Luto en la política
10/05/2021 | 16:37 |
Matías Arrieta
“El gobernador no va hablar”. La frase era repetida por cualquiera de sus encargados de prensa o asistentes personales con la misma poca convicción que tiene un padre que empieza diciéndole que no a un hijo cuando le pide una golosina. Una derrota asegurada ante la insistencia del que sabe que va a ganar la pulseada. En Casa de Gobierno los “insistidores” éramos los movileros y el que arrancaba diciendo que no y después cedía era Miguel Lifschitz.
Fue bastante respetuoso con los trabajadores que hacen periodismo de calle y sobre todo con aquellos de los rincones más alejados de las principales ciudades, que no siempre tienen la posibilidad de entrevistar a un gobernador. Es que una gran particularidad de su gestión fue visitar todas las localidades de la provincia. Puede parecer un dato anecdótico. Pero para muchos vecinos de esos pueblitos no. Fue el único gobernador de la historia en hacerlo.
Antes de llegar a la Casa Gris, como intendente de Rosario supo aprovechar de manera asombrosa un evento como el Congreso Internacional de la Lengua Española para marcar un antes y un después en la ciudad. Fue una explosión de lo cultural. Imposible no enamorarse de esa Rosario. Esa misma que el propio socialismo no supo cuidar de la inseguridad y el narcotráfico.
Como gobernador, heredó ese problema sin solución. Los Monos y otras bandas ya no sólo eran delincuentes. Parecían rock stars. Antonio Bonfatti le dejó un complicado escenario. Primero, en lo electoral. Segundo, en los niveles de inseguridad. Al primero lo desactivó por apenas 1.240 votos de diferencia sobre Miguel Del Sel. Al segundo, no pudo torcerlo pese a algunos buenos intentos que quedaron en jaque tras el escándalo de las escuchas telefónicas a su Ministerio de Seguridad.
Con buenas gestiones en salud, educación y cultura, el Lifschitz que llegó a la gobernación por apenas un puñado de votos, pasó a ser el candidato más votado de toda la provincia cuatro años después. Si la Constitución provincial permitiera la reelección, hoy hubiese sido gobernador. Su intención de reformarla chocó con la negativa de una oposición que sabía de su poderío en las urnas. También se topó con la pared de peleas intestinas del socialismo y de algunos radicales que dejaron el Frente Progresista para unirse a Cambiemos.
Lifschitz tuvo una gestión de mucha obra pública y con una mirada que abarcó al siempre olvidado norte santafesino. Similar al segundo mandato de Jorge Obeid. El “Turco” inauguró cien obras en los últimos cien días de gobierno, pero no pudo evitar la derrota de un justicialismo desgastado por tantos años en el Poder Ejecutivo. Además cumplió con su promesa y eliminó la ley de lemas, allanándole el camino a Hermes Binner en las elecciones. Con Lifschitz pasó algo parecido. El valor de su gestión no alcanzó para contrarrestar el desgaste de doce años de socialismo. Si a eso se suma la reforma constitucional trunca, la fragmentación del Frente y la unidad del justicialismo detrás de Omar Perotti la derrota colectiva era cantada; aunque individualmente salió fortalecido. Se erigió como el referente de la oposición y era un hecho que en 2023 iba a intentar de nuevo ser gobernador. El covid tenía otros planes para él y para su partido.
Con su fallecimiento y el de Binner (y con un Bonfatti casi jubilado de las arenas políticas) el socialismo tendrá la misión de reinventarse. Será con Mónica Fein o con figuras que vienen de otros sectores del Frente Progresista como Pablo Javkin o Emilio Jatón, intendentes de Rosario y Santa Fe respectivamente. Es que con Lifschitz no sólo se va el líder político de un espacio dinámico que siempre depende de las idas y vueltas de sus aliados radicales, también se va el dueño de los votos. Se va un insustituible para sus militantes, para su mesa chica, para su familia y hasta para sus rivales. Lifschitz mereció tener más años de su vida. Santa Fe también.
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