Opinión
28/05/2022 | 13:50 | Por Adrián Simioni
Redacción Cadena 3
Adrián Simioni
El kirchnerismo se ha metido en una mamushka de simulaciones y disimulaciones múltiples. Como algunas farsas se notan mucho pero igual insisten, lo que vemos es a políticos fingiendo demencia.
Alberto Fernández con el minué de las retenciones a los granos es el mejor ejemplo. En apenas cuatro días hábiles el presidente se mostró favorable a subir retenciones tres veces, se transformó en un opositor a su propio gabinete donde dos ministros suyos lo desmintieron tres veces y el único funcionario que coincidía con Alberto renunció (aunque no responde a él sino a Cristina Fernández). No son los Tres Chiflados porque son más de tres. Pero, igual, cuando levantan el teléfono se abre la ducha y cuando abren la ducha se encienden las hornallas.
Al origen de este sainete psicótico hay que buscarlo en otro grupito que también finge demencia: la del cristinismo furioso. Allí ya decidieron impedir que el ministro de Economía, Martín Guzmán, avance con el ajuste fiscal que necesita hacer para poder frenar la emisión de pesos y evitar que la inflación se lleve puesto lo que queda.
No quieren arriar la única bandera con la que siempre fueron coherentes: aumentar siempre y en todo lugar el gasto público para que no haya ciudadanos libres en un mercado libre con el poder repartido, sino vasallos lobotomizados en una sociedad corporativa con un poder concentrado en ellos. Ni locos piensan llegar a las próximas elecciones defendiendo el ajuste de Guzmán, que es el mismo que ya les había dejado hecho a la mitad Macri y que ellos desperdiciaron.
Pero también saben que eso los lleva al incendio. De hecho, Cristina no ha podido proponer desde que perdieron las elecciones qué política alternativa aplicaría. Su única política es seguir emitiendo billetes truchos. Y a eso no lo puede decir.
Por ende, como creen que a Alberto sólo lo espera el ajuste a lo Macri, la estanflación a lo De la Rúa o más inflación -tal vez a lo Alfonsín- tienen que despegarse de él aún si Alberto siguiera la receta de Cristina, que agravaría la inflación.
¿Cómo despegarse de la inflación rechazando el ajuste fiscal que la curaría y despegándose de la emisión si Alberto les hace caso? Haciéndole creer a la gente que ellos tienen el remedio para la inflación, sólo que Fernández se niega a aplicarla.
¿Cuál sería ese remedio según los chamanes del pensamiento mágico K?: subir las retenciones a los granos para desacoplar los precios internos de los externos que suben por la guerra en Ucrania. Sobre todo la del trigo y la del maíz.
Ya sé: es un libreto para idiotas. Coincido con usted, lector. Es extenuante la lista de argumentos que demuestran la idiotez de creer que las retenciones tienen algo que ver con la inflación (si quieren pueden saltearla pasando directamente el próximo subtítulo). Para los más obse, acá va:
1-En los últimos 15 años Argentina fue el único exportador de granos con altísimas retenciones. Y siempre estuvo entre los tres países con la inflación más alta en un mundo sin inflación.
2- La guerra en Ucrania subió los precios de los granos y la energía en el mundo. Eso provoca un cambio puntual de precios relativos. Pero no necesariamente la suba generalizada y perpetua de precios. De hecho, la inflación ya se desaceleró en abril en Europa y Estados Unidos.
3. Subir las retenciones puede bajar el precio interno del trigo en el mes en que se suban las retenciones. Pero el mes que viene, desde ese nuevo piso, seguiría subiendo, como sube el precio de absolutamente todo en la Argentina, ya sean cosas que están hechas o no de trigo, que se exportan, que se importan o que nacen y mueren en el mercado interno.
4. En el primer cuatrimestre, en Chile, el precio interno del pan subió 45%, por el efecto Ucrania. Más que en Argentina, donde subió 43%. Pero la inflación general en Chile en el mismo cuatrimestre fue de 4,8% y en Argentina de 23,1%. ¿Todavía alguien tiene ganas de decir que la inflación generalizada de los precios en Argentina es causada por la guerra? ¿en serio?
5. Repitan conmigo: los precios del trigo argentino ya están hiperdesacoplados, no sólo por las retenciones sino por la estafa del tipo de cambio desdoblado. En 2016 la tonelada de trigo en Chicago promedió 170 dólares la tonelada. En Rosario, al tipo de cambio unificado de entonces, 152 dólares. O sea, el productor argentino recibía 89% del precio internacional. Eso posibilitó que se recuperara la producción de trigo (la dupla Cristina/Moreno había dejado un país sin trigo para exportar). Hoy, en Chicago, el trigo cotiza a 425 dólares. Y en Rosario, el agricultor recibe en pesos, al tipo de cambio oficial falso, 304 dólares. O sea, recibe el 72% del precio internacional. Claro que si quiere protegerse de la inflación y recibir dólares de verdad tiene que ir al dólar MEP. Y ahí, con los pesos que recibió, sólo puede comprar 159 dólares. O sea, recibe 37% del precio internacional. Sea el 72% trucho o el 37% real, ¿quieren más “descople” que eso? La Argentina ya tiene no sólo un trigo hiperdesacoplado por retenciones y tipo de cambio. Y encima tiene cupo: sólo permite exportar el saldo que no se vende antes dentro del país.
