Política esquina Economía
21/03/2022 | 14:12 |
Adrián Simioni
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Inflación: si no podés con misiles, dale con el crucifijo
Hasta ahora, la guerra contra la inflación a la que convocó Alberto Fernández es de mentirita. Lo que han anunciado es lo de siempre: controles, retenciones, subsidios, amenazas, reuniones como la que acaba de terminar entre empresarios y funcionarios.
Es lo de siempre. Y es verso. Una verdadera guerra contra la inflación debería ser contra el propio gobierno. Un solo misil apuntando al Banco Central que destruya la maquinita de imprimir pesos. Nuestros gobiernos se apropiaron hace rato del Banco Central y, por lo tanto, se han apropiado de los pesos, de todos los pesos. Y nos obligan, al resto de la sociedad, a los que no vivimos del Estado, a usar esa moneda que los imprimen sin ton ni son para mantener su oceánico aparato clientelar y demagógico. "Plan platita" para ganar elecciones, como lo admiten ellos mismos cuando se distraen.
En realidad, esta es una guerra contra quienes trabajan de verdad y en general no viven del Estado. Se equivocan Patricia Bullrich y otros opositores que sólo ponen al campo entre las víctimas. Es cierto que, como casi siempre, vuelven a subir retenciones y el discurso oficial se ensaña con todo lo que tenga que ver con la producción de alimentos. Pero va mucho más allá.
Esta también es una guerra contra el taxista que no recibe en forma directa los billetes crujientes recién emitidos por el Central, sino que los tiene que juntar con mucho esfuerzo a lo largo de todo un mes con cientos de horas/butaca; a fin de mes, cuando los juntó, esos pesos valen 5% menos de lo que valían cuando se los dieron, fresquitos, a los militantes, ñoquis, acomodados y subsidiados a lo largo y ancho del Estado.
Con el aumento de retenciones a la harina y al aceite de soja esperan recaudar 400 millones de dólares extra. Eso es guerra contra la agroindustria. Bastaría hacer algún esfuerzo no para eliminar el eterno déficit de 700 millones de Aerolíneas Argentinas, sino sólo reducirlo en un 60%. Con eso el Estado obtendría lo mismo. Y eso sí sería una guerra contra la inflación, porque ayudaría a frenar la constante emisión de pesos.
Clausurar un comercio, en cambio, no frena la emisión de pesos. Lo único que hace es reducir la oferta.
Por ahora, el gobierno sigue sin reconocer esto. Es insólito: ya lo ha firmado en el acuerdo con el FMI, pero no lo admite en público. Insisten insisten en ocultar que los responsables de la inflación son ellos, no los supermercados.
Ante el fracaso constante, inventan teorías cada vez más raras: la vocera del presidente, Gabriela Cerruti, acaba de decir que la inflación es un fenómeno "endémico, casi un maleficio". Endemia no es: en los últimos 20 años nuestros países vecinos no tuvieron inflación y nosotros sí. O sea que la inflación no es contagiosa.
En cuanto al maleficio, ya entramos en el terreno sobrenatural. Según Cerruti, existiría sobre nosotros una maldición remarcadora; el espíritu maligno de la indexación apoderaría por las noches de las góndolas. Si fuera así, entonces tendríamos que ir dándole a Martín Guzmán un cursito de exorcismo. Y deberíamos ir cambiando los misiles imaginarios de Alberto y empezar a darle a los precios con un crucifijo. Sin descanso. Hasta que bajen esos precios hijos del diablo.
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