy bien. El problema es que, además de hacer algo que no parece recomendable, Alberto Fernández, aparentemente, lo hizo mal. Porque lo que le dijo a Putin antes de almorzar se pudo escuchar en la sala de prensa del Kremlin -pese al hermetismo que debía rodear al encuentro- sólo porque las cámaras quedaron transmitiendo por error durante más tiempo que el programado.

Sin querer, entonces, Alberto quedó disfrazado de Cantinflas -el desopilante personaje de comedia mejicano- frente a Putin. Después de esperar 45 minutos a que lo recibieran, saludó al presidente ruso casi como un fan que le pide un autógrafo: "Es un honor poder conocerlo, poder verlo a los ojos".

Pero hubo algo más importante: "Yo estoy empecinado en que la Argentina tiene que dejar de tener esa dependencia tan grande que tiene con el Fondo y con Estados Unidos. Tiene que abrirse camino a otros lados y me parece que Rusia tiene un lugar muy importante”.

De hecho, justo esas frases fueron rescatadas por la enviada de La Nación, pero no por el enviado de la agencia estatal Télam. Eran los únicos periodistas argentinos.

Campeones morales del fracaso

Es un bombazo que nadie esperaba. Además de un error. La dependencia con el Fondo la tiene porque el FMI fue la última institución dispuesta a prestarle algo luego de que Cristina Fernández inaugurara en 2008 un período de 13 años de déficits fiscales al hilo. Y nadie entiende bien cuál vendría a ser la dependencia con Washington, como no sea el residuo de las fábulas setentistas.

En efecto, Argentina puede comerciar con cualquier país del mundo, puede producir lo que se le cante, definir las políticas que más le gusten, asociarse a los países que prefiera. No hay embargos, sanciones ni bloqueos estadounidenses de ningún tipo. Nadie obligó a la Argentina a ser el único país -que no está en disolución, que no está en guerra civil o que no está en la tabla de los países misérrimos- que, luego de 9 defaults, sigue mendigando plata por el mundo para financiar sus fantasías populistas .

Es eso lo que la lleva a necesitar de la buena voluntad de Estados Unidos, Europa o Japón, todos los cuales tienen cosas mucho más importantes que hacer que perder el tiempo mirando la misma novela de campeones morales con la que nosotros, argentinos, celebramos nuestra fracaso perpetuo.

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