6- Según Fada, el precio del trigo sólo explica sólo el 13% del costo del pan. Algo parecido sucede con las pastas. El maíz representa 16% del costo final de la carne de cerdo. Y del 6% en la leche. O sea que subir aún más las retenciones sólo serviría para abaratar un poquito esos insumos tendría no sólo un efecto reducido y por única vez en esos productos puntuales, sino que tendría un efecto totalmente marginal en el índice general donde todo lo demás sigue subiendo mes a mes por la emisión descontrolada de dinero.
Que falte el pan, pero no la épica
Ya explicamos por qué al cristinismo le conviene discutir el decorado de utilería de las retenciones: le permite contarle a su feligresía más simplona un cuentito infantil según el cual no es necesario el ajuste de Guzmán, la inflación viene de afuera y Cristina tiene una receta alternativa a para domarla. El problema es que -sigue el cuentito- los malos-malos-malos de siempre (Ia Sociedad Rural, los medios, el macrismo, el schiarettismo cipayo y tantos más), ahora aliados con el traidor-traidor-traidor de Alberto, impiden que el Pueblo sagrado de Zamba sea bendecido por las geniales ideas de la redendora de la Nación: Cuadrazo.
Es la gran simulación. Es tan de manual que ya aburre. La vieja receta populista que los intelectuales K subliman con los términos de Ernesto Laclau: colgarse de un “significante vacío”, en torno al cual la sociedad pueda partirse en dos.
Estas semanas lo han traducido mejor los comunicadores, periodistas y voceros más recalcitrantes de los medios K: lo importante no es si en el Congreso se logran o no subir retenciones, o si finalmente logran imponerle a Alberto que las suba por decreto; lo importante es que haya una épica. “Hay algo peor que una derrota épica: una derrota sin épica”, es una de las frases textuales de estos días en el paraíso subsidiado K.
Fingen demencia. Pero no su falta de escrúpulos ante el pánico de perder el poder y el manejo del Estado, del presupuesto y de la maquinita de imprimir.
Alberto, con el maquillaje corrido
Más difícil es explicar a Alberto, también transformado en un impulsor de las retenciones que, sin embargo, no las sube por DNU ni hace el pedido al Congreso; que echa a los funcionarios que supuestamente piensan como él y se queda con los ministros que lo desmienten.
En el manicomio argentino es el más difícil de explicar. Sin embargo, hay dos razones que permiten entender el desquicio del presidente cantor.
Una, es que Alberto sigue firme en su decisión de no darle el gusto a Cristina. Cristina quiere la chancha y los veinte: despegarse por completo del ajuste o de la fogata inflacionaria de Alberto, pero sin renunciar ella, para no aparecer como una Chacho Álvarez que provoca la caída del presidente. Para eso necesita que Alberto la eche. No que la destituya, sino que expulse a los funcionarios K y que rompa públicamente con ella.
Al presidente no le conviene. Mientras el cristinismo siga adentro usufructuando el manejo de las cajas del Estado para el clientelismo de La Cámpora, la oposición de Cristina será de pico y no va a pasar a los hechos. Lo mejor para Alberto es lo que pasó esta semana: que los Feletti se traguen los sapos o, llegado el caso, se vayan sin que los echen.
La otra razón de Alberto para ponerse a favor de las retenciones es que también quiere jugar a la simulación.
Alberto dice que le gustan las retenciones pero que no manda un proyecto al Congreso porque sabe que la oposicion de Juntos por el Cambio no se lo van a aprobar. Y que la Constitución le impide hacerlo por decreto. Lo dice un penalista que creó un delito penal en la cuarentena por Decreto de Necesidad y Urgencia.
Alberto lo hace mal, es cierto, porque se le ve todo. Pero aún así, mal disfrazado, con el maquillaje corrido y el libreto memorizado a las apuradas, consigue complicar el relato K de buenos y malos.
E intenta otra cosa más pusilánime y mezquina aún: hacer quedar a la oposición como defensores de la supuesta “oligarquía del campo”. Es profundamente desleal de su parte para una oposición que no hace más que sostenerlo frente al ataque artero de sus enemigos internos. Alberto pone cara de: “Seño, seño, los niños cambiemitas no me dejan hacer los deberes”.
Aprendió de su jefa. Cristina hizo lo mismo en enero, cuando se dedicó cómodamente a ordenar que los suyos votaran en contra del acuerdo del FMI mientras, con el rabillo del ojo, se cercioraba de que, efectivamente, la oposición votara a favor de un acuerdo sin el cual el gobierno que ella impuso en la Rosada hubiera saltado por los aires.
Son los simuladores. Fingen demencia. Y no saben que, para los que los miran de afuera, hace rato han perdido la locura.
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