En primera persona
26/06/2021 | 08:24 |
Guillermo Panero
Como todos los hinchas de Belgrano que fuimos al Monumental hace 10 años, podría contar un millón de anécdotas sobre ese día. La previa en Núñez, las entradas de reventa que no llegaban, el partido -que tuvo todos los condimentos, con goles, penales cobrados y no cobrados, fallos polémicos y hasta su suspensión-, la espera interminable hasta que nos permitieron salir de la cancha y ese regreso hacia Córdoba con una felicidad plena merecen una historia aparte. Pero hoy, en el aniversario de una fecha tan especial, no quiero hablar de fútbol, sino de mi abuela.
Quien conoce a un Panero, conoce a la Chochi. Cualquier amigo mío puede dar fe. Es esa típica abuela que le saca charla hasta a las piedras, que genera complicidad y risas con sus invitados y oficia de anfitriona con mucho gusto. De familia radical (o, mejor dicho, antiperonista), de pueblo y tradicional, la Chochi -como se podrán imaginar- es muy católica y hasta hoy, a sus 88 años, camina periódicamente a la Virgen de su barrio a pedir por ella, sus hijos, sus nietos y su bisnieta.
La noche anterior a salir para el Monumental yo estaba en su casa haciendo los preparativos. Me recuerdo muy nervioso, tanto por el partido como porque tenía 17 años e iba a viajar sin ningún adulto a un evento que tenía muchas chances de terminar en un quilombo considerable. Lo último que me importaba fue lo que mi abuela se acercó a decirme una hora antes de partir.
“Guille, llevate esta virgen a Buenos Aires. Ponétela en el bolsillo, del lado izquierdo (el del corazón) y tocala cuando haya un momento importante”, me aconsejó, y me dejó una estampita al lado del bolso. Como soy ateo y cabeza dura, le hice un chiste y seguí armando la mochila, sin darle pelota. Cuando mi abuela se alejó, mi viejo -que la conoce bien- me cagó a pedos: “Escuchame, ¿cómo vas a desobedecer a tu abuela? Llevá la virgen y hacele caso a lo que te haya dicho”.
Es que la Chochi, aunque suene gracioso, tiene fama de bruja. Hay muchos ejemplos, pero quizá el más famoso es cómo los amigos de mi viejo y mis tíos la visitaban para pedirle que les anticipe las bolillas que les iban a salir en los exámenes de la universidad. Parece increíble, pero la vieja solía acertar, y hasta la actualidad se sigue enorgulleciendo de sus poderes.
Finalmente, me tragué el orgullo, llevé la virgencita como ella me dijo y me propuse cumplir con lo que me había pedido. A 10 años los recuerdos se van borrando un poco, pero me acuerdo patente de dos momentos en el Monumental.
El primero fue en el cacheo, cuando el policía me obligó a sacarme todo lo que tenía en los bolsillos y yo agarré la estampita bien fuerte en mi mano izquierda. Cuando el tipo vio eso, se rió y me dejó pasar, como pensando: “Vas a necesitar eso y mucho más para ascender hoy, pibe”.
El segundo quizás ya se lo imaginan. Mi abuela me había dicho que toque la virgen cuando haya un evento importante. En un partido de fútbol, tan imprevisible y dinámico, es difícil anticipar cuál es ese instante en el que todo se paraliza, donde lo que ocurra en ese momento marcará un antes y un después.
Pero cuando Pezzotta marcó penal para River y Pavone agarró la pelota y la empezó a acomodar, me di cuenta de que no había dudas. Todo mi ateísmo se fue al pasto: empecé a mirar al cielo como Olave lo hacía en ese momento, metí la mano en el bolsillo y toqué la virgen con toda la fuerza que me fue posible hasta que, milagrosamente, el Juanca se revolcó y agarró la pelota sin dar rebote. Parece una fábula, pero les juro por lo que más quieran (no lo hago por Dios porque sé que no me creerían) que esto fue así.
Pasó mucho tiempo desde aquel 26 de junio de 2011, uno de los días más felices para buena parte de Córdoba. Belgrano tuvo años excelentes, luego descendió y actualmente lucha por hacer pie en la segunda división. Mi abuela, a sus 88 años, está más lúcida que nunca y me sigue llamando media hora antes de cada partido de Belgrano para preguntarme cómo verlo, porque no tiene DirecTV.
Muchas cosas cambiaron, pero otras no: hasta hoy, yo, el mismo ateo obstinado de 2011, llevo todos los días la misma virgen de aquella tarde en mi billetera. La diferencia es que ahora no me trago ningún orgullo, porque prefiero pensar que en mi bolsillo no me acompaña una imagen católica, sino dos de los motivos que hacen mi vida más feliz: Belgrano y mi hermosa abuela Chochi.
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