Opinión
25/06/2022 | 14:17 | Por Adrián Simioni
Redacción Cadena 3
Adrián Simioni
Falta casi nada para que empecemos a escuchar un nuevo “tachín-tachín”. Cristina Fernández y su ejército de demagogos van a empezar a machacar con una nueva “idea”: lo que llaman un Salario Básico Universal para 7,5 millones de personas. No existe ni en Noruega, pero lo quieren acá.
Es una bomba fiscal: costaría más de 100 mil millones de pesos al mes, el doble de los 50 mil millones que se gastan hoy en los planes Potenciar Trabajo y en la Tarjeta Alimentar que los cristinistas van a proponer reemplazar con el nuevo “plan”.
Es el típico despropósito inviable que en cualquier otro país propondría un partido populista marginal que sabe que puede decir cualquier cosa total nunca le va a tocar pagar esa factura. Pero este no es cualquier país. Aquí lo propone la fracción más poderosa de la alianza que está en el gobierno. Es la fracción que está empujando al precipicio fiscal e inflacionario al presidente Alberto Fernández y a su ministro de Economía, Martín Guzmán.
El cristinismo se disfraza de oposición. Impuso al presidente su receta de populismo financiado con emisión y, cuando ese esquema estalla en inflación y fuga de dólares, se hacen los desentendidos, dicen que el gobierno “tiene que cambiar para no estrellarse en la híper”. Pero resulta que sus propuestas consisten en peor de lo mismo.
Es lo que vienen haciendo. El kirchnerismo votó contra el acuerdo con el FMI, torpedeó los ajustes de tarifas, aumentó o inventó nuevos subsidios y todas las semanas impulsa una nueva iniciativa para confiscarles lo que sea a “los ricos” y “los que se la llevaron”, como subir una vez más las retenciones.
Demagogia cazabobos
A los cerebros detrás de estas movidas les tiene sin cuidado si en lugar de un piquetero con 19 mil pesos hay dos “asalariados básicos universales” que cobran 14 mil pesos.
El verdadero objetivo estratégico de todas esta parafernalia “inclusiva” -que en realidad multiplican la pobreza vía inflación- tiene dos caras: ubicar en el imaginario electoral a Cristina Fernández como opositora y forzar a Juntos por el Cambio a actuar como oficialista. Desresponsabilizar a Cristina por el fracaso rotundo de una política económica que ella misma le impuso a Fernández desde el día 1 hasta febrero de este año y transformar a los opositores en socios forzados del “ajuste” fallido de Guzmán.
Lo dicen sin tapujos. En cualquier canal K se puede escuchar a algún divulgador K criticar la “falta de viveza” de Guzmán por haber enviado el proyecto del impuesto a la renta inesperada sin fijarle un fin a lo que se recaude: “Tendría que haber puesto que es para financiar la Tarjeta Alimentar, o el Pami, o cualquier cosa, para que la oposición tenga que pagar un costo político altísimo al negarse -para que la gente escuche que se oponen a la Tarjeta Alimentar y no a un impuesto que nadie sabe qué es- y para que los nuestros tengan más armas para capitalizar en los medios”, decía hace unos días un columnista alimentado por una sonda desde el Instituto Patria.
El doble “Teorema de Baglini”
La oposición no parece siquiera estar enterada de esta especie de duplicación del “Teorema de Baglini”. Por si alguien aún no lo sabe: el exdiputado radical por Mendoza Raúl Baglini, ya fallecido, decía que cuanto más se acerca al poder un grupo político, menos delirantes se vuelven sus propuestas. Ahora habría que agregarle su contracara: cuanto más se va alejando del poder otro grupo político, más enajenadas se tornan sus ideas. Esto último está pasando con Cristina Fernández y su corte de irresponsables.
Hay un “pequeño” detalle con esta reformulación del teorema: los delirantes están al mando, controlan gran parte del aparato estatal, el Congreso y la provincia más grande del país, en la que se cocinan las hecatombes. Puede ser una trampa mortal para el país: una banda de inescrupulosos que huye volcando baldazos de nafta sobre el edificio que ocuparon durante 20 años de hegemonía.
