Sobre las críticas al 10
15/08/2020 | 18:45 | Tras el catastrófico 2-8 de Barcelona contra el Bayern Munich, volvió a escena el debate sobre el temperamento del rosarino. Opiniones interesadas y atributos que evidentemente no tiene.
Diego Borinsky
¿Qué le estamos reclamando a Messi?
¿Que pegue un grito dentro del campo y lleve de las narices a sus compañeros en momentos de dificultad? ¿Que cuando viene la mala, en pleno vestuario, meta una arenga descomunal en el entretiempo y genere una resurrección anímica? ¿Que se ponga la pilcha de caudillo a lo Rattín, Passarella, Ruggeri o el Coco Basile?
No le pidamos más ese contagio espiritual a Messi, porque no lo tiene. Ese atributo no está en su menú. Está recontra chequeado: son más de 15 años como profesional, unos 10 en la super elite (casi siempre como el mejor del mundo y en algún año, el 2°), hemos asistido en unas cuantas ocasiones a escenarios adversos en los que esperamos que Messi comande la resurrección, pero esto no ocurre.
Ahora bien, ¿desde qué lugar le reclamamos a Messi que además de meter goles como nadie, asistir, gambetear, definir como cirujano, querer jugar todos los minutos de todos los partidos, clavarla de tiro libre, además de todo eso tenga que ser un líder espiritual que empuje a sus compañeros? ¿Quiénes somos para exigirle que haga todo bien? ¿No será mucho?
El fútbol es materia opinable, por supuesto. Si hay un tema en el que la mayoría de los argentinos creemos que la sabemos lunga ese es el fútbol. Es una pena, y también una injusticia, que muchos periodistas masacren a Messi porque nunca les dio una nota y saben que no se las dará. Entonces no tienen problemas en destrozarlo. Porque eso existe en nuestro ámbito, lamentablemente: si me das la nota, te cuido; si no me la das, te mato. Inventan que su padre arma el equipo y que él elige a los entrenadores. Que es un pequeño dictador. Otros le pegan para hacerse los “distintos” y que repliquen sus testimonios en Europa. Y unos cuantos porque hay que llenar horas y horas de programación en radios y TV, entonces “dejame que yo le pego, y vos hablá bien”.
En mi caso, parto de la admiración absoluta hacia un ser humano que me regala arte puro con la pelota en los pies cada vez que juega. O en el 95 % de las veces que juega, para ser más precisos. Un tipo que me hace levantar del sillón o morderme los labios cuando fabrica acciones de fábula, sin ser hincha del Barcelona, y que me impulsa a hablar solo, como un loco: “¡Qué hijo de puta! ¡No se puede jugar mejor al fútbol!”.
Al margen de todo eso que me regala, como a millones, ¿con qué derecho le voy a exigir, además, que cuando juega contra una máquina aceitada de presionar y tocar, un equipo que maneja todos los conceptos y está en su pico de rendimiento, lleve a sus compañeros de las narices a una levantada imposible? Una levantada propiciada por un funcionamiento en el que dejó de creer hace rato ya, y que lo llevó a manifestarlo públicamente para intentar torcer el rumbo, en su pequeño acto de rebeldía para el que sí está preparado. Hasta ahí le da.
Me parece lógico que se critiquen sus actuaciones desde la honestidad intelectual, como lo hacen muchos colegas respetados. Que se remarque cuando no da lo que esperamos por su potencial, cuando deambula por el campo con la cabeza gacha, preso de la impotencia que le ocasionaron decisiones incomprensibles de la directiva. Todos los que pasamos cierta edad tenemos en la cabeza muy presentes el Mundial 86, una competencia en la que un equipo correctamente armado y equilibrado fue llevado a la cima por un superhéroe. Es una vara demasiado alta y dañina. Perjudicial para todos. Deberíamos dejarla tranquila en el cofre de las alegrías insuperables. No la saquemos a pasear a cada rato.
Por lo demás, invito a la reflexión con un pensamiento que me da vueltas, aún en aquellos días en que me invade la desazón porque el genio es una sombra: Messi nos regala demasiado para que le pidamos que sea perfecto.
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