Guerra ruso-ucraniana
17/02/2025 | 10:24
Redacción Cadena 3
Marcos Calligaris
La reciente declaración del presidente estadounidense, Donald Trump, sobre su disposición a negociar directamente con Rusia para poner fin a la guerra en Ucrania ha sacudido los cimientos diplomáticos en Europa.
La sorpresa no solo es producto del aislamiento de Ucrania—el principal país afectado—de la mesa de negociaciones, sino que también excluye a los líderes europeos y a la propia OTAN. Esto está generando inquietud y un sentimiento de déjà vu con respecto a episodios históricos que marcaron al continente.
Uno de los precedentes que podría citarse es el Tratado de Versalles de 1919, acuerdo que impuso duras condiciones a Alemania tras la Primera Guerra Mundial, y en el que esta potencia derrotada no tuvo una participación real en la redacción de los términos. Aquel pacto, según la mirada de numerosos historiadores, ayudó a incubar el resentimiento que, dos décadas más tarde, desembocaría en la Segunda Guerra Mundial. En el escenario actual, ese hito evoca la importancia de que cualquier acuerdo, para ser legítimo y duradero, cuente con la participación y la voz de Ucrania, ya que su ausencia podría sembrar tensiones y resentimientos a largo plazo.
La postura de Trump, al margen de Europa y de Kiev, deja entrever que para él Ucrania ya ha perdido la guerra y que, por tanto, "no sería realista aspirar a volver a sus fronteras previas a la invasión rusa", como lo afirmó el jefe del Pentágono, Pete Hegseth. La consecuencia inmediata: para Washington, la cesión de territorio por parte de Ucrania es inevitable. Este mensaje resuena de forma muy similar a las cláusulas de Versalles que forzaron grandes pérdidas territoriales y económicas para Alemania. Si bien la comparación puede parecer drástica, la esencia es similar: imponer desde afuera las condiciones de paz a un país que no participa en la negociación.
Europa se encuentra, de esta manera, en un dilema que no vivía desde mediados del siglo XX. Por un lado, los países de la Unión Europea recuerdan con inquietud el precedente que esto puede suponer: si Rusia logra consolidar el territorio ganado en Ucrania, ¿qué impide que, en el futuro, Moscú replique el mismo método contra otros vecinos, como Estonia, Polonia o Finlandia? Al mismo tiempo, la jugada de Trump contrasta con lo que otrora fue el espíritu de la Doctrina Truman y el Plan Marshall, cuando Estados Unidos asumió un rol protector y reconstructivo en nombre de la defensa de Europa, a la que consideraba un socio preferente y no un actor secundario.
Las reacciones europeas no se han hecho esperar. Los líderes de las principales potencias del continente —entre ellos, representantes de Francia, Alemania, Polonia, Italia, Dinamarca y el Reino Unido— se reunirán de urgencia en París para discutir su estrategia conjunta frente a la propuesta de negociación directa entre Washington y Moscú. El ministro de Exteriores francés, Jean-Noël Barrot, dejó en claro que su país seguirá apoyando a Ucrania mientras esta no decida que es momento de dejar las armas: "Solo los ucranianos pueden decidir cuándo dejar de luchar, y nosotros los apoyaremos mientras no hayan tomado esa decisión", afirmó.
Esta declaración va en sintonía con el primer ministro británico, Keir Starmer, quien expresó su disposición a enviar tropas británicas a Ucrania, reforzando la determinación de una parte de Europa que se resiste a que se dicten las condiciones de una paz sin la participación de los ucranianos. La cumbre urgente en París buscará delinear una posición común para no quedar completamente al margen de los posibles acuerdos que, paradójicamente, Estados Unidos y Rusia negociarán en Arabia Saudita.
Por su parte, el Kremlin ya ha designado al ministerio de Exteriores Serguéi Lavrov y el exembajador ruso en Estados Unidos, Yuri Ushakov, para iniciar encuentros diplomáticos con sus homólogos estadounidenses —encabezados por el Secretario de Estado de Trump, Marco Rubio— en Riad, la capital saudí. Esto, con el fin de "restablecer el abanico de relaciones ruso-estadounidenses" y explorar vías para la paz.
El portavoz de Putin, Dmitri Peskov, afirmó este lunes que "ahora todos intentan hablar de lo que hay que hacer para detener, sea como sea, la guerra. Esto es algo positivo", agregó.
Sin embargo, el mero hecho de que estas negociaciones se hagan sin la intervención de Ucrania y sin una voz europea clara, rompe la tradición de la diplomacia multilateral de posguerra. Durante décadas, el sistema internacional se construyó alrededor de consensos alcanzados a través de la cooperación transatlántica. Hoy, en cambio, Trump parecería apostar a un acuerdo que funcione más bien como un nuevo Versalles, con Moscú y Washington repartiéndose las fichas y dejando a terceros como simples espectadores.
De concretarse, sería la mayor ruptura del principio de "nada sobre Ucrania sin Ucrania" que había prevalecido en las discusiones diplomáticas desde 2022. Por ende, el temor de Berlín, París o Varsovia, es que este nuevo escenario aísle a Europa y obligue a los líderes de la UE a aceptar —sin margen de maniobra— las decisiones que tomen las dos potencias. Esto abriría una brecha transatlántica de difícil reparación y generaría un precedente sumamente peligroso para la seguridad colectiva.
El nuevo orden internacional que podría emerger de una negociación bilateral entre Estados Unidos y Rusia despierta serias dudas, tanto éticas como estratégicas. Si se ignoran las preocupaciones legítimas de Ucrania y de sus vecinos europeos, se corre el riesgo de sembrar las semillas de un conflicto aún más amplio en el futuro. Por ahora, Europa se prepara para defender su visión y su seguridad en un mundo en el que, a diferencia de 1947, la ayuda de Estados Unidos no vendría a su rescate, sino que parece estar orientada a pactar con quien fue, hasta hace poco, la mayor amenaza para el continente.
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