Los opositores parecen dormidos. Por un lado, sueñan con que los pirómanos queden atrapados en su propio incendio. La ilusión de que esta vez sí “la bomba les estalle a ellos”. Que el kirchnerismo termine de asarse en su propia parrilla. Pero eso es incierto.
Falta apenas un año y chirolas para las Paso que definirán todo. Lo suficientemente poco para que Alberto llegue, aunque sea a gatas. Lo bastante para que la oposición deba pagar enormes costos políticos rechazando delirios como el “salario universal” que debería pagar ella cuando llegue al gobierno. Y lo suficientemente mucho como para que Cristina complete el “operativo despegue”.
Es más: en el imaginario colectivo la idea ya se instala. La gente que tiene una vida fuera del microclima político lo que ve y escucha es a una Cristina Fernández más hiperactiva e hiperopositora contra Alberto que lo que fue en cuatro años contra Macri.
Los gobernadores se pasan a la oposición
Hasta se reúne con Carlos Melconian, el economista que está armando el plan que la Fundación Mediterránea le va a proponer a todos los partidos pero que es completamente contrario al modelo de revoleo de billetes. Al fin de esa reunión el Patria deja trascender que Cristina se reúne con él “está muy preocupada por la pérdida de reservas y porque Alberto no termine la presidencia por la inflación”. Parece más preocupada ella -la inventora del modelo inflacionario de matriz impresora y fuga de dólares por pánico social ascendente- que los opositores.
Cristina todavía puede darse el lujo de ordenarles a los gobernadores “peronistas” que también se pasen a la oposición, para completar la opereta. Liderados nada menos que por Axel Kicillof, el amanuense del modelo inflacionario. Jorge Capitanich y el resto descubren ahora la inflación y le “exigen” a Alberto que aparezca el gasoil. Pero, como su jefa, no dicen cómo. ¿Hay que atacar la inflación con más apriete nac&pop a empresas o parando la maquinita que alimenta el aparato clientelar de esos gobernadores? ¿hay que reestablecer el gasoil liberalizando el sector energético o con más controles, precios fijados, cupos y usando a YPF como “empresa testigo”, como hasta ahora, en que todo ha salido tan lindo?
Los opositores están calladísimos, mientras Cristina va creando, de a poquito y sin respiro, la imagen de que la opositora es ella. Un símbolo: Lilita Carrió o Alfredo Cornejo -los mismos que demagoguearon contra el tarifazo de Aranguren en 2018 incluso antes que los opositores- no han siquiera chistado ahora contra la segmentación de Guzmán. Al menos deberían decir: “¿Vieron? Aranguren tenía razón”.
Llamen a Casero
La oposición necesita despertarse urgente. Son cocodrilos a punto de transformarse en carteras. No necesariamente porque vayan a perder las próximas elecciones o porque las vaya a ganar el cristinismo. Es porque, para todo lo que van a tener que hacer si en verdad quieren cambiar este país, van a necesitar que el cristinismo no se vaya con el 30% de los votos sino que huya con el 15%, y con una representación escuálida en el Congreso.
Necesitan con rapidez escribir un guión comprensivo de la historia reciente. Tal vez el único en condiciones de hacerlo sea Ricardo López Murphy. Pero ese libreto debe originar múltiples relatos, capaces de revertir la destrucción constante del sentido común que hizo la hegemonía K con el control del aparato ideológico del Estado y sus satélites.
El más importante de todos esos relatos no es el que se pueda leer en una banca en el Congreso. El más importante debe ser en clave de sarcasmo popular e ironía de masas. Un Cha-cha-cha que cuente la increíble historia de una sociedad desquiciada, en la que una mujer que cogobierna o reina durante 14 de los últimos 18 años y que reintroduce la inflación, la fuga de dólares y los déficits gemelos, logra no sólo desreponsabilizarse por todo eso, sino culpar a los demás, transformándolos a los otros en oficialistas y convirtiéndose ella misma en la jefa suprema de la oposición a sí misma. Es difícil. Pero capaz que se pueda. Pueden empezar consultando al gordo Casero y a Sebastian Borensztein.
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